Por Carlos Aznárez
Director de Resumen Latinoamericano
Al comandante Hugo Chávez nunca le asustaron los desafíos. Muy por el contrario, frente a ellos, siempre ha puesto el cuerpo.
Cuando allá por fines de febrero de1989 se indignó hasta lo indecible al saber que sus hermanos de armas volvían a masacrar al pueblo pobre que insurgió en el Caracazo contra la barbarie fondomonetarista de Carlos Andrés Pérez, Chávez no dudó de que ese era un punto de inflexión en su relación con las Fuerzas Armadas. Incluso lo puso por escrito en un poema de emergencia que escribió para homenajear a su camarada Felipe Acosta Carlés, asesinado en esas tristes jornadas por los mismos que balearon al pueblo desarmado: "Mataron a Felipe Acosta / a Felipe Acosta Carlés / quien lo mató no imagina / lo que vendrá en adelante...". A partir de ese momento, el otrora teniente coronel se abocó concienzudamente a la tarea de llevar adelante el juramento hecho frente al Samán de Güere, el 17 de diciembre de 1982, cuando con otros dos militares (el citado Acosta Carlés y Jesús Urdaneta) echaba a rodar clandestinamente el Ejército Bolivariano Revolucionario 200, que después del Caracazo cambiaría de nombre por el de MBR 200. La proclama no podía ser más esclarecedora: "Juro que no daré tranquilidad a mi alma /ni descanso a mi brazo / hasta no ver rotas las cadenas / que oprimen a mi pueblo". Y terminaba con una advertencia que luego se hizo carne en todos los que se fueron sumando al Movimiento: "Elección popular / tierras y hombres libres / horror a la oligarquía".
Tiempo después. cuando en otro febrero luminoso de heroicidades y valentías, le tocó perder para ganar, el "por ahora" fue como un desafío a sí mismo, y dejó claro que en desde cárcel o desde el llano, lo que no pudo lograrse por las armas se revertiría en millones de votos, y que finalmente la Patria se despegaría de tanta iniquidad y represión.
Sólo pasaron dos años, cuando en 1994 Chávez salió de prisión y en uno de esos viajes que marcan historia, llegó a Cuba a abrazarse con Fidel, y establecer las bases para una nueva promesa que cumpliría con creces: volver más adelante y en condiciones personales y grupales totalmente diferentes, para agradecer el afecto recibido por parte de los revolucionarios cubanos y gestar una hermandad de rebeldía que durase toda la vida.
El Chávez militar, el Chávez candidato y finalmente el Presidente de todos aquéllos y aquéllas que descubrieron que por primera vez alguien hablaba con su misma voz y con similares deseos, se convirtió en artífice de realidades, que por parecer inalcanzables, casi nadie las veía como posibles. De su mano y del apoyo multitudinario de sus seguidores incondicionales, llegó la nueva Constitución, las primeras medidas revolucionarias, la cadena de solidaridades internas y externas con quienes más lo precisan, el rescate de Bolívar y con él, de sus enseñanzas, que otros desde el poder habían vilipendiado.
Siempre que se presentó una contingencia difícil, Hugo Chávez contó con el respaldo de quienes forjan la Patria desde su subsuelo y cuando llegan a la superficie, dan pruebas repetidas de lealtad y coraje. Así pasaron los dos golpes, el de los payasos oligarcas encabezados por Carmona y Fedecámaras, hasta la asonada petrolera, de los gerentes cuasi gringos de PDVSA. En ambos, el desafío era enorme para imaginar una victoria, pero aún en los peores momentos de su secuestro en La Orchila o del criminal desabastecimiento de alimentos de aquella oscura Navidad del 2002, el Comandante no perdió la confianza y se apuntó doble victoria, sellando una comunión indestructible con su pueblo, esa que le hizo decir, emocionado: "Amor con amor se paga".
La Revolución Bolivariana ha ido acumulando en los últimos 13 años, espacios de poder popular que se fueron convirtiendo en el reaseguro indispensable para ahuyentar la codicia enemiga. Tanto de los de afuera (imperialistas yanquis y europeos, trasnacionales, sionistas y otras lacras) como la de los pusilánimes de la burguesía interna, incluidos también esas aves de rapiña que cada tanto revolotean en los suburbios del propio proceso. En otras palabras, el enemigo dentro de la Revolución, que espera la ocasión para dar el zarpazo. O los errores de cálculo o apreciación, que en algunas ocasiones generaron reproches en el campo de los revolucionarios.
Estas contingencias, que se han repetido año a año, elección a elección, no se resolvieron milagrosamente, sino con el ejercicio dialéctico de valorar todo lo que la Revolución Bolivariana significa para el campo de la lucha anticapitalista y antiimperialista. Y en especial para avanzar hacia una sociedad socialista. Algo que deben tener siempre en cuenta aquellos más escépticos o desconfiados, que desacreditan todo lo andado. Sólo ha de bastarles con ver el comportamiento del Imperio con respecto a la Revolución y su líder, para echar por tierra cualquier duda. O estudiar detenidamente los lazos de gigantesca solidaridad que Cuba y Venezuela, o ésta y cada país del continente, han construido. A `partir de esas verdades, es más sencillo saber en qué lado de la vereda cada cual se coloca.
