LA CONTAMINACIÓN AFECTA LOS MAS POBRES. |
(AW)Las comunidades originarias de los EEUU siguen siendo conquistadas y discriminadas como hace 500 años, la empresa Transcanada que es propietaria del oleoducto Keystone XL, visita a los pobladores de las reservas de Dakota del Sur, donde viven minorías étnicas y gente muy pobre en general e invade los cuerpos de agua que pertenecen a los indígenas ofreciéndoles a cambio algunos beneficios minimos.
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La conquista y el racismo permanecen en los Estados Unidos
Faith Spotted Eagle
Desinformémonos
Faith Spotted Eagle, abuela del pueblo ihanktonwa, urge a reflexionar sobre el paralelismo entre la colonización, el racismo medioambiental y la violación a la Madre Tierra presente en la construcción de infraestructuras en tierras nativas.
Estados Unidos. Hablemos del racismo medioambiental con respecto al oleoducto Keystone XL. Este racismo permite repetidamente el avance del desarrollo económico de los Estados Unidos. Su sistema económico se basa en la mentalidad de conquista, reflejada en el Destino Manifiesto, la Doctrina de Descubrimiento y bulas papales que deshumanizan a los pueblos indígenas.
Ben Chavis, activista de los derechos civiles, en 1994 acuñó la frase “racismo medioambiental,” definida como “la promulgación o aplicación de cualquier política, práctica, o reglamento que afecta de manera negativa al medio ambiente de comunidades racialmente homogéneas o de bajos ingresos a un nivel dispar con comunidades ricas”.
El pueblo indígena de la Isla Tortuga [nombre indígena para Norteamérica] conoce a fondo esa historia triste, mientras el resto de Estados Unidos sigue en fase de negación. La contaminación del medioambiente no discrimina, pero sí se dirige deliberadamente hacia áreas en las que a nadie le importa quién vive ahí, áreas en donde típicamente se encuentran comunidades indígenas y otras poblaciones de minorías o gente pobre. Los colonizadores ven a las comunidades nativas como intrínsecamente “sucias y desechables”, en las que se pueden dejar toxinas y desechos. Estas comunidades de reservas se ubican sobre o cerca de las 56 vías navegables identificadas como afectadas por el oleoducto. Transcanada, empresa propietaria del oleoducto Keystone XL, invade los cuerpos de agua que pertenecen a los usuarios mayores indígenas, tal y como se estableció en la Doctrina Winters en una corte estadounidense. Esto es una repetición del Destino Manifiesto, y los defensores del tratado no lo tolerarán.
Estadísticas del mes de febrero de 2013 indican que las poblaciones de mayor pobreza se encuentran en reservas en el estado de Dakota del Sur. Transcanada se aprovecha de esto: visita y envía cartas a cada oficina tribal en el corredor, ofreciendo recursos a estas poblaciones necesitadas con la condición de que acepten el oleoducto. Inclusive ofrecen fondos para realizar congresos indígenas gigantes; son nuevas formas de colonización. Nuestra amiga y aliada Winona LaDuke la nombró “economía depredadora.”
Esta mentalidad es insidiosa y está arraigada en las mentes de funcionarios de los gobiernos de Canadá y Estados Unidos mientras perpetúan otra forma de violencia – la de violencia de nación. Es un legado colonial de los Estados Unidos el obligar a comunidades percibidas como más débiles a que acepten sus políticas. En este caso, los rancheros y agricultores del Medio Oeste encajan en estas categorías, pues perdieron sus terrenos a través de expropiaciones. La conquista se enfoca hacia nuestras aguas y tierras del Tratado.
En marzo del 2013, viajé a Ottawa, Ontario, en Canadá, llevando conmigo el Tratado Internacional para Proteger lo Sagrado Contra las Arenas Bituminosas, el cual fue invocado por las naciones Ihanktonwa Oyate, Pawnee, y Ponca del Sur en Pickstown, Dakota del Sur, en enero del 2013. Posteriormente, firmaron el Tratado en Ottawa cinco naciones originarias más que se oponen al proyecto de arenas bituminosas debido a la devastación de sus tierras natales.
Después de esta histórica firma del Tratado en un centro comunitario en Ottawa, no fue por accidente que nos ofrecieron aventón a nuestro hotel dos abuelas de naciones originarias que viajan por todo Canadá para llamar la atención sobre las numerosas mujeres de originarias desaparecidas o asesinadas. Nos subimos a una camioneta adornada con las fotos de esas mujeres. Las dos abuelas que manejan la camioneta nos explicaron que viajan por todo Canadá para llamar la atención sobre esta atrocidad, que creen que se vincula con proyectos industriales y mineros en tierras nativas o colindantes. Insistieron en que tuviéramos esto en cuenta mientras luchamos para parar el oleoducto KXL, porque así se protegerá a las mujeres, niños, niñas y familias de nuestras naciones. Mientras nos dirigíamos al hotel, pude sentir los espíritus de las mujeres desaparecidas y asesinadas viajando junto a nosotros en la camioneta.
Al llegar, las abuelas nos mostraron la foto de su sobrina, quien sigue desaparecida, al lado de todas las demás mujeres hermosas que tapizan la camioneta. Extrañamente, mientras insistieron en que esto no se me olvidara, me acordé de la noticia reciente en Dakota del Sur de un campamento para 600 hombres que se pretende ubicar cerca de muchas comunidades de reservas al norte de la ciudad de Colme, Dakota del Sur. Las fotos de las jóvenes en la camioneta me persiguen mientras sigo en la lucha contra el oleoducto Keystone XL y Transcanada. No se me olvidarán.
