ARGENTINA-CUBA
María Rosa: Flor de la escuela
por José Luis Méndez Méndez
La Escuela José de San Martín comenzó a funcionar después del
restablecimiento de relaciones entre los dos países. La llegada a Argentina
de funcionarios diplomáticos y comerciales cubanos, con sus familiares,
supuso la presencia de niños que habían arribado en edad escolar y debían
iniciar o continuar sus estudios primarios.
La decisión fue crear esta escuela anexa a la Embajada de Cuba en Buenos
Aires. Para dirigirla fue seleccionada una joven pedagoga cubana con años
de experiencia, que en el momento de su nombramiento era metodóloga
provincial del Ministerio de Educación de Cuba y muy capacitada, Sanchica
Tirsa Guevara Valido, esposa de un funcionario diplomático acreditado.
Se seleccionó el local apropiado, ubicado en la calle Arribeños, casi
esquina a Teodoro García, en el barrio de Belgrano, a tres cuadras de la
sede de la Embajada de Cuba. Hoy es un predio de la Universidad de
Belgrano, sita muy cerca de ese lugar.
La escuela comenzó a funcionar en septiembre de 1973. El claustro se
nutrió de personal mixto argentino y cubano, las tareas administrativas
fueron asumidas por laboriosas jóvenes argentinas, asistidas por las madres
de los menores, que de forma voluntaria apoyaban el normal
funcionamientodel centro.
Sanchica ofrece su testimonio: "Recuerdo que llegamos a tener cerca de 20
niños y adolescentes de diversas edades, desde los años de primaria hasta
toda la secundaria. Incluso, había de pre escolar y más pequeños. Se había
formado un equipo docente muy preparado, María del Carmen Izaguirre, era
maestra titular, ella impartía las asignaturas del nivel secundario, yo
asumí las clases de español en ese nivel. Su esposo se llamaba Carlos, era
chofer en la Embajada. Eran argentinos muy nobles y trabajadores, sentí
mucho cuando los secuestraron, el mismo día del golpe militar. Nunca más
los vi. Me alegra saber que viven, pensé que habían desaparecido, todo fue
tan terrible".
Mirtha Cobelo Martínez, otra cubana esposa de un funcionario, era maestra
de primaria, junto a Dalia, de quien no recuerdo su apellido, compartían
los deberes. "Cuando viajábamos a Cuba de vacaciones nos actualizábamos de
los programas de estudio. Si había un solo niño en un grado, se le daba lo
correspondiente a ese nivel. Había que realizar un esfuerzo grande, los
niños eran aplicados, con buena disciplina, formamos un equipo cohesionado".
Una de las jóvenes argentinas contratadas para labores de apoyo, fue María
Rosa Clementi de Cancere, argentina, nacida en Capital Federal el 19 de
abril de 1945. Era casada y tenía una hija menor y se caracterizaba por su
responsabilidad y cumplimiento cabal de sus obligaciones. Su trato jovial,
alegre, la destacaba en el colectivo. Era muy querida por todos. Sanchica,
tiene de ella los mejores recuerdos.
María Rosa era muy activa, cuidaba de los niños menores con amor y
dedicación, ayudaba en la limpieza como hacíamos todos, pero su labor era
el cuidado de los menores. Sentí mucho su secuestro, fue tan abrupto ese
día. Nos despedimos cerca de las 4 de la tarde, y nunca más la vi. Para
nosotros los cubanos el secuestro y desaparición eran algo nuevo, no lo
entendíamos, una experiencia tremenda, una impotencia total. Una amiga se
había perdido y no podía hacer nada, solo consolar a su esposo Antonio.
Cuando mi esposo Orlando y yo regresamos a Cuba, por haber terminado la
misión diplomática, en noviembre de 1976, no habíamos recibido todavía
noticias de ella, creo que nunca se encontró, ni se supo a dónde la
llevaron, qué fue de ella, algo muy triste.
El martes 3 de agosto de 1976, María Rosa llegó temprano a la Escuela.
Tenía deberes por cumplir y lo haría antes de la llegada de los chicos. El
día laboral transcurrió normal, todavía se comentaba lo bonita y alegre que
había estado la conmemoración del 26 de Julio, fecha Patria, que
tradicionalmente se festeja en Cuba, ocasión en que los estudiantes
realizaron actuaciones de canto y baile.
Concluida su labor, María Rosa, como de costumbre, se dirigió a su casa en
San Blas 5333 departamento No. 1, donde su esposo y su hija Paula Andrea,
la esperaban. Nunca llegó, fue secuestrada en el trayecto. Nunca más se
supo de ella. Tenía 31 años de edad.
La noticia conmocionó a familiares y compañeros de trabajo, de inmediato
se hicieron indagaciones y denuncias de su desaparición, el tiempo era
vital en estos casos. Su esposo, Antonio Alberto Cancere, era miembro del
Comité Central del Partido Comunista Argentino, entonces todavía en la
legalidad.
Cancere presentó su solicitud ante la Conferencia Episcopal Argentina, con
el ruego de ser recibido por su Presidente, el Sr. Cardenal Raúl F.
Primatesta. El 6 de agosto, el Secretario General de la misma, Monseñor
Carlos Galán, acusó recibo del pedido informándole que el Cardenal no lo
recibiría en audiencia, pero tomaría nota para obrar dentro de sus
posibilidades.
Tres días después, el 9 de agosto, nuevamente la Nunciatura envió una nota
al afligido esposo, en la misma se decía haber recibido la nota de Cancere
del día 5 y expresaba: "Lamento sinceramente lo ocurrido, de la misma
manera que mucho me afecta el dolor de otros hogares que se dirigen al
Nuncio Apostólico en busca de una solución al angustioso momento en que
viven".