No obstante, ahora mismo, el Comandante Chávez tiene por delante dos importantes desafíos. En ambos, ha decidido dejar de lado, como en casi toda su gestión, cualquier tipo de especulación triunfalista. Se trata de escenarios donde sólo se vence con la verdad por bandera.
En la pelea que libra en defensa de su propia salud (sabiendo que tras estas palabra de cinco letras, se juega el futuro de Venezuela y de buena parte de Latinoamérica), ha tomado el toro por los cuernos, y dicho su verdad sin ningún tipo de camuflaje. Se sabe: donde hubo cáncer, hay peligro, pero esta posibilidad, aunque se diera, no significa muerte, que es lo que tantas aves carroñeras que adversan al proceso revolucionario, desean ver. Y como aquel momento de febrero del 92, cuando asumió su responsabilidad en el movimiento insurgente, y logró a partir de ese momento oir y sentir el cariño de su pueblo, ahora vuelven a repetirse esas escenas de profundo amor hacia quien tanto les ha dado. Con esa carga amorosa dentro de su mochila, cualquier mortal se llena de antídotos para vencer los embates golpistas.
La otra situación a superar, no es tan dificultosa, pero todo indica que no hay que dormirse en los laureles. El 7 de octubre, hay que salir a ganar o ganar. Y para ello hay que votar o votar. No vale dormir la siesta de los despreocupados, ni inventarse posiciones maximalistas frente a las urnas. Por supuesto que hay países en que los votos no sirven para nada, ya que los elegidos en cada ocasión se burlan de sus electores, dia a día, año a año. Pero eso no sirve para aplicar a Venezuela. Allí, por todo lo sabido y archicomentado, los sufragios fueron generando la gasolina del tren revolucionario. Además, las vías por la que circula abarcan todo el territorio latinoamericano y del Tercer Mundo. Resultaría suicida que alguien trate de boicotear desde posiciones puristas ese avance arrollador. El 7 de octubre, Chávez volverá a demostrar que con él, los desafíos se convierten en acicate para enfrentarlos con toda la fuerza que otorga el saberse referente de una causa que no merece ser truncada.
Director de Resumen Latinoamericano
Al comandante Hugo Chávez nunca le asustaron los desafíos. Muy por el contrario, frente a ellos, siempre ha puesto el cuerpo.
Cuando allá por fines de febrero de1989 se indignó hasta lo indecible al saber que sus hermanos de armas volvían a masacrar al pueblo pobre que insurgió en el Caracazo contra la barbarie fondomonetarista de Carlos Andrés Pérez, Chávez no dudó de que ese era un punto de inflexión en su relación con las Fuerzas Armadas. Incluso lo puso por escrito en un poema de emergencia que escribió para homenajear a su camarada Felipe Acosta Carlés, asesinado en esas tristes jornadas por los mismos que balearon al pueblo desarmado: "Mataron a Felipe Acosta / a Felipe Acosta Carlés / quien lo mató no imagina / lo que vendrá en adelante...". A partir de ese momento, el otrora teniente coronel se abocó concienzudamente a la tarea de llevar adelante el juramento hecho frente al Samán de Güere, el 17 de diciembre de 1982, cuando con otros dos militares (el citado Acosta Carlés y Jesús Urdaneta) echaba a rodar clandestinamente el Ejército Bolivariano Revolucionario 200, que después del Caracazo cambiaría de nombre por el de MBR 200. La proclama no podía ser más esclarecedora: "Juro que no daré tranquilidad a mi alma /ni descanso a mi brazo / hasta no ver rotas las cadenas / que oprimen a mi pueblo". Y terminaba con una advertencia que luego se hizo carne en todos los que se fueron sumando al Movimiento: "Elección popular / tierras y hombres libres / horror a la oligarquía".
Tiempo después. cuando en otro febrero luminoso de heroicidades y valentías, le tocó perder para ganar, el "por ahora" fue como un desafío a sí mismo, y dejó claro que en desde cárcel o desde el llano, lo que no pudo lograrse por las armas se revertiría en millones de votos, y que finalmente la Patria se despegaría de tanta iniquidad y represión.
Sólo pasaron dos años, cuando en 1994 Chávez salió de prisión y en uno de esos viajes que marcan historia, llegó a Cuba a abrazarse con Fidel, y establecer las bases para una nueva promesa que cumpliría con creces: volver más adelante y en condiciones personales y grupales totalmente diferentes, para agradecer el afecto recibido por parte de los revolucionarios cubanos y gestar una hermandad de rebeldía que durase toda la vida.