¿Por qué es importante esto? Esta pregunta nos dirige a una conversación de colonización, conquista, y poder. El Departamento de Justicia constantemente publica datos que indican que una de tres mujeres nativas será violada por un violador no-nativo. Esta es una tasa 250 por ciento más alta que la de la población en general, en la cual una de cada cinco mujeres será violada. Las mismas estadísticas indican que un 86 por ciento de los perpetradores fue descrito como no-nativo. La mera existencia de estos datos les incumbe a los líderes de las naciones tribales, a la gente común y corriente, a defensores de mujeres nativas y familias-deben movilizarse para prevenir la instalación de estos “campamentos de hombres”.
Viendo las estadísticas tristes que salieron a la luz en la Reserva de Fort Berthold, en la Cordillera Bakken, violación, prostitución y asesinato son incidentes comunes en comunidades ya a punto de estallar. ¿Estaremos contentos de quedarnos en la “cultura del silencio” mientras esta amenaza invade nuestras tierras aborígenes y de Tratado? Estamos conscientes de las palabras del gran líder Sitting Bull, relatadas por Susan Leflesche, que dijo que mientras estaba preso en Fort Randall, lo que más le preocupaban eran las mujeres y niños, y qué les espera si no se les puede proteger. La historia demuestra que fue profético en cuanto a este peligro.
Otro tema que nos viene a la mente es el impacto psicológico de la intimidación que se presenta con la ubicación de los campamentos de hombres, que ha sido posible gracias a permisos presidenciales. Esto definitivamente provoca reacciones condicionadas de trauma que se graban en nuestra memoria genética: la instalación de las guarniciones de Fort Randall, Fort Thompson, Fort Yates, Fort Peck y las otras. Ya sabemos qué pasa cuando se construyen campamentos de hombres, pues la evidencia queda clara en la Cordillera Bakken.
Mientras tanto, pueblos no-nativos en condición de pobreza en el corredor se aferran a la esperanza de que el oleoducto les cambie la vida para bien. Si fuera así, ¿para qué traerían a 600 hombres? El oleoducto Keystone XL definitivamente cambiará sus vidas para siempre, en forma de destrucción del medio ambiente.
Andrea Smith, investigadora y activista, habla del impacto de la colonización de la violencia sexual. Vale la pena escuchar las conversaciones que ha generado sobre estos temas para la supervivencia de nuestros nietos y nietas. Señala que la colonización normaliza relaciones de poder desiguales entre los géneros. Las comunidades muchas veces se pondrán de lado de los perpetradores y no de las víctimas, dando paso a la impunidad. En este caso, Transcanada tiene el papel de un perpetrador.
El racismo es un proceso en el cual hay gente que se considera pura, y a la gente que se coloniza, se le trata como sucia. La perspectiva del cuerpo de una mujer nativa es igual a la forma en la que los Estados Unidos tratan a la madre tierra, Ina Maka. Hace no mucho tiempo, en Sand Creek, a nuestras abuelas heroicas del pueblo cheyenne les fueron cortadas las partes privadas y exhibidas por el ejército. Las cosas no son tan diferentes ahora.
Es importante aceptar que ahora vivimos en uno de los países más violentos del mundo y que todos los grupos afectados se unan y se movilicen para proteger nuestra tierra. Gente nativa, agricultores y rancheros, defensores de las víctimas de la violencia doméstica, oficiales electos, políticos y familias deben responder a esta llamada de liderazgo. Nuestras profecías nativas dicen que llegará un momento en el que tendremos que defender lo más importante, y ese momento es ahora.
Tenemos que parar el oleoducto Keystone XL y Transcanada a través de la unidad sin precedentes, para salvar a nuestras tierras, nuestras aguas y nuestro legado.
Mi lucha en contra de esta represión reciente y la que está en marcha se alimenta de la memoria de la fundación de la Sociedad de la Mujer del Búfalo Blanco en 1977, en la Reserva Rosebud. En esa época, yo era la primera presidenta de la Sociedad y, junto con otras, fui guiada por las abuelas Sicangu que nos ayudaron en la fundación del primer Albergue para Mujeres Nativas en la nación. Este albergue de la Sociedad existe y sigue protegiendo a nuestras mujeres y defendiéndolas contra el comportamiento colonial de la violencia doméstica. Insto a la Sociedad de la Mujer del Búfalo Blanco y demás coaliciones de familias en Dakota del Sur a que se unan con determinación a la lucha para poner fin a esta amenaza en contra de nuestras familias e Ina Maka, la Madre Tierra.
Faith Spotted Eagle, de la Tribu Yankton Sioux, fue co-fundadora de la Sociedad del Corazón Valiente. Madre y abuela, ha sido maestra, directora de escuela, trabajadora social y terapeuta. Spotted Eagle, que tiene una maestría en Terapia Psicológica de la Universidad de Dakota del Sur, desarrolló un proceso ampliamente aceptado de capacitación y bienestar que se llama “Sanación desde la Rabia Roja”.
TRADUCCIÓN: LINDSEY HOEMANN
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