PERÚ
por Raúl Wiener
Cuando en el año 2000 murió el general Jorge Fernández Maldonado, el
coronel que leyó el famoso manifiesto de la revolución peruana del 3
de octubre de1968, no solo perdí un gran amigo (lo conocí en 1983),
sino que se frustró un proyecto en el que tenía puestas muchas
esperanzas: reconstruir desde sus actores al proceso militar que
acaudilló el general Velasco y que cambió al país y las Fuerzas
Armadas. En algunas de nuestras conversaciones preliminares, antes que
el corazón lo venciera, Fernández Maldonado me adelantó, sin embargo,
algunos de los temas.
La idea de la revolución ?me dijo- no salió de un día para otro; el
golpe militar fue madurado lentamente en la medida que los militares
se decepcionaban del ?progresista? Belaúnde, paralizado por la
oposición en el Congreso e inclinado cada vez más a la concesión,
apenas encubierta por la inagotable retórica del arquitecto.
En los mandos medios era generalizada la crítica a la enorme distancia
que había entre el espectáculo de la política limeña y lo que estaba
pasando en el interior del Perú, donde crecía un malestar general y
hervía una rebelión en el campo contra el sistema de propiedad y
gestión de la tierra imperante.
LA GUERRILLA DEL 65
Fernández me advirtió que el grupo más sensible de la época lo
constituyeron los jefes de inteligencia que debieron enfrentar al
movimiento de Hugo Blanco y a la guerrilla de Luis de la Puente, en
1965.
"Estuvimos infiltrados en estas organizaciones y recogimos no solo
datos para la identificación de los implicados, sino que empezamos a
discutir sobre sus ideas, que nos llegaban a través de la información
que manejábamos. La pregunta que nos hacíamos era si esto era un
fenómeno aislado que una vez derrotado ya no causaría más problemas, o
si estábamos caminando hacia una situación en la que después de los
guerrilleros de visos románticos, no vendrían cosas peores".
Luego de rociar napalm en la selva central, Fernández Maldonado se
preguntó sobre el número de campesinos que habría de morir en una
represión futura.
Una estructura de nivel de coroneles y algunos mandos medios empezó a
trabajar en la perspectiva de definir un programa básico para sacar al
país del marasmo y reducir las proyecciones de la violencia.
Para este propósito se asociaron con sus propios profesores del Centro
de Altos Estudios militares, cuya mirada estaba principalmente
dirigida a propiciar reformas desde el Estado que desoligarquizaran la
sociedad peruana y modificaran las relaciones de poder con las clases
subalternas. Este sería el germen del futuro Plan Inca.
Pero ellos eran ante todo militares y eso implicaba respuestas
prácticas a problemas concretos. Ello equivalía a resolver el problema
del golpe, es decir del control de la maquinaria del Estado.
General Velasco Alvarado
EL EJE DEL DRAMA
No era solo un asunto de técnica de la captura del poder, sino de
consenso militar, que permitiera que la propuesta pasase por
institucional y que la idea de la gran reforma no fuese traicionada
por los generales conservadores (que eran muchos) y por los jefes de
las otras armas que no estuvieron comprometidos en el plan original.
Esa relación entre lo institucional y lo revolucionario fue finalmente
el eje del drama que se vivió los siete años de Velasco y los cinco de
Morales Bermúdez. Pero al principio la figura providencial del general
Juan Velasco Alvarado resolvió a puro don de mando la contradicción.
Elevado a la condición de comandante general del Ejército y presidente
del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, en enero de 1968, Velasco
se convirtió pronto en el referente de la conspiración de los
coroneles.
Según Fernández Maldonado, el general era rudo y directo y cuando se
comprometía con algo no había fuerza para hacerlo retroceder. El día
de la expropiación de los campos y la refinería de Talara, más tarde
conocido como ?día de la dignidad? (9 de octubre), toda la lógica de
la revolución militar fue puesta a prueba.
UNA PISTOLA
Los actores eran un Consejo de Ministros dominado por los generales y
almirantes conservadores, que querían una salida negociada con la
empresa y que estaban preparando su propia ?acta de Talara?; el Comité
de Asesoría de la Presidencia (COAP) integrado por los coroneles
revolucionarios y sus asesores; y el presidente Velasco, que parecía
moverse entre los dos. Los documentos iban y regresaban entre dos
salas del Palacio de Gobierno. Y el COAP iba usando expresiones cada
vez más fuertes: sería una nueva traición, es inaceptable, etc.
El general Montagne, presidente del Consejo de Ministros, pidió pasar
al voto, que sin duda ganaría imponiendo la versión de nuevo arreglo
con la empresa. Entonces Velasco pidió un cuarto intermedio, se reunió
con sus asesores y comprendió claramente cuál era el problema.
Regresó al Consejo de Ministros y colocó su arma sobre la mesa, luego
dijo que les informaba, señores, que en esos momentos había dado
órdenes para que las tropas ocupen las instalaciones petroleras y que
eso ocurriría independientemente de lo que resuelvan los ministros.
Nadie se atrevió a protestar, porque entendieron que quien lo hiciese
quedaría fuera del proceso que acababa de comenzar.
