EUSKAL HERRIA / PAIS VASCO
«Está siendo
muy difícil,
pero decidimos
que no iban a
condicionar
nuestras vidas»
Nahikari Otaegi condenada a seis años de cárcel por su militancia política
Con Nahikari Otaegi y su familia, en vísperas de entrar en prisión
Son días repletos de ternura en la casa de Nahikari Otaegi, Aitor Mokoroa, Ekaitz y Oihana en Donibane Lohizune. Nahikari no estaba en Aske Gunea el viernes; apura en casa, con los suyos, los últimos días en libertad. Entrará en prisión con Oihana, de siete meses, mientras Aitor se queda con el mayor. Quizás sean años de separación, porque además Aitor no puede pasar la frontera.
Ainara LERTXUNDI
Con una media sonrisa inevitable, Nahikari Otaegi ultima los preparativos para presentarse en prisión con su hija Oihana, de siete meses. La culpa la tiene una condena de seis años por su militancia política. A su lado, Ekaitz, que en abril cumplió tres años, sonríe también tímidamente, pero en este caso por la sorpresa de la cámara y el trípode que ha invadido su espacio por unos minutos. La desconfianza inicial desaparece enseguida. Arropado por su aita, Aitor Mokoroa, y por su ama juega con el fotógrafo mientras abraza a su hermana. Los cuatro comparten confidencias. Y entre todo eso flota un pesado secreto.
Son días intensos, difíciles. El teléfono de Nahikari no deja de recibir mensajes de apoyo, por casa pasan familiares y amigos, las muestras de solidaridad se van multiplicando con las horas. Como ocurrió en el Boulevard de Donostia, donde miles de personas arroparon día y noche a los ocho condenados. Nahikari también fue partícipe de todo ello, pero el viernes no estuvo en Aske Gune. Lo pasó en casa, con su pareja y sus hijos. «No puedo explicar con palabras lo que sentí al ver a la Ertzaintza rompiendo esa barrera humana y llevándose uno a uno a mis compañeros. O al ver la marcha del día siguiente a Martutene», subraya.
En los últimos seis años, ha vivido la detención de amigos y la suya propia. En diciembre de 2007 ingresó en prisión acusada de ser miembro de Segi. En aquella macrorredada se llevaron a 26 jóvenes de Donostialdea, de los cuales 18 acabaron imputados. Otaegi estuvo año y medio en la cárcel, primero en Soto, en Madrid, y después, en Brieva, en Avila. Tras ese periodo, salió libre bajo fianza. En 2011, el Supremo español ordenó a la Audiencia Nacional reescribir la sentencia. La historia es sabida. «Un mes después, hizo pública la nueva sentencia, que, salvo unas frases sueltas de nuestros abogados, era idéntica a la anterior, incluso los mismos fallos gramaticales. Presentamos nuevamente el recurso y el resultado es el que ya conocéis».
«Son muchos años con esta historia a vueltas, y aunque intentas estar preparada para afrontar lo que va a venir, no es fácil concienciarte de que debes regresar a prisión. Cuando me enteré de la confirmación de la sentencia, solo quería estar en casa, con los míos. Fue un mazazo, más aún teniendo dos hijos pequeños. Y el solo hecho de pensar en la separación familiar... Pero luego me nació la necesidad de hablar, de denunciar, de explicar a la gente lo que estamos viviendo, porque en estos años te han criminalizado tanto que hasta dejas de ser persona», comenta. A su pesar es protagonista y debe atender a algunos medios, mientras prepara el momento de la despedida.
«Hemos pasado por momentos realmente difíciles, nuestras actuales circunstancias familiares son un plus añadido. Que en los próximos cuatro años y medio no podamos estar los cuatro juntos es una carga muy pesada», reconoce sentado a su lado Aitor Mokoroa. A partir de ahora, él se hará cargo de Ekaitz, ya que al haber cumplido en abril tres años no puede ingresar con su ama en prisión. Sí acompañará a su madre la pequeña, Oihana, de siete meses. Hay otro problema, la gota que colma el vaso de la crueldad: Aitor no podrá ir a verlas a Aranjuez, no puede cruzar la frontera.
«He decidido entrar con ella porque es muy pequeña y porque para mí, a nivel afectivo, supone mucho poder tenerla conmigo a todas horas, pese a que el entorno no es el más adecuado. Tenemos opción de sacarla de prisión cuando queramos, por lo que también estará con su aita y su hermano», añade Nahikari.
