MALI
Txente Rekondo.- Analista Internacional
Hace algo más de un año, la rebelión de los Tuareg en Malí supuso el punto de partida (para algunos, ya que otros defienden que se trata de un nuevo paso en un proceso histórico hincado muchas décadas atrás), de una serie de acontecimientos que han trastocado profundamente una imparte región del continente africano y que a tenor de lo que hemos observado estos días, amenaza con extenderse en el tiempo y en el espacio.
Toda una serie de factores interrelacionados han colaborado en el diseño del actual panorama, que ofrece muchos paralelismos con experiencias recientes (Irak, Afganistán o Libia) y que puede dar paso a la creación de una nueva definición, ?Sahelstán?. La conexión entre las diferentes dimensiones (local, regional e internacional) puede servir para comprender mejor el rumbo que están adquiriendo los acontecimientos y sus protagonistas.
La dimensión local. En estos trece meses Malí ha experimentado diversos hechos que han llevado al país a una situación de caos. Cronológicamente, hace trece meses los Tuareg se rebelaron contra el gobierno central, lo que fue una nueva etapa de enfrentamientos que ha caracterizado ya en el pasado las relaciones de este pueblo con los gobiernos de Malí. El regreso desde Libia de combatientes bien armados y con experiencia militar tras la caída de Gaddafi, junto a una larga historia de agravios políticos , marginaciones sociales y negligencias por parte de los diferentes gobiernos de Malí, impulsaron esta nueva fase del conflicto.
A partir de ahí se sucederán los acontecimientos, con un golpe de estado militar contra el gobierno, toma de todo el norte (más de la mitad del estado)por los Tuareg, y posterior declaración de independencia, enfrentamientos entre islamistas y tuaregs, auge del protagonista de al menos tres organizaciones islamistas con evidentes vínculos ideológicos y estructurales con la red al Qaeda, y finalmente la intervención extranjera comandada por es estado francés.
Lo que hasta hace un año algunos mostraban como ejemplo de transición hacia la democracia, se ha convertido en un nido de diferentes crisis. La primera de ellas de carácter político, ya que las instituciones apenas se reponen del enfrentamiento tras el golpe y las divisiones políticas son más que evidentes; una crisis de seguridad, con un ejército en desbandada, desmoralizado e incapaz de enfrentarse a las organizaciones rebeldes del norte: en tercer lugar, otra de tipo territorial, con más de la mitad del país en manos de grupos islamistas y de tuaregs,; y en último lugar, la tragedia humanitaria, con cientos de miles de desplazados internos y refugiados.
La dimensión regional. La región que algunos definen como Sahel, mientras que otros analistas prefieren definirla como ?Sahara Central? se ha convertido en estos meses en el verdadero protagonista, más allá de lo que acontece en Malí, que en cierta medida puede considerarse como el desencadenante perfecto.
La presencia de importantes recursos naturales, por el que pugnan las principales potencias mundiales y del que se aprovechan también las élites locales; la persistencia de dos conflictos históricos sin resolver (el proceso soberanista del Sahara Occidental y las reivindicaciones similares del pueblo Tuareg), el incremento de la influencia de organizaciones como al Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM), junto a la presencia de otros grupos como (Boko Haram en Nigeria, o al Shabaab en Somalia), sin olvidar tampoco la existencia de redes de tráfico ilegal de bienes de consumo, drogas o personas.
Las características de la región han permitido en los últimos años el desarrollo de un sistema de redes dedicadas a la llamada ?delincuencia organizada?. La importación de productos para el consumo, unida al impago de tasas, fomentó un contrabando controlado, que en un principio se dedicó a los citados bienes, para posteriormente añadir el tráfico de armas, de drogas y de personas (incluido en este apartado el lucrativo negocio del secuestro de extranjeros, tanto turistas, como trabajadores de ONGs y otras empresas).
Algunas informaciones señalaban que por ejemplo en las operaciones de tráfico de tabaco (muy lucrativas también) podían haber influido las grandes compañías internacionales, enojadas con las tasas y el régimen de monopolio que han venido aplicando muchos estados sobre dicho producto. Ni que decir tiene, que estas actividades han traído consigo una importante merma de los ingresos estatales, junto a la expansión de prácticas ligadas a la corrupción y a la colaboración entre traficantes y funcionarios del estado (administrativos, militares o policiales).
