Amy Goodman
Eso es lo que se disponía a hacer en diciembre de 2001 el camarógrafo de Al-Jazeera Sami al-Hajj al ingresar a Afganistán desde Pakistán para cubrir las operaciones militares que desarrollaba Estados Unidos en el lugar. Si bien a su compañero de trabajo se le permitió el ingreso, al-Hajj fue arrestado en lo que se convertiría en una angustiosa y escalofriante odisea que duraría casi siete años. La mayor parte de ese tiempo la pasaría como el prisionero número 345, único periodista detenido en la prisión de Guantánamo. Cabe aclarar que nunca se presentaron cargos en su contra. Al-Hajj se encuentra en libertad en este momento, de regreso a su puesto de trabajo en Al-Jazeera y junto a su familia. Sus recuerdos de los horrores vividos durante el período de detención bajo custodia de Estados Unidos deberían ocupar un lugar central en las deliberaciones que se llevarán a cabo próximamente de cara a la confirmación del nombramiento de John Brennan, elegido por Obama como nuevo Director de la CIA. Han pasado once años desde la apertura de la prisión de Guantánamo y cuatro años desde que el Presidente Obama prometió clausurarla en el correr del siguiente año.
Baher Azmy, director legal del Centro por los Derechos Constitucionales habla sobre la importancia de que Sami al-Hajj pueda relatar ahora lo sucedido. “La historia de al-Hajj habla con mucha elocuencia acerca de lo que han sufrido cientos de detenidos que no pueden contar su historia. Al-Hajj habla con mucha elocuencia, pero quien lo escucha debe tener en cuenta que no se trata de un caso excepcional. Dejando de lado el hecho de que su caso fue reivindicado por tratarse de un periodista de Al-Jazeera, la brutalidad que padeció en Afganistán, el hecho de que se le impidiera ingresar por motivos políticos o por haber caído como víctima de un cazador de recompensas, la arbitrariedad de su detención en Guantánamo y la brutalidad con la que fue tratado allí, es una historia que podrían repetir cientos de veces personas que poseen voces más suaves o menos elocuentes que la suya.”
Estuve con Sami al-Hajj el mes pasado en la sede de Al-Jazeera en Doha, Qatar. Actualmente dirige la oficina de derechos humanos y libertades públicas de la red. Alto y distinguido con su túnica blanca, vestimenta común para los hombres en Qatar, al-Hajj me contó, en su mejor inglés, lo que tuvo que resistir.
“Me llevaron al aeropuerto de Kandahar junto a otras personas. Pasamos cinco meses en Kandahar. Y allí en Kandahar comenzaron a interrogarme, me preguntaron todo acerca de mí, desde el comienzo, desde que nací hasta que me arrestaron.” Con grilletes y encapuchado lo empujaron del avión de transporte, cayó y se quebró la rótula contra el asfalto. A pesar de eso, igual lo obligaron a caminar hacia un edificio donde había gente gritando. Lo ubicaron en el centro de un círculo formado por soldados estadounidenses que le apuntaban a la cabeza.
Quienes lo interrogaban creían que había filmado la última entrevista conocida con Osama bin Laden. Sami Al-Hajj afirma haberles dicho: "Les dije: ‘No soy la persona que filmó a Osama bin Laden porque en ese momento yo estaba en Doha. Mi pasaporte dice eso, y los pasajes también dicen eso. No soy la persona que buscan. Y no tendría miedo de decir que filmé a Osama bin Laden. Es mi trabajo, es lo que hago. Si en este momento tuviera la oportunidad de filmar a Osama bin Laden, lo haría sin remordimientos porque es mi trabajo.” Al-Hajj dice que sus captores reconocieron que tenían al camarógrafo equivocado y prometieron liberarlo. Sin embargo, permaneció en una prisión bajo custodia de Estados Unidos en Kandahar durante cinco meses.
El 13 de junio de 2002, le colocaron grilletes, lo encapucharon y lo llevaron en avión, según piensa, junto a otras 40 personas, a Guantánamo. Durante el viaje, se les negó comida, agua y acceso a los baños. Además, se los golpeaba si intentaban dormir. En Guantánamo, continuaron los interrogatorios.
“Me dijeron que mi historia estaba limpia, que no tenía nada, pero dijeron: ‘Ahora estás en Guantánamo y esperamos la decisión que tome el Pentágono para liberarte. Hasta que llegue ese momento, queremos que tengas paciencia y que cooperes con nuestra gente.’”
Quedó claro lo que sus captores querían decir con "cooperar": "Me dijeron: ‘Tenemos entendido que quieres estar de nuestro lado, trabajar con nosotros’. Y empezaron a ofrecerme la nacionalidad estadounidense y hacerse cargo de cuidar a mi familia si trabajaba con ellos en la CIA. Debía continuar con mi trabajo en Al-Jazeera y enviarles información acerca del vínculo entre Al-Jazeera y al-Qaida y los terroristas y algunas personas de Medio Oriente. Por supuesto que me negué a hacerlo. Les dije: ‘Soy periodista y moriré siendo periodista.’"
Sami al-Hajj afirma haber sido torturado en repetidas oportunidades. Finalmente, inició una huelga de hambre de más de 400 días y, como respuesta, fue dolorosa y violentamente alimentado a la fuerza. No limpiaban los tubos entre prisionero y prisionero, por lo que estaban cubiertos de sangre.
John Brennan fue director del Centro Nacional para la Lucha contra el Terrorismo durante la presidencia de George W. Bush y se dice que fue la primera elección del Presidente Obama para dirigir la CIA. Brennan dejó de ser considerado para el cargo debido a las quejas existentes respecto a que había apoyado públicamente las políticas de la CIA conocidas como “técnicas avanzadas de interrogatorio” y “rendición extraordinaria”. Ahora que están por comenzar las audiencias para su confirmación como director de la CIA en el Senado, es importante pensar en el significado real de las expresiones “interrogatorio avanzado” y “rendición”. Es importante tener presente la historia de Sami al-Hajj.
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2012 Amy Goodman