«Tanto desde la perspectiva de la madre como del hijo, se me hace realmente difícil que Ekaitz se tenga de separar de esta manera de su ama y su hermana. No sé cómo definirlo, no sé si llamarlo inhumano, pero lo que está claro es que se debería evitar una situación semejante. Y si bien es cierto que podemos sacar a Oihana, no debemos olvidar que la dispersión está de por medio, lo que reduce sobremanera esta opción, porque estamos hablando de niños pequeños. Si los viajes son duros para una persona adulta, imagínate para dos niños de siete meses y tres años», apunta Aitor. Unos lazos familiares contra los que la dispersión atenta directamente y a la que intentarán hacer frente de la mejor manera posible.
Nahikari debía escoger entre la cárcel de Valencia y la de Aranjuez. «Aunque nuestra situación es muy difícil, intentaremos superar este nuevo obstáculo de la mejor manera posible, tratando de mantener lo máximo posible los vínculos familiares. Y que los niños estén juntos el máximo tiempo posible y sigan disfrutando de esa complicidad entre hermanos».
Una vez al mes, Nahikari podrá tener un vis a vis familiar de una hora y media o dos horas, dependiendo de cada prisión. Cada tres meses dispondrá de un vis a vis familiar, de cuatro horas. «Las visitas ordinarias, a través del cristal, las hemos descartado porque para Ekaitz sería muy traumático verme a través de un cristal sin poder tocarnos, igual que para mí», explica Nahikari.
Se ha puesto en contacto con otra expresa vasca que estuvo en su situación: «Quería hacerme una idea de cómo será el ingreso, cómo es la vida adentro, qué voy a necesitar... Según me han contado, las celdas en el módulo de madres son más amplias, tienen una cama de matrimonio, una cuna y una bañera. Y salvo en la siesta y por la noche, las puertas están abiertas».
«Son muy pocas las cosas que puedo llevar conmigo -continúa-. En principio, no permiten que lleves tu propio coche de niños ni juguetes, pero me han dicho que lo intente, y que en ocasiones dejan que lleves los objetos favoritos del niño. Tampoco te dejan meter ni comida, ni leches infantiles, ni cremas especiales de bebés... Los biberones y chupetes están permitidos, pero para los termos y calienta biberones se debe pedir permiso por motivos de seguridad, pero espero no tener ningún problema al respecto», explica. La voz suena firme cuando anticipa su nueva vida, pero aprieta sus manos y su mirada se pierde por entre las paredes de la sala.
«Generación tras generación»
Las vidas de ambos han estado marcadas por la represión. «Te detienen, te torturan y te encarcelan por el mero hecho de hacer un trabajo político -narra Nahikari, ahora sí con un deje de indignación-. Hemos estado cuatro años en la calle en libertad condicional y ahora debemos volver prisión por otros cuatro años y medio».
Pese a esta espada de Damocles, Nahikari y Aitor se decidieron a crear una familia porque «queríamos tener niños siendo jóvenes. Nos han robado la mayor parte de nuestra juventud entre detenciones, juicios, recursos y la cárcel. Aitor y yo decidimos seguir con nuestra vida y no permitir que el Estado o los jueces españoles la condicionen todavía más, pero siendo conscientes de que iba ser muy difícil. Y lo está siendo».
«¿Por qué iba a detener mi vida a la espera de lo que decidieran? Lo preocupante es que no somo los únicos, son muchos los jóvenes imputados, encarcelados o la espera de juicio. Y eso es inaceptable. Ha llegado el momento de darle la vuelta a esto y decir alto y claro que no lo vamos a aceptar más», subraya.
«Vamos a estar cuatro años y medio separados. Yo soy exiliado político y no voy a poder verla en este tiempo. Es evidente que hay sufrimiento en una parte como en la otra. Por tanto, el reto que tenemos ante nosotros es claro: a ver qué hacemos para que nuestros hijos, y no me refiero solo a los nuestros sino a los de todos, no sigan sufriendo más. Si no solucionamos este conflicto de raíz, generación tras generación siempre estaremos en el mismo ciclo represivo», concluye Aitor.
Confía en «el protagonismo y la fuerza» de iniciativas como Aske Gunea para «poner ciertos límites al Estado y forzar una salida dialogada». «Todo esto pasará y ese día nos sentiremos muy orgullosos de nuestra militancia y haber hecho frente juntos a esta situación», afirma Aitor.
Mientras llega el día del reencuentro, agradecen todas y cada una de las muestras de apoyo: «Después de todo esto, es oxígeno». Un abrazo pone fin a la entrevista. Oihana y Ekaitz esperan en el parque.
