PALESTINA
EVOCACIÓN DESDE CHILE
Generalmente cuando pensamos en el horror, suelen venir a nuestra mente imágenes asociadas a sangre, muerte, miedo, sufrimiento, dolor, entre otras similares. Luego, si hacemos el ejercicio de asociar ese horror a un sujeto, a un rostro, tienden a primar personajes del cine como Drácula, Hannibal Lecter, zombies por doquier, y uno que otro perversillo histórico de consenso comoHitler, Pinochet, etc. O sea, acostumbramos a asociar el horror a ficciones, a algo fuera de ?la realidad cotidiana?, o a personajes que no habitan nuestro presente. Por ende, dicho horror se encontraría oculto a lo real, habitando alguna penumbra en las tinieblas de nuestros estereotipos, en las películas, literatura, en el pasado, fuera del presente y fuera de nuestra cotidianidad.
Sin embargo, lo que hoy sucede en Gaza desafía nuestro juicio y nos invita a re- pensar los límites de lo real y del horror. Imágenes saturadas de violencia inundan las redes sociales, impactando nuestros sentidos con niños y niñas sufriendo, carbonizados y desmembrados por el odio ciego transportado en bombas.
Dichas imágenes han sacado a flote dos noticias previas, que me parecen ejemplificadoras de una violencia que se vive desde hace muchos años, y nos invitan a mirarnos frente a un espejo, atendiendo al reflejo que proyectan sobre nuestra propia realidad país. Nos invitan a mirar de frente nuestro propio horror.
Una primera noticia es un reportaje de CNN, quienes no son precisamente un foco de la resistencia Palestina o una sucursal de Al Jazeera, cuyo sugerente nombre es ?Lo que Israel no quería que viéramos?, donde se comunica el desmesurado clima de alerta y temor transversal presente en los ciudadanos israelíes frente a las cifras objetivas de muerte y daño en sus territorios, consenso sostenido desde los medios de comunicación y el poder político- militar de la extrema derecha. Ello se matiza con la vida entre bombardeos en la franja de Gaza, donde se incuba odio y sed de venganza, donde se busca sobrevivir y transformar lo inaceptable en una normalidad digerible para mantener la cordura.
La segunda noticia se refiere a una exposición de arte realizada por niños de la Franja de Gaza respecto a ?su cotidiano?, la cual fue suspendida por el Museo de Arte para Niños de Oakland, debido a presiones de sectores vinculados al fundamentalismo israelí. Los dibujos daban cuenta de una realidad repleta de colores que inundaban trazos llenos de tanques y helicópteros bombardeando mezquitas, poblados y personas en llamas, soldados israelíes apuntando con armas a hombres y mujeres vendados y arrodillados, brazos y piernas dispersas como rocas en el suelo, banderas resistiendo y banderas pisoteadas, mucha gente muerta o encarcelada, mucha sangre. En síntesis, un horror cotidiano para sus habitantes.
En ambos hechos podemos encontrar relaciones con nuestra situación. Si quisiéramos escarbar, encontraríamos paralelos entre los dibujos de los niños de Gaza y los niños de La Legua Emergencia, con su realidad naturalizada de allanamientos e invasiones policiales. Esos niños y niñas que representan parte del llamado ?daño colateral? en cada conflicto bélico, acá en casa también lo son, tras los dudosamente exitosos planes del ?concertacionismo aliancista? para acabar con narcotráfico desde la vieja doctrina del enemigo interno.
Podríamos pensar en los niños y niñas de Temucuicui, quienes viven día a día la militarización de la Araucanía en carne propia. Desde el principio de la República, son muchas las generaciones de ?niños pacificados?, que han sido padres de nuevas generaciones de despojados de la tierra. Niños y niñas sometidos a actos de tortura y trauma, víctimas de un terrorismo de Estado denunciado hasta el hartazgo por organismos internacionales.
Haciendo el mismo ejercicio, podríamos también encontrar relaciones con el último estudio de Unicef, que nos enrostra un 71% de niños y niñas que son víctima de algún tipo de maltrato en sus hogares. De esa triste población, los niños/as que reciben más maltrato de sus familias, son los más proclives a recibir maltrato en otros contextos (como el escolar, barrial, etc.), y también son más propensos a justificar la violencia como forma de crianza, como método formativo o disciplinario. En definitiva, a pensar la violencia como forma de convivencia.
Porque cuando la violencia es la norma, la violencia se normaliza, se integra para sobrevivir, para no desarmarnos en la vorágine de la barbarie a nuestro alrededor. Por ello es importante hacer un esfuerzo para poder ver y actuar, para hacernos cargo cuando vemos los dibujos y no cuando vemos las manos, brazos y piernas de esos potenciales artistas regadas por el suelo.
Lo que sucede hoy es una invitación a no quedarnos sólo con reaccionar frente a la sangre y el horror lejanos. Que ése dolor que nos provoca lo sufrido por los niños y niñas de Gaza no nos movilice sólo a manifestar nuestro apoyo público desde redes sociales, sino también a hacer algo con nuestra propia realidad. Porque lo que sucede en Gaza se arrastra hace muchos años, así como la violencia, la represión y el maltrato en nuestro propio Chile. Porque ese horror está más cerca de lo que aparenta, aunque queramos negarlo, aunque no sepamos cómo reaccionar frente a él. El horror se encuentra en nuestro cotidiano y ojalá la frustración e impotencia que nos provoca mirarlo de lejos nos movilice transformar lo que está al lado nuestro.
