opinión
Editorial del diario vasco GARA
Mariano Rajoy aprovechó el discurso de clausura de la asamblea anual del Instituto de Empresa Familiar para pedir, una vez más, sacrificios y generosidad al conjunto de la sociedad para salir de la crisis. Pero en el mismo momento en que el presidente español apelaba a la comprensión ciudadana, cerca de allí, en una clínica privada, el Jefe de Estado permanecía convaleciente a causa de un accidente sufrido en Botsuana, donde había acudido a cazar elefantes. Una actividad no solo deplorable para cualquiera que tenga una mínima sensibilidad ecológica y medioambiental, sino también muy cara, con un coste que supera el sueldo anual de varios trabajadores. Por ello, en esta ocasión la torpeza del Borbón no solo le ha devuelto al quirófano, sino que ha hecho inevitable el bochorno.
Sin embargo, puede decirse, y con más sentido que nunca, que con este caso el Estado español está mostrando su imagen real, la misma que ayer reflejaban los semanarios más prestigiosos del planeta, incapaces de comprender cómo una persona de la responsabilidad institucional que ostenta Juan Carlos de Borbón puede irse de safari a un país africano mientras el estado al que con su cargo representa se encuentra al borde de la quiebra. Las críticas han sido aceradas fuera de los límites del Estado, bastante más que dentro de sus fronteras, donde, en cualquier caso, lo impresentable de la situación ha hecho saltar más de una espita.
La imagen del Estado español es la imagen de su rey; herido, magullado, con sus facultades muy mermadas, pero incapaz de asumir su declive. Declive físico y de popularidad en un caso, de proyecto, en el otro. Hoy, las autoridades españolas no ven con temor solo su futuro económico, sino también el político, el propio modelo de estado. Quizá por ese motivo, porque son las dos caras de la misma moneda, pronto acallarán las críticas que han aflorado en los últimos días. El rey que impuso Franco es pieza clave en el engranaje institucional vigente desde la muerte del dictador. Van de la mano y probablemente acabarán hundiéndose juntos.
Mariano Rajoy aprovechó el discurso de clausura de la asamblea anual del Instituto de Empresa Familiar para pedir, una vez más, sacrificios y generosidad al conjunto de la sociedad para salir de la crisis. Pero en el mismo momento en que el presidente español apelaba a la comprensión ciudadana, cerca de allí, en una clínica privada, el Jefe de Estado permanecía convaleciente a causa de un accidente sufrido en Botsuana, donde había acudido a cazar elefantes. Una actividad no solo deplorable para cualquiera que tenga una mínima sensibilidad ecológica y medioambiental, sino también muy cara, con un coste que supera el sueldo anual de varios trabajadores. Por ello, en esta ocasión la torpeza del Borbón no solo le ha devuelto al quirófano, sino que ha hecho inevitable el bochorno.
Sin embargo, puede decirse, y con más sentido que nunca, que con este caso el Estado español está mostrando su imagen real, la misma que ayer reflejaban los semanarios más prestigiosos del planeta, incapaces de comprender cómo una persona de la responsabilidad institucional que ostenta Juan Carlos de Borbón puede irse de safari a un país africano mientras el estado al que con su cargo representa se encuentra al borde de la quiebra. Las críticas han sido aceradas fuera de los límites del Estado, bastante más que dentro de sus fronteras, donde, en cualquier caso, lo impresentable de la situación ha hecho saltar más de una espita.
La imagen del Estado español es la imagen de su rey; herido, magullado, con sus facultades muy mermadas, pero incapaz de asumir su declive. Declive físico y de popularidad en un caso, de proyecto, en el otro. Hoy, las autoridades españolas no ven con temor solo su futuro económico, sino también el político, el propio modelo de estado. Quizá por ese motivo, porque son las dos caras de la misma moneda, pronto acallarán las críticas que han aflorado en los últimos días. El rey que impuso Franco es pieza clave en el engranaje institucional vigente desde la muerte del dictador. Van de la mano y probablemente acabarán hundiéndose juntos.
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