Hugo Martini
Cuando se apague este momento de duelo Venezuela volverá a ser lo que era: la sexta potencia petrolera, un país con enormes bolsones de pobreza y una clase dirigente alternativa que no puede responder la pregunta de cómo fue posible el triunfo de Chávez en 1998.
Esta dirigencia política tradicional, mimetizada ahora en otros nombres, desde Acción Democrática al COPEI, debería preguntarse qué es lo que hicieron con el mismo país y con las mismas reservas de crudo, desde la firma en 1958 delPacto de Punto Fijo cuando decidieron, “democráticamente”, alternarse entre ellos en el poder.
Desde ese año –hasta la llegada de Chávez- gobernaron Venezuela como si la fiesta del poder fuera interminable, sin importarles el respeto por las instituciones –que ahora reclaman-, ni la educación pública, ni la pobreza de la mayoría, ni los niveles pavorosos de corrupción del sistema.
Es probable que la memoria de Chávez perdure en muchos que se beneficiaron con su política, pero él, personalmente, fue un personaje menor, imposible de comparar con Fidel. La “dimensión política” del Presidente muerto se expresa en la declaración –textual- que le hizo a un periodista de El País de Madrid: “Yo soy el candidato de los que rayan con una chapita de cerveza los Mercedes Benz”.
No es necesario que la política sea solemne –a veces el exceso de formas la desnaturaliza- pero es y debería ser considerada, una acción humana seria. Chávez imaginaba, en cambio, que la política era una ópera bufa y él un personaje central de esa representación.
No comprendió nunca que el líder al que admiraba –Fidel- ha sido esencialmente serio y coherente, aunque no se compartan sus ideas. Cuando en enero de 1959 bajó de Sierra Maestra decidido a derrocar a Batista y a enfrentar a los Estados Unidos, lo hizo en serio. Sus actos seguían a sus discursos: la Cuba de Castro nunca hizo negocios y nunca ganó fortunas con aquellos a quienes enfrentaba. En cambio, ahora, el mejor cliente y el socio privilegiado para el petróleo de la Venezuela que deja el Comandante Chávez, son los Estados Unidos.
Para poner en contexto la comparación Castro-Chávez hay un libro que vale la pena recordar. En el XVIII Brumario de Luis Bonaparte, Marx indica que los hechos y personajes históricos siempre se repiten, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. El Comandante fue la farsa de la tragedia de Fidel, de la misma manera que Napoleón III fue como una copia falsa del Buonaparte originario.
Es curioso como el proceso político venezolano tiene tantos parecidos con otros, principalmente en Latinoamérica. Porque el problema de ahora en adelante no es Chávez, sino las opciones políticas que pueda ofrecer en ese país la alternativa opositora. Cámbiense el nombre de Chávez por otro y los nombres de la dirigencia política alternativa y empecemos a mirar, en serio, el cuadro político argentino.
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