miércoles, 20 de agosto de 2014

La desaparición de los cristianos.

La persecución de los cristianos y el Islam

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Hace un año conocí en Madrid a un médico libanés de religión musulmana chií, que me explicó que en el conflicto entre Israel y el mundo árabe, los cristianos y el resto de minorías, han sido con diferencia los colectivos peor parados. Se puede decir hoy que los cristianos en Oriente Medio casi prácticamente han desaparecido de Palestina y casi extinguido en Siria e Irak. La desaparición de los cristianos es paulatina en Egipto y Líbano. La población cristiana en Palestina representaba en 1950 alrededor del 15 por ciento de la población, hoy solo el 2. Podemos decir que el Cristianismo histórico en Oriente Medio se ha desangrado, ha sido asfixiado y definitivamente está agonizando con terribles dolores, en parte porque los cristianos de occidente no han hecho lo suficiente para que impedir que así sea. Cristo crucificado tiene el rostro de los miles de cristianos que luchan por su supervivencia en las tierras que evangelizaron el apóstol Tomás y el evangelista Marcos.
El Papa ha manifestado recientemente que hay que frenar la agresión islamista de Irak. La diplomacia y estas manifestaciones llegan tarde. El proceso de persecución contra los cristianos de oriente lleva décadas en marcha. Nos hemos puesto vendas en los ojos, cargados de complejos, respecto de la marginación y muerte civil de los cristianos en países musulmanes. Pero lo que está pasando en Irak ha de colmarnos. La masacre de cristianos y no cristianos en Irak reclama justicia, no venganza.
Gracias al testimonio directo del hermano caldeo Raad Salam y a las acuciantes noticias que llegan de los cristianos de los países musulmanes, urge una reacción enérgica de la comunidad cristiana en occidente, que también es comunidad política.
Si bien hay que recordar que también en Irak están siendo asesinados no sólo chíies, también suníes moderados y miembros de otras minorías, hemos de reclamar a los representantes de las comunidades musulmanas en occidente, y en España en particular, la condena de estos crímenes, que conminen a los Estados musulmanes a reconocer derechos civiles y religiosos a las minorías en igualdad de condiciones que en Occidente, y que se comprometan a erradicar en sus comunidades a los islamistas radicales.
Hay que exigir a nuestros Estados, respetuosos con los creyentes musulmanes, que ejerzan presión para que los cristianos de esas comunidades gocen de las mismas libertades que gozan los musulmanes aquí. No se puede entender que Occidente denuncie la falta de respeto a los derechos humanos en Israel, Siria, Corea del Norte, Cuba, China e incluso Rusia, y omita eso mismo en relación con los países musulmanes confesionales.
Tenemos que denunciar el silencio cómplice de quienes callan por los crímenes realizados a seres humanos por razón de sus creencias religiosas. Frente al asesino y agresor Estado Islámico de Irak, se me ocurre que no solo hace falta emplear la fuerza para defender a los Hijos de Dios en Irak y Siria, cristianos y no cristianos. Se me ocurre que esta causa, que es la defensa de los que están siendo asesinados y perseguidos por el islamismo radical, sea la causa que haga despertar la conciencia como comunidad política de los cristianos. Somos culpables de que Cristo esté siendo crucificado de forma repugnante en el nombre de Dios, si callamos, si no reaccionamos, si nos conformamos con rezar y si no intervenimos.
Exijo como miembro de este Pueblo cristiano, que mis obispos, mi Conferencia española y europea de obispos, con el obispo de Roma a la cabeza, no callen, reaccionen, exhorten en todas las eucaristías a rezar por nuestros hermanos perseguidos por su Fe en cualquier parte del mundo, e intervengan con todos sus medios, que son suficientes, para que la comunidad cristiana, constituida como comunidad política, ejerza una presión que sea insoportable para que esos políticos y gobernantes por los que solemos rezar en la oración de los fieles, se muevan de su poltrona y exijan el mismo respeto para los cristianos en países musulmanes que éstos reciben en los nuestros.
Ya no sólo es la marginación y la presión ejercida contra los cristianos de las comunidades de Santo Tomás y San Marcos, es la sangre derramada de los escasos miles que se han negado a abandonar la tierra de sus padres, la tierra primitiva de las comunidades históricas del Cristianismo en Asia, la que exige AUXILIO y JUSTICIA.
El Cristianismo es la religión más perseguida del planeta con más de 45 millones de víctimas a lo largo del siglo XX y 100 millones de perseguidos en el mundo, muchos de ellos en países musulmanes, según el informe de las Conferencias Episcopales Europeas de 2010, y con 105.000 muertos al año según la OSCE, en informe de 2011.