El Chávez militar, el Chávez candidato y finalmente el Presidente de todos aquéllos y aquéllas que descubrieron que por primera vez alguien hablaba con su misma voz y con similares deseos, se convirtió en artífice de realidades, que por parecer inalcanzables, casi nadie las veía como posibles. De su mano y del apoyo multitudinario de sus seguidores incondicionales, llegó la nueva Constitución, las primeras medidas revolucionarias, la cadena de solidaridades internas y externas con quienes más lo precisan, el rescate de Bolívar y con él, de sus enseñanzas, que otros desde el poder habían vilipendiado.
Siempre que se presentó una contingencia difícil, Hugo Chávez contó con el respaldo de quienes forjan la Patria desde su subsuelo y cuando llegan a la superficie, dan pruebas repetidas de lealtad y coraje. Así pasaron los dos golpes, el de los payasos oligarcas encabezados por Carmona y Fedecámaras, hasta la asonada petrolera, de los gerentes cuasi gringos de PDVSA. En ambos, el desafío era enorme para imaginar una victoria, pero aún en los peores momentos de su secuestro en La Orchila o del criminal desabastecimiento de alimentos de aquella oscura Navidad del 2002, el Comandante no perdió la confianza y se apuntó doble victoria, sellando una comunión indestructible con su pueblo, esa que le hizo decir, emocionado: "Amor con amor se paga".
La Revolución Bolivariana ha ido acumulando en los últimos 13 años, espacios de poder popular que se fueron convirtiendo en el reaseguro indispensable para ahuyentar la codicia enemiga. Tanto de los de afuera (imperialistas yanquis y europeos, trasnacionales, sionistas y otras lacras) como la de los pusilánimes de la burguesía interna, incluidos también esas aves de rapiña que cada tanto revolotean en los suburbios del propio proceso. En otras palabras, el enemigo dentro de la Revolución, que espera la ocasión para dar el zarpazo. O los errores de cálculo o apreciación, que en algunas ocasiones generaron reproches en el campo de los revolucionarios.
Estas contingencias, que se han repetido año a año, elección a elección, no se resolvieron milagrosamente, sino con el ejercicio dialéctico de valorar todo lo que la Revolución Bolivariana significa para el campo de la lucha anticapitalista y antiimperialista. Y en especial para avanzar hacia una sociedad socialista. Algo que deben tener siempre en cuenta aquellos más escépticos o desconfiados, que desacreditan todo lo andado. Sólo ha de bastarles con ver el comportamiento del Imperio con respecto a la Revolución y su líder, para echar por tierra cualquier duda. O estudiar detenidamente los lazos de gigantesca solidaridad que Cuba y Venezuela, o ésta y cada país del continente, han construido. A `partir de esas verdades, es más sencillo saber en qué lado de la vereda cada cual se coloca.
No obstante, ahora mismo, el Comandante Chávez tiene por delante dos importantes desafíos. En ambos, ha decidido dejar de lado, como en casi toda su gestión, cualquier tipo de especulación triunfalista. Se trata de escenarios donde sólo se vence con la verdad por bandera.
En la pelea que libra en defensa de su propia salud (sabiendo que tras estas palabra de cinco letras, se juega el futuro de Venezuela y de buena parte de Latinoamérica), ha tomado el toro por los cuernos, y dicho su verdad sin ningún tipo de camuflaje. Se sabe: donde hubo cáncer, hay peligro, pero esta posibilidad, aunque se diera, no significa muerte, que es lo que tantas aves carroñeras que adversan al proceso revolucionario, desean ver. Y como aquel momento de febrero del 92, cuando asumió su responsabilidad en el movimiento insurgente, y logró a partir de ese momento oir y sentir el cariño de su pueblo, ahora vuelven a repetirse esas escenas de profundo amor hacia quien tanto les ha dado. Con esa carga amorosa dentro de su mochila, cualquier mortal se llena de antídotos para vencer los embates golpistas.
La otra situación a superar, no es tan dificultosa, pero todo indica que no hay que dormirse en los laureles. El 7 de octubre, hay que salir a ganar o ganar. Y para ello hay que votar o votar. No vale dormir la siesta de los despreocupados, ni inventarse posiciones maximalistas frente a las urnas. Por supuesto que hay países en que los votos no sirven para nada, ya que los elegidos en cada ocasión se burlan de sus electores, dia a día, año a año. Pero eso no sirve para aplicar a Venezuela. Allí, por todo lo sabido y archicomentado, los sufragios fueron generando la gasolina del tren revolucionario. Además, las vías por la que circula abarcan todo el territorio latinoamericano y del Tercer Mundo. Resultaría suicida que alguien trate de boicotear desde posiciones puristas ese avance arrollador. El 7 de octubre, Chávez volverá a demostrar que con él, los desafíos se convierten en acicate para enfrentarlos con toda la fuerza que otorga el saberse referente de una causa que no merece ser truncada.
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