Otro de los aspectos de esta dimensión es el auge y expansión que el grupo AQIM ha experimentado, ampliando su presencia inicial en Argelia a la mayoría de estados de la zona. Para ello ha puesto en marcha una estrategia de integración regional muy elaborada, creando lazos estrechos a través de matrimonios y acercamientos familiares; patrocinando con dinero, armas, entrenamiento militar o formación política a los nuevos grupos locales que han ido apareciendo; convirtiéndose en una especie de ?agencia de colocación? para importantes sectores de la juventud y de determinadas tribus, enfadados con las políticas de sus respectivos gobiernos hacia ellos; y manteniendo un discurso que les hace presentarse como ?defensores? de los citados sectores ante los excesos de los gobernantes.
Con un común denominador ideológico en torno al salafismo, todas esas organizaciones comparten un nexo común, al tiempo que cada una de ellas sigue manteniendo su propia agenda local. Algunos analistas se refieren a esta nueva situación en el Sahel como la existencia de una especie de corredor islamista (lo que otros han comenzado a definir como Sahelstán) y en el que de momento se pueden observar tres vértices cada día más poderosos, una especia de triunvirato: AQIM, Boko Haram en Nigeria y Al Shabaad en Somalia.
La dimensión internacional. En este complejo puzzle no podía faltar la presencia de los llamados actores internacionales. En esta ocasión la intervención militar de Francia puede volver a situar otro lugar del planeta en una compleja y delicada, incluso explosiva, situación.
Las maniobras de EEUU por un lado y el estado francés por otro, no son nuevas en la región. En los últimos diez años, desde la iniciativa Pan-Sahel de Bush en 2004, que a través de militares, tropas especiales y ?contratistas? se aseguró la presencia en Mauritania, Níger, Chad y Malí, y que se amplio a otros estado vecinos (entre ellos Nigeria y Argelia) con la Iniciativa Contra-Terrorista Trans Sahariana, lograba permanecer en dos de los estados energéticos más ricos en recursos.
Por su parte, es de sobra conocido el interés que Francia ha tenido en sus antiguas colonias, tanto en clave ideológica (la mal llamada Francophonie, o ?le grandeur?) como geoestratégica (recuperar su peso en la esfera internacional y controlar los recursos naturales que necesita). Como apuntaba un periodista francés, ?cuando los intereses franceses (el uranio de Níger y la potencialidad energética de Malí) están en peligro en África, París se viste con su ropa de gendarme y envía sus helicópteros?. Esa y no otra es la cruda realidad de la política llamada ?Françafrique?, y que en esta ocasión puede abrir (sino lo ha hecho ya) todo un abanico de amenazas transnacionales en la región, más allá además de las consecuencias dramáticas para las poblaciones locales.
Desde grupos locales que buscan derrocar a sus gobiernos e instaurar una agenda islamista, pasando por jóvenes descontentos con las élites de los países y que se sienten forzados a emigrar hacia Europa, y que pueden ver un gran atractivo en las ofertas de los grupos citados, o la misma expansión de la delincuencia organizada en la zona, se aprovecharán del caos que puede seguir a la intervención internacional en la región.
Es pronto para determinar si las experiencias de Irak, Afganistán o Libia acabarán reproduciéndose en el Sahel, pero estamos a tiempo para reconocer que detrás de estas intervenciones militares no se encuentran supuestas ?ayudas humanitarias?, sino más bien la defensa de los intereses de las otroras potencias coloniales.
Sirva como colofón el nombre elegido por París para la operación militar, ?Serval?, un felino característico de África, y que como señalan algunas enciclopedias: ?Los servales jóvenes pueden ser domesticados, pero son difíciles de mantener en cautividad porque no suelen reconocer la jerarquía impuesta por sus dueños; a pesar de ello, cada vez se les ve más como mascotas exóticas en algunos países occidentales?, ya veremos si finalmente el propio nombre acaba siendo profético.
