domingo, 18 de agosto de 2013

Escribe Timochenko, máximo jefe de las FARC.

COLOMBIA

Cuando morimos descansamos, Santos 

Ahí vamos, ahí vamos? respondió socarronamente el general Sergio Mantilla
cuando la prensa le preguntó cuán cerca de Timoleón Jiménez se hallaba el
Ejército. Como quien repite una lección aprendida, dijo igual que el
Presidente, que la guerra está pronta a acabarse por las buenas o por las
malas. Y  aprovechó la ocasión para advertir a nuestros delegados en La
Habana que siguen siendo un objetivo de alto valor estratégico, así que no
vaya a ocurrírseles salirse del proceso, o de Cuba, porque perderían las
garantías conocidas.

El general Mantilla al menos hizo mención a órdenes de captura. El
Presidente en cambio fue mucho más explícito, la orden que tienen las
fuerzas militares es ejecutar a cualquier miembro de las FARC que localicen
en Colombia. Dar muerte, o de baja, o matar, especialmente a Timochenko,
con quien al mismo tiempo no descarta reunirse, siempre que sirva para
poner fin al conflicto. No se puede bajar un instante la guardia, porque *sería
un incentivo perverso para que la guerrilla prolongue las conversaciones
indefinidamente*, explicó.

A la oligarquía colombiana, como a sus verdugos de turno, no le interesa
disimular su carácter violento, ni su lógica de imposiciones y dominación.
Ante las tropas, por boca del Presidente, repite el estribillo según el
cual la Mesa de La Habana no hubiera existido si no fuera por la campaña
exitosa cumplida por las fuerzas armadas. En otros escenarios, es el Alto
Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, quien advierte que para llegar al
punto actual fueron determinantes el Plan Colombia de Pastrana y el cerco
militar realizado durante el gobierno de Álvaro Uribe.

El punto actual son las conversaciones de paz de La Habana. Y el punto de
partida, el proceso de paz del Caguán. Resulta una monumental tontería
afirmar que se requirieron diez años de guerra, aterradoras cifras de
muertos y heridos, miles de millones de dólares y millones de desplazados y
de víctimas para obligar a las FARC a sentarse en una mesa de diálogos,
cuando precisamente allí estábamos al iniciarse semejante demostración de
fuerza tan criminal como inútil. Olvidaron que fue el régimen quien se paró
de la Mesa.

En todas sus guerras contra el pueblo de Colombia, la oligarquía
bipartidista ha apelado a los emplazamientos y amenazas. El Presidente
Valencia creyó que con izar el pendón nacional en la destruida aldea de
Marquetalia había finiquitado el asunto. Y el Presidente Gaviria, que con
su guerra integral pondría fin al problema en dieciocho meses. El
presupuesto de Uribe fue de dos años, y no lo logró en dos gobiernos.
Recién posesionado, Santos advirtió que si no nos entregábamos vendrían por
nosotros. Lejos de lograrlo, vuelve a mostrarnos los colmillos.

La cuestión con las FARC, que sin duda celebraremos nuestros cincuenta años
de lucha armada mientras Juan Manuel hace las maletas o pugna por su
reelección, es más sencilla de lo que parece. Mucho más fácil que matarnos
o desmovilizarnos a todos. Más simple  que encarcelar 13.700 compatriotas
inconformes. Es abrir realmente las puertas a la democracia en nuestro
país, desterrar para siempre la manía de imponer las decisiones a la fuerza.

El diario El Espectador tituló recientemente que todos los días era atacado
un defensor de derechos humanos en Colombia y que en los siete primeros
meses de 2013 cada cuatro días ha sido asesinado uno. En un país en que el
Presidente y los ministros del interior y de defensa acusan de guerrilleros
de las FARC a los campesinos y mineros que protestan y paran, no es extraño
que la Policía y el Ejército, en cumplimiento del público mandato
presidencial, los repelan con granadas y balas de fusil. Ni que los grupos
paramilitares que subsisten amenacen de muerte a líderes de la oposición o
maten dirigentes reclamantes de tierra o defensores de derechos humanos.

¿Acaso valían algo los campesinos masacrados en las recientes marchas en el
Catatumbo? ¿No salió todo el Establecimiento y la prensa a rodear al
conductor que en Cáceres decidió arrollar con su camioneta a los mineros
que bloqueaban la vía? En este último caso, todos hablaban del terrible
drama del pobre hombre que accidentalmente, por obra de la infiltración
guerrillera en la protesta, había matado a cinco mineros y lesionado ocho
más, estableciendo una cruel segregación entre quien deliberadamente
asesina y las repudiables víctimas que lo provocan. Vaya a saberse
realmente cuál es la condición de semejante energúmeno.

Cuando el Presidente se ufana en los montes de María de haber estado allá
seis años atrás, comprobando la baja de Martín Caballero, olvida que consta
judicialmente que Caballero y los guerrilleros que lo acompañaban, fueron
rematados salvajemente por la tropa, después que el bombardeo de la fuerza
aérea los había dejado heridos, desarmados y pidiendo clemencia al tiempo
que ofrecían entregarse. Y cuando celebra la muerte de Seplin en el Cauca,
oculta que no fue dado de baja en combate sino asesinado a traición y
sobreseguro cuando en compañía de un campesino transitaba vestido de civil
por un camino. Igual a como mataron a Gabriel Zavala en Zaragoza, o al
Negro Eliécer en el Norte de Santander.

La dificultad para llegar a prontos acuerdos radica precisamente en las
confesiones públicas de Santos: *no estamos negociando nada que pueda
preocupar a los colombianos en materia económica o de aspectos
fundamentales de nuestro sistema de gobierno. *Los guerrilleros colombianos
no estamos defendiendo ningún sistema criminal de gobierno, ni estamos
empeñados en sacar adelante una política económica que beneficie las
transnacionales en desmedro del pueblo de nuestro país. Santos sí, y esa es
nuestra pequeña gran diferencia.

Los combatientes y mandos de las FARC somos revolucionarios, no nos mueve
ningún interés personal, ni percibimos ningún salario por lo que hacemos.
Hemos entregado nuestras vidas a la más bella causa del género humano,
poner fin a la discriminación entre los hombres, a la explotación de unos
por otros, a las injusticias institucionalizadas. Defendemos la
independencia y soberanía real de nuestra patria, banderas heredadas del
Libertador Simón Bolívar. No pretendemos la revolución en una Mesa, pero sí
al menos concertar un gran acuerdo que saque al país para siempre de la
opresión violenta, que siente unas bases mínimas para la construcción de la
justicia social. Nuestros adversarios sólo insisten en rendiciones.

Las amenazas de muerte y las órdenes de ejecución sin ninguna clase de
juicio no sirven para intimidarnos, ni logran aclimatar el ambiente de
reconciliación necesario para concertar una salida. Valga recordar,
llevando abusivamente a la prosa a Jorge Manrique, que *Esos reyes
poderosos que vemos por escrituras ya pasadas, por tristes casos, llorosos,
fueron sus buenas venturas trastornadas; así que no hay cosa fuerte, que a
papas, emperadores y prelados, así los trata la muerte, como a los pobres
pastores de ganado. *Cuando morimos descansamos, Santos.

*Timoleón Jiménez*

Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP

No hay comentarios:

Publicar un comentario