La presidente Dilma Rousseff canceló su viaje a Japón.
Miles de personas se concentraron en la Iglesia de la Candelaria, en el centro de Rio de Janeiro, con el plan de marchar hacia el estadio Maracaná, donde se enfrentan España y Tahití. “¿Hay mucha gente en el Maracaná? Imagina en la fila de la emergencia de un hospital público?”, leían algunas de las pancartas.
Por el momento, las marchas están convocadas en unas 100 ciudades y nada presagia el fin de este movimiento apolítico, que carece de liderazgos identificados.
Las protestas, que han dejado perplejo al gobierno de izquierda de Dilma Rousseff y a la clase política en general, comenzaron exigiendo la revocación del aumento del precio del boleto de autobús, metro y tren. Pero rápidamente sumaron otros reclamos y denuncias, como los 15.000 millones de dólares de dinero de los contribuyentes destinados a la Copa Confederaciones y el Mundial 2014.
Los manifestantes, en su mayoría jóvenes educados y de clase media, expresan su indignación por el aumento del costo de vida y la mala calidad de los servicios, en momentos en que el país, mundialmente famoso por sus programas sociales que sacaron a millones de la pobreza, registra un decepcionante crecimiento económico y una inflación en alza.
También denuncian la corrupción arraigada en la política brasileña y reclaman mayores inversiones en educación, salud y seguridad.