Txente Rekondo.- Analista Internacional
Hace algo más de un año, la rebelión de los Tuareg en Malí supuso el punto de partida (para algunos, ya que otros defienden que se trata de un nuevo paso en un proceso histórico hincado muchas décadas atrás), de una serie de acontecimientos que han trastocado profundamente una imparte región del continente africano y que a tenor de lo que hemos observado estos días, amenaza con extenderse en el tiempo y en el espacio.
Toda una serie de factores interrelacionados han colaborado en el diseño del actual panorama, que ofrece muchos paralelismos con experiencias recientes (Irak, Afganistán o Libia) y que puede dar paso a la creación de una nueva definición, ?Sahelstán?. La conexión entre las diferentes dimensiones (local, regional e internacional) puede servir para comprender mejor el rumbo que están adquiriendo los acontecimientos y sus protagonistas.
La dimensión local. En estos trece meses Malí ha experimentado diversos hechos que han llevado al país a una situación de caos. Cronológicamente, hace trece meses los Tuareg se rebelaron contra el gobierno central, lo que fue una nueva etapa de enfrentamientos que ha caracterizado ya en el pasado las relaciones de este pueblo con los gobiernos de Malí. El regreso desde Libia de combatientes bien armados y con experiencia militar tras la caída de Gaddafi, junto a una larga historia de agravios políticos , marginaciones sociales y negligencias por parte de los diferentes gobiernos de Malí, impulsaron esta nueva fase del conflicto.
A partir de ahí se sucederán los acontecimientos, con un golpe de estado militar contra el gobierno, toma de todo el norte (más de la mitad del estado)por los Tuareg, y posterior declaración de independencia, enfrentamientos entre islamistas y tuaregs, auge del protagonista de al menos tres organizaciones islamistas con evidentes vínculos ideológicos y estructurales con la red al Qaeda, y finalmente la intervención extranjera comandada por es estado francés.
Lo que hasta hace un año algunos mostraban como ejemplo de transición hacia la democracia, se ha convertido en un nido de diferentes crisis. La primera de ellas de carácter político, ya que las instituciones apenas se reponen del enfrentamiento tras el golpe y las divisiones políticas son más que evidentes; una crisis de seguridad, con un ejército en desbandada, desmoralizado e incapaz de enfrentarse a las organizaciones rebeldes del norte: en tercer lugar, otra de tipo territorial, con más de la mitad del país en manos de grupos islamistas y de tuaregs,; y en último lugar, la tragedia humanitaria, con cientos de miles de desplazados internos y refugiados.
La dimensión regional. La región que algunos definen como Sahel, mientras que otros analistas prefieren definirla como ?Sahara Central? se ha convertido en estos meses en el verdadero protagonista, más allá de lo que acontece en Malí, que en cierta medida puede considerarse como el desencadenante perfecto.
La presencia de importantes recursos naturales, por el que pugnan las principales potencias mundiales y del que se aprovechan también las élites locales; la persistencia de dos conflictos históricos sin resolver (el proceso soberanista del Sahara Occidental y las reivindicaciones similares del pueblo Tuareg), el incremento de la influencia de organizaciones como al Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM), junto a la presencia de otros grupos como (Boko Haram en Nigeria, o al Shabaab en Somalia), sin olvidar tampoco la existencia de redes de tráfico ilegal de bienes de consumo, drogas o personas.
Las características de la región han permitido en los últimos años el desarrollo de un sistema de redes dedicadas a la llamada ?delincuencia organizada?. La importación de productos para el consumo, unida al impago de tasas, fomentó un contrabando controlado, que en un principio se dedicó a los citados bienes, para posteriormente añadir el tráfico de armas, de drogas y de personas (incluido en este apartado el lucrativo negocio del secuestro de extranjeros, tanto turistas, como trabajadores de ONGs y otras empresas).
Algunas informaciones señalaban que por ejemplo en las operaciones de tráfico de tabaco (muy lucrativas también) podían haber influido las grandes compañías internacionales, enojadas con las tasas y el régimen de monopolio que han venido aplicando muchos estados sobre dicho producto. Ni que decir tiene, que estas actividades han traído consigo una importante merma de los ingresos estatales, junto a la expansión de prácticas ligadas a la corrupción y a la colaboración entre traficantes y funcionarios del estado (administrativos, militares o policiales).
