sábado, 24 de marzo de 2012

Aysén tiene para los ultraderechistas estrategas del Palacio, Chico Peña, Hinzpeter y los otros, el valor de ser un escenario perfecto para desarrollar un ejemplo de aprendizaje vicario. Una manera de decir esto les puede pasar si insisten en eso de ejercer el derecho de protestar contra nuestro gobierno.

El alma negra de la derecha

Lunes, 19 de Marzo de 2012 17:51    Ricardo Candia C.
El Clarín

Para el efecto ejemplar, ante la imposibilidad momentánea de ejecutar a los 108 mil habitantes de Aysén, han tomado al azar a una muestra aleatoria de 22 habitantes, para volcar en ellos el recurso del escarmiento.


De esa manera, utilizando su vasta red de medios de comunicación, el sujeto que dirige el país hace como que dialoga, hace como que escucha, hace como que entiende, pero lo que en verdad hace, es reprimir, castigar, despreciar de la manera más cobarde a la gente que reclama sus derechos, ahora mediante la ley de Seguridad Interior del Estado, una de las leyes regalonas de Pinochet, también usada por la Concertación de vez en cuando.


Aysén no se reduce, en la miopía criminal de los que mandan, a porcentajes más o menos, a bonificaciones o sueldos especiales. Aysén debe ser reducida a cenizas por su potencial como ejemplo para el resto del país, que, en grados distintos, sufre lo mismo que las regiones extremas.


En rigor, la gente que pelea en Aysén se ha transformado en el rostro visible y acotado de un enemigo mucho más extenso del que los estrategas secretos suponen en estado de apresto a la espera de mejores condiciones para lanzarse a las calles. Nada mejor, entonces que ensayar métodos legales y sicarios de uniforme para cuando el asunto se ponga feo en otras latitudes.


El alma criminal de la derecha, formada en siglos de opresión como manera de vincularse con quienes no son parte de esa oligarquía picante y rasca, ha venido aprendiendo las técnicas contemporáneas de represión. Ya el miserable palo de los envilecidos policías transformados en energúmenos irracionales por la necesidad de ganarse el sustento, no es suficiente.


Hoy disponen de tecnologías que monitorean hasta el último suspiro que se da en Aysén y en cualquier lado. Equipos ultra sofisticados investigan a cada uno de los habitantes, en cuadrículas dispuestas como si se tratara de una guerra contra un enemigo foráneo. Los satélites con el escudo nacional toman fotografías de precisión en el teatro de operaciones y analistas hacen cálculos y suponen hipótesis.


Esos análisis de los expertos han entregado los veintidós nombres de esos peligrosos terroristas que han sido querellados por la inteligencia de Palacio.


Nunca la derecha ha sido distinta. Ha sabido dosificar y administrar el odio que le viene con la leche materna y, mediante ejercicios dignos de encomio, ha soportado convivir en el tinglado democrático con personas a las cuales va a fusilar o hacer desaparecer no más decida cambiar de métodos.

La derecha jamás ha sido democrática, ni ha tenido por esos métodos respeto alguno.  Salvo, cuando ha podido terciar en el juego democrático para sus propio beneficio, período cuyo mejor exponente para la vergüenza de sus sostenedores, fueron los veinte años de la Concertación.


La derecha hace gárgaras con el estado de derecho, las leyes, el respeto a la institucionalidad y la cacha de la espada. Esa postura de papel maché oculta su verdadero rostro siniestro y su verdadero interés en su paso por esta franja terrenal: ganar dinero, harto dinero, mucho dinero, no importa como.


Este lapso de cuatro años será recordado como una pérdida de tiempo, un lapso en que sin ninguna necesidad para los fines culturales de la derecha, ganar dinero, una parte de su brazo político accedió al gobierno.


Y de paso, para dejar expuesta su verdadero rostro siniestro. Para efectos de la táctica,  por momentos la derecha se ha disfrazado de democrática, pero su alma negra se ha mantenido intacta. 

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