Las Cruzadas no fueron solo una empresa religiosa fueron también una empresa movida por la codicia de sus promotores que llevó incluso a saquear la cristiana Constantinopla. Hoy los cristianos en Oriente no luchan por una cruzada, sino por su supervivencia, y con ella, la de todos por salvar el testimonio cristiano histórico en la Tierra de Jesús, Palestina, Siria, Líbano, Egipto y Babilonia. Nuestra conciencia como Pueblo cristiano está unida a la suerte de nuestros hermanos de Oriente y sufre con ellos, porque ya no es la marginación social y el exilio, sino los delitos de sangre los que han hecho desaparecer la presencia cristiana en Siria y ahora en Irak.
Es intolerable que desde las comunidades musulmanas en occidente no se haga más, que desde los Estados musulmanes se dé muerte civil a los cristianos, y que desde Europa se defienda la lucha contra el maltrato animal y se calle, con la honrosa excepción de la laica Francia, frente al exterminio de los cristianos y miembros de otras minorías en países musulmanes. Realmente cuán detestable es la actitud de la Unión Europea y de una parte significativa de la opinión pública. Cómo es posible denunciar lo que está pasando en Gaza y callar sobre lo que está pasando en Mosul, donde la minoría cristiana está siendo exterminada. Ese doble rasero hipócrita expone la miseria y debilidad moral del pensamiento hasta hace poco imperante en la opinión pública europea.
Si pienso en lo que mueve a tres chicas a viajar desde España para servir de todas las formas al califa del Estado Islámico de Irak, no puedo dejar de preocuparme por lo que se nos viene encima y por lo que ya tenemos. Es momento de tomarnos en serio exigir a todos los niveles a los países que se lucran con Occidente y fomentan o financian el islamismo radical, el respeto a las comunidades minoritarias en sus países de origen. No hay intereses comerciales que puedan comprar una conciencia tranquila. Los intereses de grupos empresariales europeos e incluso las simpatías personales, como la mostrada constantemente por nuestro ex Jefe de Estado, hacia los países musulmanes no puede hacerse a costa de sacrificar los derechos y la integridad física de personas que por razones religiosas o políticas son perseguidas en ellos. Los intereses comerciales podrán justificar una política exterior determinada, pero ¿es sostenible defender esta política ante el caos y el polvorín que la formación del Estado Islámico está provocando en la zona y que amenaza seriamente con extenderse a otros países? No es terrorismo de Al-Qaeda, el islamismo radical cuenta con un proyecto político expansionista que supera el nacionalismo árabe y que cuenta con medios y con muchos adeptos. La inseguridad política y jurídica perjudica ya los intereses económicos occidentales (Libia ha sido un buen ejemplo para España).
Ha sido la debilidad moral y la miopía manifestada por Occidente al respecto la principal causa por la que la paz global esté herida de muerte. Si los derechos de las minorías no son respetados por los Estados, éstos acaban siendo una amenaza también para sus vecinos. Es inexplicable que habiendo millones de musulmanes viviendo en Europa y siendo respetados sus derechos, no se exija reciprocidad en el mismo sentido. Y esto no lo pienso yo sólo, lo pensamos millones de cristianos, y seguro también buena parte de nuestro clero.
No es terrorismo frente a lo que hay que luchar, es frente a una degeneración y perversión de la fe religiosa que lleva al ser humano a despreciar tanto su vida que busca a través de la guerra y la destrucción el sentido de su existencia. La Yihad representa en el contexto del siglo XXI, no una guerra en nombre de Dios sino en nombre del Caos y del Odio a todo aquello que representa bondad, verdad y la belleza en toda criatura de Dios.
Por eso el Dios de nuestros padres es misericordioso, porque de Él hay en todas sus criaturas, y por ende, sagradas y dignas de respeto, incluso si creemos que se equivocan. Por ello, todos los que no están dispuestos a odiar son asesinados hoy en Irak y en Siria y son despreciados y marginados en Egipto.
El Islam ha de comprender que Occidente no es una amenaza para sus jóvenes ni una amenaza para la autoridad de sus jefes religiosos, sino un vecino y un socio con el que debe entenderse respetuosamente porque no es tan amoral como parece ni tan necio como aparenta.
Si el miedo genera odio, entonces combatamos el miedo con el conocimiento y el respeto mutuos. Descubramos que ambos podemos avergonzarnos de haber cometido aberraciones en nombre de Dios. Después de más de mil años desde la primera cruzada, le toca al Islam abandonar la partida que el Cristianismo abandonó hace siglos.

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