lunes, 15 de abril de 2013

En la Colombia de las últimas décadas, sólo dos corriente políticas han tenido, tienen y –parece-, seguirán teniendo coherencia doctrinal y congruencia política: el uribismo y el partido comunista.


Enseñanzas de la Marcha Patriótica

José Obdulio Gaviria
José Obdulio Gaviria
Por José Obdulio Gaviria
Abril 14 de 2013

Las demás corrientes suelen actuar como simples alianzas oportunistas, que fácilmente pueden estar un día con Uribe, como luego correr a firmar pactos con el partido comunista. El grueso de los políticos colombianos son dignos discípulos del Chavo: “así como dicen una cosa, dicen otra”.
Ambas fuerzas, el partido comunista y el uribismo, tienen muy claro para qué quieren el poder. Si el partido comunista lo ganase, pondría en marcha un programa político, social y económico como el que gobierna hoy a Cuba y a Venezuela.
Por su parte, el uribismo, que ya gobernó dos cuatrienios, mostró, en la práctica, cómo debe conducirse la nación, particularmente en la forma como enfrentar la estrategia del partido comunista, conocida como “combinación de formas de lucha”.
Colombia está hoy en un limbo (o un interregno) político, dado que, eligió en 2010 el programa uribista pero no le pudo otorgar el mandato al jefe de esa corriente, Álvaro Uribe. Ello -ahora lo venimos a saber-, porque, aleve y subrepticiamente, una coalición nefanda, dirigida por Juan Manuel Santos, conspiró para impedir que se votara un referendo popular que habilitaría a Uribe como candidato presidencial. Como en una escena de las cortes renacentistas, Santos, nuestro “Catalina de Medicis” tropical y subdesarrollado, después de “envenenar” a Uribe, usurpó su herencia, la candidatura presidencial del uribismo.
Marchante del 9 de abril de 2013, con camiseta de la marcha Patriótica (Foto Periodismo Sin fronteras)
Marchante del 9 de abril de 2013, con camiseta de la marcha Patriótica (Foto Periodismo Sin fronteras)
Santos ocupa la silla pero abandonó el programa. Por eso parece un alma en pena. Y eso en política tiene nombre: ¡caos! Hoy, el uribismo, fuerza social y política mayoritaria de Colombia, que tenía en jaque y aislado al partido comunista, está fuera del poder. Y el partido comunista, fuerza política y social minoritaria, sin asumir el poder, lo detenta y juega con Santos como el gato con un ratoncito. Veamos…
El Partido Comunista de Colombia, como todo partido (aunque, ¡casos se ven que no…!), se propone ganar el poder. Pero su complejo de inferioridad respecto a la competencia democrática lo ha hecho afirmar, sistemáticamente, que esa vía no es posible, no existe en Colombia.
Para justificar tamaño despropósito, el partido comunista define el carácter del Estado colombiano como una “dictadura” o una “tiranía”. En consecuencia, ese partido optó por la violencia (“guerra” o “lucha armada”) como camino principal para llegar al poder; pero, combinada esa vía violenta con la vía electoral. “Combinación de formas de lucha” llamó a esa táctica el maestro del marxismo (doctrina que guía al partido comunista), Lenin.
Consecuente con su táctica, el partido comunista se desdobló en 1) partido comunista (legal) y 2) Farc (ilegal). ¿Consecuencias? ¡Nada les salió bien. Ni sus campañas electorales (escarceos sin verdadero compromiso democrático) ni las acciones “militares” de sus hordas lumpenescas disfrazadas de “guerrilla”! Como Colombia sí es una democracia, el pueblo demócrata los aisló: por no respetar la constitución; por violentos, por criminales políticos, por irresponsables.
Con excepción de los gobiernos de Guillermo León Valencia y Julio Cesar Turbay, el “establecimiento” colombiano quiso siempre resolver por las buenas el conflicto que creó el partido comunista (a quien se les sumaron las “insurrecciones armadas” de dos disidencias comunistas, la procubana, ELN, y la prochina, EPL). Personajes como los presidentes López, Belisario, Samper, Pastrana -y ahora Santos-, cayeron en el embrujo del lenguaje de los comunistas y se autoflajelaron: aceptaron ser los jefes de un Estado dizque autoritario e injusto. De ahí a negociar con ellos la agenda política, económica y social del país no hubo sino un paso. Y los resultados siempre fueron (y serán) los mismos: abrir negociaciones de paz; aprovechamiento por los comunistas de las treguas para ampliar su presencia armada en nuevos territorios y una arremetida diplomática para ganar amigos, legitimidad, para comercializar droga, comprar armas y desprestigiar al “enemigo” como violador de los derechos humanos.

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