«Está siendo
muy difícil,
pero decidimos
que no iban a
condicionar
nuestras vidas»
Nahikari Otaegi condenada a seis años de cárcel por su militancia política
Con Nahikari Otaegi y su familia, en vísperas de entrar en prisión
Son días repletos de ternura en la casa de Nahikari Otaegi, Aitor Mokoroa, Ekaitz y Oihana en Donibane Lohizune. Nahikari no estaba en Aske Gunea el viernes; apura en casa, con los suyos, los últimos días en libertad. Entrará en prisión con Oihana, de siete meses, mientras Aitor se queda con el mayor. Quizás sean años de separación, porque además Aitor no puede pasar la frontera.
Ainara LERTXUNDI
Con una media sonrisa inevitable, Nahikari Otaegi ultima los preparativos para presentarse en prisión con su hija Oihana, de siete meses. La culpa la tiene una condena de seis años por su militancia política. A su lado, Ekaitz, que en abril cumplió tres años, sonríe también tímidamente, pero en este caso por la sorpresa de la cámara y el trípode que ha invadido su espacio por unos minutos. La desconfianza inicial desaparece enseguida. Arropado por su aita, Aitor Mokoroa, y por su ama juega con el fotógrafo mientras abraza a su hermana. Los cuatro comparten confidencias. Y entre todo eso flota un pesado secreto.
Son días intensos, difíciles. El teléfono de Nahikari no deja de recibir mensajes de apoyo, por casa pasan familiares y amigos, las muestras de solidaridad se van multiplicando con las horas. Como ocurrió en el Boulevard de Donostia, donde miles de personas arroparon día y noche a los ocho condenados. Nahikari también fue partícipe de todo ello, pero el viernes no estuvo en Aske Gune. Lo pasó en casa, con su pareja y sus hijos. «No puedo explicar con palabras lo que sentí al ver a la Ertzaintza rompiendo esa barrera humana y llevándose uno a uno a mis compañeros. O al ver la marcha del día siguiente a Martutene», subraya.
En los últimos seis años, ha vivido la detención de amigos y la suya propia. En diciembre de 2007 ingresó en prisión acusada de ser miembro de Segi. En aquella macrorredada se llevaron a 26 jóvenes de Donostialdea, de los cuales 18 acabaron imputados. Otaegi estuvo año y medio en la cárcel, primero en Soto, en Madrid, y después, en Brieva, en Avila. Tras ese periodo, salió libre bajo fianza. En 2011, el Supremo español ordenó a la Audiencia Nacional reescribir la sentencia. La historia es sabida. «Un mes después, hizo pública la nueva sentencia, que, salvo unas frases sueltas de nuestros abogados, era idéntica a la anterior, incluso los mismos fallos gramaticales. Presentamos nuevamente el recurso y el resultado es el que ya conocéis».
«Son muchos años con esta historia a vueltas, y aunque intentas estar preparada para afrontar lo que va a venir, no es fácil concienciarte de que debes regresar a prisión. Cuando me enteré de la confirmación de la sentencia, solo quería estar en casa, con los míos. Fue un mazazo, más aún teniendo dos hijos pequeños. Y el solo hecho de pensar en la separación familiar... Pero luego me nació la necesidad de hablar, de denunciar, de explicar a la gente lo que estamos viviendo, porque en estos años te han criminalizado tanto que hasta dejas de ser persona», comenta. A su pesar es protagonista y debe atender a algunos medios, mientras prepara el momento de la despedida.
«Hemos pasado por momentos realmente difíciles, nuestras actuales circunstancias familiares son un plus añadido. Que en los próximos cuatro años y medio no podamos estar los cuatro juntos es una carga muy pesada», reconoce sentado a su lado Aitor Mokoroa. A partir de ahora, él se hará cargo de Ekaitz, ya que al haber cumplido en abril tres años no puede ingresar con su ama en prisión. Sí acompañará a su madre la pequeña, Oihana, de siete meses. Hay otro problema, la gota que colma el vaso de la crueldad: Aitor no podrá ir a verlas a Aranjuez, no puede cruzar la frontera.
«He decidido entrar con ella porque es muy pequeña y porque para mí, a nivel afectivo, supone mucho poder tenerla conmigo a todas horas, pese a que el entorno no es el más adecuado. Tenemos opción de sacarla de prisión cuando queramos, por lo que también estará con su aita y su hermano», añade Nahikari.