Por Rodrigo Mundaca Rojas
EVOCACIÓN DESDE CHILE
Generalmente cuando pensamos en el horror, suelen venir a nuestra mente imágenes asociadas a sangre, muerte, miedo, sufrimiento, dolor, entre otras similares. Luego, si hacemos el ejercicio de asociar ese horror a un sujeto, a un rostro, tienden a primar personajes del cine como Drácula, Hannibal Lecter, zombies por doquier, y uno que otro perversillo histórico de consenso comoHitler, Pinochet, etc. O sea, acostumbramos a asociar el horror a ficciones, a algo fuera de ?la realidad cotidiana?, o a personajes que no habitan nuestro presente. Por ende, dicho horror se encontraría oculto a lo real, habitando alguna penumbra en las tinieblas de nuestros estereotipos, en las películas, literatura, en el pasado, fuera del presente y fuera de nuestra cotidianidad.
Sin embargo, lo que hoy sucede en Gaza desafía nuestro juicio y nos invita a re- pensar los límites de lo real y del horror. Imágenes saturadas de violencia inundan las redes sociales, impactando nuestros sentidos con niños y niñas sufriendo, carbonizados y desmembrados por el odio ciego transportado en bombas.
Dichas imágenes han sacado a flote dos noticias previas, que me parecen ejemplificadoras de una violencia que se vive desde hace muchos años, y nos invitan a mirarnos frente a un espejo, atendiendo al reflejo que proyectan sobre nuestra propia realidad país. Nos invitan a mirar de frente nuestro propio horror.
Una primera noticia es un reportaje de CNN, quienes no son precisamente un foco de la resistencia Palestina o una sucursal de Al Jazeera, cuyo sugerente nombre es ?Lo que Israel no quería que viéramos?, donde se comunica el desmesurado clima de alerta y temor transversal presente en los ciudadanos israelíes frente a las cifras objetivas de muerte y daño en sus territorios, consenso sostenido desde los medios de comunicación y el poder político- militar de la extrema derecha. Ello se matiza con la vida entre bombardeos en la franja de Gaza, donde se incuba odio y sed de venganza, donde se busca sobrevivir y transformar lo inaceptable en una normalidad digerible para mantener la cordura.
La segunda noticia se refiere a una exposición de arte realizada por niños de la Franja de Gaza respecto a ?su cotidiano?, la cual fue suspendida por el Museo de Arte para Niños de Oakland, debido a presiones de sectores vinculados al fundamentalismo israelí. Los dibujos daban cuenta de una realidad repleta de colores que inundaban trazos llenos de tanques y helicópteros bombardeando mezquitas, poblados y personas en llamas, soldados israelíes apuntando con armas a hombres y mujeres vendados y arrodillados, brazos y piernas dispersas como rocas en el suelo, banderas resistiendo y banderas pisoteadas, mucha gente muerta o encarcelada, mucha sangre. En síntesis, un horror cotidiano para sus habitantes.
En ambos hechos podemos encontrar relaciones con nuestra situación. Si quisiéramos escarbar, encontraríamos paralelos entre los dibujos de los niños de Gaza y los niños de La Legua Emergencia, con su realidad naturalizada de allanamientos e invasiones policiales. Esos niños y niñas que representan parte del llamado ?daño colateral? en cada conflicto bélico, acá en casa también lo son, tras los dudosamente exitosos planes del ?concertacionismo aliancista? para acabar con narcotráfico desde la vieja doctrina del enemigo interno.
Podríamos pensar en los niños y niñas de Temucuicui, quienes viven día a día la militarización de la Araucanía en carne propia. Desde el principio de la República, son muchas las generaciones de ?niños pacificados?, que han sido padres de nuevas generaciones de despojados de la tierra. Niños y niñas sometidos a actos de tortura y trauma, víctimas de un terrorismo de Estado denunciado hasta el hartazgo por organismos internacionales.
Haciendo el mismo ejercicio, podríamos también encontrar relaciones con el último estudio de Unicef, que nos enrostra un 71% de niños y niñas que son víctima de algún tipo de maltrato en sus hogares. De esa triste población, los niños/as que reciben más maltrato de sus familias, son los más proclives a recibir maltrato en otros contextos (como el escolar, barrial, etc.), y también son más propensos a justificar la violencia como forma de crianza, como método formativo o disciplinario. En definitiva, a pensar la violencia como forma de convivencia.
Porque cuando la violencia es la norma, la violencia se normaliza, se integra para sobrevivir, para no desarmarnos en la vorágine de la barbarie a nuestro alrededor. Por ello es importante hacer un esfuerzo para poder ver y actuar, para hacernos cargo cuando vemos los dibujos y no cuando vemos las manos, brazos y piernas de esos potenciales artistas regadas por el suelo.
Lo que sucede hoy es una invitación a no quedarnos sólo con reaccionar frente a la sangre y el horror lejanos. Que ése dolor que nos provoca lo sufrido por los niños y niñas de Gaza no nos movilice sólo a manifestar nuestro apoyo público desde redes sociales, sino también a hacer algo con nuestra propia realidad. Porque lo que sucede en Gaza se arrastra hace muchos años, así como la violencia, la represión y el maltrato en nuestro propio Chile. Porque ese horror está más cerca de lo que aparenta, aunque queramos negarlo, aunque no sepamos cómo reaccionar frente a él. El horror se encuentra en nuestro cotidiano y ojalá la frustración e impotencia que nos provoca mirarlo de lejos nos movilice transformar lo que está al lado nuestro.
Por Rodrigo Mundaca Rojas
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