Un relato que retrata 55 años de Revolución socialista
por Nuria Barbosa León
Conrado Pérez Almaguer supo desde muy niño que la palabra "negro" significa desprecio, odio y humillación, y que el color de la piel mide diferencias con otras personas.
Nació en la década del 40 en el campo, en un batey azucarero cerca de la ciudad de Puerto Padre, municipio de la actual provincia oriental de Las Tunas, descendiente de un matrimonio con ocho hijos. Para ellos la comida era un lujo y el único alimento posible, extraer guarapo con las muelas.
Conrado y sus hermanos aprendieron los secretos del cañaveral antes de hablar. Sus pequeños brazos amontonaban la caña y la lanzaban a las carretas para contribuir a que la paga del padre rindiera para un plato de harina de maíz en las noches oscuras, acompañados de mosquitos y con la brisa del aire como música.
Foto de archivo: la orgullosa negritud cubana en tiempos de Revolución
Su casa, asentada en el camino se hizo como vivienda improvisada porque el dueño de la tierra preveía un futuro desalojo cuando la familia no sirviera para el trabajo. No permitió nunca la siembra de otro tipo de cultivo que no fuera la caña, ni la cría de animales. En tiempo muerto de zafra, el hambre rugía, los ojos enrojecían y en el cuerpo esquelético de los muchachos prendía la fiebre.
Y aunque en tiempo de molienda, aparecían esperanzas en la familia para una vida mejor, estaban condenados al pago del colono a través del bono de hasta tres pesos con el que podían adquirir los productos en la bodega, propiedad del propio dueño y conformarse con las escasas mercancías ofertadas.
Allí, los vecinos: Benjamín Mayo impedía que en su finca sin cultivos fueran tomadas las ramas secas para convertirlas en leña para el fogón, y Amado Manresa se creyera el dueño del agua prohibiendo el acceso al único pozo de la zona. Pero además, Conrado y su familia, sufrían el desprecio por ser negros. Los llamaban los ?negritos?.
La palabra ?cambio? se convirtió en la fuerza para acompañar a los barbudos de la Sierra Maestra a través de las noticias escuchadas por boca de alguien. Cuenta Conrado que se aferró al 1ro de enero de 1959 para nunca más triturar caña con los dientes.
Hoy vive en el poblado tunero de Vázquez, labora en una cooperativa agropecuaria, cosecha caña y produce sus propios alimentos. A nadie le importa el color de su piel y lo destacan como buen trabajador. Lo admiran por sus aportes productivos y su familia es valorada porque cuando empieza la zafra, todos se meten en el cañaveral.
Su casa de mampostería la construyó el Ministerio del Azúcar como a los demás trabajadores del lugar. Sus cinco hijos, junto a los otros chicos del pueblo,estudiaron lo que han querido y hasta donde han querido. Lamenta que sólo uno haya quedado en las tierras para cultivarlas.
Ya no siente pavor cuando lo llaman ?Negro?.
por Nuria Barbosa León
Conrado Pérez Almaguer supo desde muy niño que la palabra "negro" significa desprecio, odio y humillación, y que el color de la piel mide diferencias con otras personas.
Nació en la década del 40 en el campo, en un batey azucarero cerca de la ciudad de Puerto Padre, municipio de la actual provincia oriental de Las Tunas, descendiente de un matrimonio con ocho hijos. Para ellos la comida era un lujo y el único alimento posible, extraer guarapo con las muelas.
Conrado y sus hermanos aprendieron los secretos del cañaveral antes de hablar. Sus pequeños brazos amontonaban la caña y la lanzaban a las carretas para contribuir a que la paga del padre rindiera para un plato de harina de maíz en las noches oscuras, acompañados de mosquitos y con la brisa del aire como música.
Foto de archivo: la orgullosa negritud cubana en tiempos de Revolución
Su casa, asentada en el camino se hizo como vivienda improvisada porque el dueño de la tierra preveía un futuro desalojo cuando la familia no sirviera para el trabajo. No permitió nunca la siembra de otro tipo de cultivo que no fuera la caña, ni la cría de animales. En tiempo muerto de zafra, el hambre rugía, los ojos enrojecían y en el cuerpo esquelético de los muchachos prendía la fiebre.
Y aunque en tiempo de molienda, aparecían esperanzas en la familia para una vida mejor, estaban condenados al pago del colono a través del bono de hasta tres pesos con el que podían adquirir los productos en la bodega, propiedad del propio dueño y conformarse con las escasas mercancías ofertadas.
Allí, los vecinos: Benjamín Mayo impedía que en su finca sin cultivos fueran tomadas las ramas secas para convertirlas en leña para el fogón, y Amado Manresa se creyera el dueño del agua prohibiendo el acceso al único pozo de la zona. Pero además, Conrado y su familia, sufrían el desprecio por ser negros. Los llamaban los ?negritos?.
La palabra ?cambio? se convirtió en la fuerza para acompañar a los barbudos de la Sierra Maestra a través de las noticias escuchadas por boca de alguien. Cuenta Conrado que se aferró al 1ro de enero de 1959 para nunca más triturar caña con los dientes.
Hoy vive en el poblado tunero de Vázquez, labora en una cooperativa agropecuaria, cosecha caña y produce sus propios alimentos. A nadie le importa el color de su piel y lo destacan como buen trabajador. Lo admiran por sus aportes productivos y su familia es valorada porque cuando empieza la zafra, todos se meten en el cañaveral.
Su casa de mampostería la construyó el Ministerio del Azúcar como a los demás trabajadores del lugar. Sus cinco hijos, junto a los otros chicos del pueblo,estudiaron lo que han querido y hasta donde han querido. Lamenta que sólo uno haya quedado en las tierras para cultivarlas.
Ya no siente pavor cuando lo llaman ?Negro?.
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