«Tanto desde la perspectiva de la madre como del hijo, se me hace realmente difícil que Ekaitz se tenga de separar de esta manera de su ama y su hermana. No sé cómo definirlo, no sé si llamarlo inhumano, pero lo que está claro es que se debería evitar una situación semejante. Y si bien es cierto que podemos sacar a Oihana, no debemos olvidar que la dispersión está de por medio, lo que reduce sobremanera esta opción, porque estamos hablando de niños pequeños. Si los viajes son duros para una persona adulta, imagínate para dos niños de siete meses y tres años», apunta Aitor. Unos lazos familiares contra los que la dispersión atenta directamente y a la que intentarán hacer frente de la mejor manera posible.
Nahikari debía escoger entre la cárcel de Valencia y la de Aranjuez. «Aunque nuestra situación es muy difícil, intentaremos superar este nuevo obstáculo de la mejor manera posible, tratando de mantener lo máximo posible los vínculos familiares. Y que los niños estén juntos el máximo tiempo posible y sigan disfrutando de esa complicidad entre hermanos».
Una vez al mes, Nahikari podrá tener un vis a vis familiar de una hora y media o dos horas, dependiendo de cada prisión. Cada tres meses dispondrá de un vis a vis familiar, de cuatro horas. «Las visitas ordinarias, a través del cristal, las hemos descartado porque para Ekaitz sería muy traumático verme a través de un cristal sin poder tocarnos, igual que para mí», explica Nahikari.
Se ha puesto en contacto con otra expresa vasca que estuvo en su situación: «Quería hacerme una idea de cómo será el ingreso, cómo es la vida adentro, qué voy a necesitar... Según me han contado, las celdas en el módulo de madres son más amplias, tienen una cama de matrimonio, una cuna y una bañera. Y salvo en la siesta y por la noche, las puertas están abiertas».
«Son muy pocas las cosas que puedo llevar conmigo -continúa-. En principio, no permiten que lleves tu propio coche de niños ni juguetes, pero me han dicho que lo intente, y que en ocasiones dejan que lleves los objetos favoritos del niño. Tampoco te dejan meter ni comida, ni leches infantiles, ni cremas especiales de bebés... Los biberones y chupetes están permitidos, pero para los termos y calienta biberones se debe pedir permiso por motivos de seguridad, pero espero no tener ningún problema al respecto», explica. La voz suena firme cuando anticipa su nueva vida, pero aprieta sus manos y su mirada se pierde por entre las paredes de la sala.
«Generación tras generación»
Las vidas de ambos han estado marcadas por la represión. «Te detienen, te torturan y te encarcelan por el mero hecho de hacer un trabajo político -narra Nahikari, ahora sí con un deje de indignación-. Hemos estado cuatro años en la calle en libertad condicional y ahora debemos volver prisión por otros cuatro años y medio».
Pese a esta espada de Damocles, Nahikari y Aitor se decidieron a crear una familia porque «queríamos tener niños siendo jóvenes. Nos han robado la mayor parte de nuestra juventud entre detenciones, juicios, recursos y la cárcel. Aitor y yo decidimos seguir con nuestra vida y no permitir que el Estado o los jueces españoles la condicionen todavía más, pero siendo conscientes de que iba ser muy difícil. Y lo está siendo».
«¿Por qué iba a detener mi vida a la espera de lo que decidieran? Lo preocupante es que no somo los únicos, son muchos los jóvenes imputados, encarcelados o la espera de juicio. Y eso es inaceptable. Ha llegado el momento de darle la vuelta a esto y decir alto y claro que no lo vamos a aceptar más», subraya.
«Vamos a estar cuatro años y medio separados. Yo soy exiliado político y no voy a poder verla en este tiempo. Es evidente que hay sufrimiento en una parte como en la otra. Por tanto, el reto que tenemos ante nosotros es claro: a ver qué hacemos para que nuestros hijos, y no me refiero solo a los nuestros sino a los de todos, no sigan sufriendo más. Si no solucionamos este conflicto de raíz, generación tras generación siempre estaremos en el mismo ciclo represivo», concluye Aitor.
Confía en «el protagonismo y la fuerza» de iniciativas como Aske Gunea para «poner ciertos límites al Estado y forzar una salida dialogada». «Todo esto pasará y ese día nos sentiremos muy orgullosos de nuestra militancia y haber hecho frente juntos a esta situación», afirma Aitor.
Mientras llega el día del reencuentro, agradecen todas y cada una de las muestras de apoyo: «Después de todo esto, es oxígeno». Un abrazo pone fin a la entrevista. Oihana y Ekaitz esperan en el parque.
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