Otro de los aspectos de esta dimensión es el auge y expansión que el grupo AQIM ha experimentado, ampliando su presencia inicial en Argelia a la mayoría de estados de la zona. Para ello ha puesto en marcha una estrategia de integración regional muy elaborada, creando lazos estrechos a través de matrimonios y acercamientos familiares; patrocinando con dinero, armas, entrenamiento militar o formación política a los nuevos grupos locales que han ido apareciendo; convirtiéndose en una especie de ?agencia de colocación? para importantes sectores de la juventud y de determinadas tribus, enfadados con las políticas de sus respectivos gobiernos hacia ellos; y manteniendo un discurso que les hace presentarse como ?defensores? de los citados sectores ante los excesos de los gobernantes.
Con un común denominador ideológico en torno al salafismo, todas esas organizaciones comparten un nexo común, al tiempo que cada una de ellas sigue manteniendo su propia agenda local. Algunos analistas se refieren a esta nueva situación en el Sahel como la existencia de una especie de corredor islamista (lo que otros han comenzado a definir como Sahelstán) y en el que de momento se pueden observar tres vértices cada día más poderosos, una especia de triunvirato: AQIM, Boko Haram en Nigeria y Al Shabaad en Somalia.
La dimensión internacional. En este complejo puzzle no podía faltar la presencia de los llamados actores internacionales. En esta ocasión la intervención militar de Francia puede volver a situar otro lugar del planeta en una compleja y delicada, incluso explosiva, situación.
Las maniobras de EEUU por un lado y el estado francés por otro, no son nuevas en la región. En los últimos diez años, desde la iniciativa Pan-Sahel de Bush en 2004, que a través de militares, tropas especiales y ?contratistas? se aseguró la presencia en Mauritania, Níger, Chad y Malí, y que se amplio a otros estado vecinos (entre ellos Nigeria y Argelia) con la Iniciativa Contra-Terrorista Trans Sahariana, lograba permanecer en dos de los estados energéticos más ricos en recursos.
Por su parte, es de sobra conocido el interés que Francia ha tenido en sus antiguas colonias, tanto en clave ideológica (la mal llamada Francophonie, o ?le grandeur?) como geoestratégica (recuperar su peso en la esfera internacional y controlar los recursos naturales que necesita). Como apuntaba un periodista francés, ?cuando los intereses franceses (el uranio de Níger y la potencialidad energética de Malí) están en peligro en África, París se viste con su ropa de gendarme y envía sus helicópteros?. Esa y no otra es la cruda realidad de la política llamada ?Françafrique?, y que en esta ocasión puede abrir (sino lo ha hecho ya) todo un abanico de amenazas transnacionales en la región, más allá además de las consecuencias dramáticas para las poblaciones locales.
Desde grupos locales que buscan derrocar a sus gobiernos e instaurar una agenda islamista, pasando por jóvenes descontentos con las élites de los países y que se sienten forzados a emigrar hacia Europa, y que pueden ver un gran atractivo en las ofertas de los grupos citados, o la misma expansión de la delincuencia organizada en la zona, se aprovecharán del caos que puede seguir a la intervención internacional en la región.
Es pronto para determinar si las experiencias de Irak, Afganistán o Libia acabarán reproduciéndose en el Sahel, pero estamos a tiempo para reconocer que detrás de estas intervenciones militares no se encuentran supuestas ?ayudas humanitarias?, sino más bien la defensa de los intereses de las otroras potencias coloniales.
Sirva como colofón el nombre elegido por París para la operación militar, ?Serval?, un felino característico de África, y que como señalan algunas enciclopedias: ?Los servales jóvenes pueden ser domesticados, pero son difíciles de mantener en cautividad porque no suelen reconocer la jerarquía impuesta por sus dueños; a pesar de ello, cada vez se les ve más como mascotas exóticas en algunos países occidentales?, ya veremos si finalmente el propio nombre acaba siendo profético.
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