"Puedo asegurarle, que dentro del límite de mis posibilidades, me
interesaré del caso, señalando a las autoridades el hecho, por eso no es
necesario que venga a la Nunciatura. Dios nuestro Señor, en cuyas manos
están los corazones de los hombres no faltará de ayudarle. Así lo espero y
para ello rezo".
Cancere se dirigió también al Arzobispado de Buenos Aires que, el 9 de
agosto, respondió a su nota del 5 de agosto por indicaciones del Sr.
Vicario, donde acusaba recibo de la denuncia. El documento lo firmaba
Carlos Hernando, Prosecretario y Vicecanciller.
El 17 de agosto, Cancere recibe una carta del Comandante del 1er Cuerpo de
Ejército, donde le daban respuesta a su denuncia. Se le informaba que, pese
a las exhaustivas averiguaciones realizadas, no existían antecedentes de la
presunta detención de su esposa en el área correspondiente al mencionado
Cuerpo de Ejército. El 24 del propio mes, le reiteran la respuesta a su
carta con igual contenido.
El 5 de septiembre, Cancere envía una carta al Comandante en Jefe de la
Armada Nacional, Almirante Emilio E. Massera, en la que le remite un
resumen de sus acciones para encontrar a María Rosa. En el primer párrafo
de la misiva escribió: "El día tres de agosto próximo pasado mi esposa
María Rosa Clementi de Cancere, salió de la Embajada de Cuba, sita en
Virrey del Pino 1810, Capital Federal, donde se desempeñaba como empleada
administrativa, para dirigirse a nuestro domicilio alrededor de las 16
horas, pues debía esperar a nuestra hijita que volvía del colegio".
Después expresaba que desde esa fecha no había podido localizar el
paradero de María Rosa, a pesar de las gestiones realizadas y que describía
en la carta. Enumeró doce acciones, dirigidas al Presidente de la Nación,
instancias de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior, a
religiosas ya descritas y los recursos de Hábeas Corpus interpuestos ante
un Juez Penal.
Avanzada la carta, Antonio intercala un párrafo, que denota la acción de
los cuerpos represivos argentinos previos al secuestro en contra del
personal de la Embajada. Así lo describe: "Debo decir al Señor Comandante,
que pese a conocer las vicisitudes del momento histórico en que nos toca
vivir, no entiendo cómo puede ser, que no se pueda conocer el paradero de
una ciudadana, que fuera seguida por personal de los servicios de seguridad
y que pese a ello no recurrió a ningún subterfugio, ni a ocultarse pues su
proceder siempre ha sido correcto y el indicado en la defensa de las
libertades y de las instituciones.
Cancere pide una entrevista al golpista Massera y en su argumento le dice
en la misiva: le pido me conceda una entrevista personal, pues creo que
podré aportar datos que serán de suma utilidad para la ubicación de mi
esposa por parte de la Marina de Guerra.
El 7 de septiembre de 1984, el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo
Criminal y Correccional Federal No. 3 Secretaría No. 9, a cargo del Juez
Federal Dr. Néstor L. Blondi, recibe la documentación acumulada sobre el
caso de María Rosa, en el expediente 2053, en la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas.
El 24 de mayo de 1995, la Subsecretaria de Derechos Humanos y Sociales del
Ministerio del Interior expidió una certificación de la Ley 24.321,
solicitada por Paula Andrea Cancere, hija de María Rosa, nacida el 20 de
diciembre de 1969 a las 13 y treinta horas, para poder recibir la
indemnización compensatoria que esa Ley le otorga a los familiares de
desaparecidos. Ella recibió la certificación conforme el 27 de junio de
1995.
El 10 de febrero de 1998, se expide un duplicado de la certificación,
nuevamente solicitada por la hija de María Rosa, la retira la abogada Wanda
Fragale. Con igual fecha Paula Andrea envía una comunicación a su, hasta
entonces, representante legal por medio del correo argentino, donde le in-
forma que revocó el poder general judicial y administrativo otorgado y lo
insta a abstenerse de realizar cualquier gestión en representación de ella.
El 16 de marzo de 1999, otro abogado, Roberto Javier Sortino, retira otro
duplicado de la certificación, igualmente solicitada por Paula Andrea, el 4
de marzo, a la edad de 29 años. Alegó ante la policía de Olivos, provincia
de Buenos Aires, el extravío de la anterior recibida.
Antonio se casó nuevamente con la uruguaya María Elizabeth Matonte Ojeda,
nacida el 1 de abril de 1949, de cuya unión tuvieron dos hijos varones,
llamados Emilio Cancere, nacido el 28 de marzo de 1988 y Pablo Daniel
Cancere, el 25 de enero de 1992. En 1999, residían en la calle José Barros
Pazos 1.724, Buenos Aires, Capital Federal. Antonio Alberto murió y su hija
y nueva esposa, tramitaron la terminación de su juicio sucesorio, por medio
de un poder que otorgaron a un abogado.
María Rosa vive en la memoria de Sanchica, de su esposo Orlando Hernández
Rodríguez, también funcionario diplomático de la Embajada de Cuba y de
otros compañeros que compartieron momentos de alegría con ella. Su hija
Paula Andrea, recibió asistencia médica especializada para reponerse de la
pérdida de su madre, ella tenía 6 años cuando su madre le dio un beso de
despedida antes de salir para la escuela donde estudiaba. Prefiere
recordarla así, no ha sido posible entrevistarla para conocer de primera
mano lo acontecido, el dolor está aún presente en la familia.