Hacia finales del año, los coroneles de Velasco llegaban a generales y
pasaban a ocupar posiciones como ministros. Fernández Maldonado se
convirtió en titular de cartera de Fomento y Obras Públicas, que en
tres meses se desdobló en varios ministerios. Al hasta hacía poco
joven coronel le tocó el despacho de energía y Minas, que debía
consolidar el primer impulso nacionalista y reformador. Nunca hubo un
ministro más a la izquierda en este tema. Hoy se escogen a los
ministros de energía y Minas entre privatizadores y amigos de las
grandes empresas extranjeras.
por Raúl Wiener
Cuando en el año 2000 murió el general Jorge Fernández Maldonado, el
coronel que leyó el famoso manifiesto de la revolución peruana del 3
de octubre de1968, no solo perdí un gran amigo (lo conocí en 1983),
sino que se frustró un proyecto en el que tenía puestas muchas
esperanzas: reconstruir desde sus actores al proceso militar que
acaudilló el general Velasco y que cambió al país y las Fuerzas
Armadas. En algunas de nuestras conversaciones preliminares, antes que
el corazón lo venciera, Fernández Maldonado me adelantó, sin embargo,
algunos de los temas.
La idea de la revolución ?me dijo- no salió de un día para otro; el
golpe militar fue madurado lentamente en la medida que los militares
se decepcionaban del ?progresista? Belaúnde, paralizado por la
oposición en el Congreso e inclinado cada vez más a la concesión,
apenas encubierta por la inagotable retórica del arquitecto.
En los mandos medios era generalizada la crítica a la enorme distancia
que había entre el espectáculo de la política limeña y lo que estaba
pasando en el interior del Perú, donde crecía un malestar general y
hervía una rebelión en el campo contra el sistema de propiedad y
gestión de la tierra imperante.
LA GUERRILLA DEL 65
Fernández me advirtió que el grupo más sensible de la época lo
constituyeron los jefes de inteligencia que debieron enfrentar al
movimiento de Hugo Blanco y a la guerrilla de Luis de la Puente, en
1965.
"Estuvimos infiltrados en estas organizaciones y recogimos no solo
datos para la identificación de los implicados, sino que empezamos a
discutir sobre sus ideas, que nos llegaban a través de la información
que manejábamos. La pregunta que nos hacíamos era si esto era un
fenómeno aislado que una vez derrotado ya no causaría más problemas, o
si estábamos caminando hacia una situación en la que después de los
guerrilleros de visos románticos, no vendrían cosas peores".
Luego de rociar napalm en la selva central, Fernández Maldonado se
preguntó sobre el número de campesinos que habría de morir en una
represión futura.
Una estructura de nivel de coroneles y algunos mandos medios empezó a
trabajar en la perspectiva de definir un programa básico para sacar al
país del marasmo y reducir las proyecciones de la violencia.
Para este propósito se asociaron con sus propios profesores del Centro
de Altos Estudios militares, cuya mirada estaba principalmente
dirigida a propiciar reformas desde el Estado que desoligarquizaran la
sociedad peruana y modificaran las relaciones de poder con las clases
subalternas. Este sería el germen del futuro Plan Inca.
Pero ellos eran ante todo militares y eso implicaba respuestas
prácticas a problemas concretos. Ello equivalía a resolver el problema
del golpe, es decir del control de la maquinaria del Estado.
General Velasco Alvarado
EL EJE DEL DRAMA
No era solo un asunto de técnica de la captura del poder, sino de
consenso militar, que permitiera que la propuesta pasase por
institucional y que la idea de la gran reforma no fuese traicionada
por los generales conservadores (que eran muchos) y por los jefes de
las otras armas que no estuvieron comprometidos en el plan original.
Esa relación entre lo institucional y lo revolucionario fue finalmente
el eje del drama que se vivió los siete años de Velasco y los cinco de
Morales Bermúdez. Pero al principio la figura providencial del general
Juan Velasco Alvarado resolvió a puro don de mando la contradicción.
Elevado a la condición de comandante general del Ejército y presidente
del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, en enero de 1968, Velasco
se convirtió pronto en el referente de la conspiración de los
coroneles.
Según Fernández Maldonado, el general era rudo y directo y cuando se
comprometía con algo no había fuerza para hacerlo retroceder. El día
de la expropiación de los campos y la refinería de Talara, más tarde
conocido como ?día de la dignidad? (9 de octubre), toda la lógica de
la revolución militar fue puesta a prueba.
UNA PISTOLA
Los actores eran un Consejo de Ministros dominado por los generales y
almirantes conservadores, que querían una salida negociada con la
empresa y que estaban preparando su propia ?acta de Talara?; el Comité
de Asesoría de la Presidencia (COAP) integrado por los coroneles
revolucionarios y sus asesores; y el presidente Velasco, que parecía
moverse entre los dos. Los documentos iban y regresaban entre dos
salas del Palacio de Gobierno. Y el COAP iba usando expresiones cada
vez más fuertes: sería una nueva traición, es inaceptable, etc.
El general Montagne, presidente del Consejo de Ministros, pidió pasar
al voto, que sin duda ganaría imponiendo la versión de nuevo arreglo
con la empresa. Entonces Velasco pidió un cuarto intermedio, se reunió
con sus asesores y comprendió claramente cuál era el problema.
Regresó al Consejo de Ministros y colocó su arma sobre la mesa, luego
dijo que les informaba, señores, que en esos momentos había dado
órdenes para que las tropas ocupen las instalaciones petroleras y que
eso ocurriría independientemente de lo que resuelvan los ministros.
Nadie se atrevió a protestar, porque entendieron que quien lo hiciese
quedaría fuera del proceso que acababa de comenzar.
Hacia finales del año, los coroneles de Velasco llegaban a generales y
pasaban a ocupar posiciones como ministros. Fernández Maldonado se
convirtió en titular de cartera de Fomento y Obras Públicas, que en
tres meses se desdobló en varios ministerios. Al hasta hacía poco
joven coronel le tocó el despacho de energía y Minas, que debía
consolidar el primer impulso nacionalista y reformador. Nunca hubo un
ministro más a la izquierda en este tema. Hoy se escogen a los
ministros de energía y Minas entre privatizadores y amigos de las
grandes empresas extranjeras.
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