VENEZUELA
El autor analiza la situación creada en Venezuela con la enfermedad de su presidente, Hugo Chávez, hospitalizado en Cuba desde hace más de un mes, y los riesgos a los que deben hacer frente el chavismo y, en un sentido más amplio, la Revolución Bolivariana. «Chávez no se va» fue el lema de campaña del referéndum revocatorio -finalmente ratificatorio- de 2004 en Venezuela. Casi una década después, el citado lema vuelve a recobrar vigencia a pese al grave estado del mandatario bolivariano
Por Luismi UHARTE
El proceso de investidura de enero 2013 se ha convertido en el nuevo campo de batalla para el pulso político entre quienes defienden la democracia en Venezuela y quienes desprecian el sufragio popular. La maquinaria mediática transnacional, en un ejercicio de carácter proto-golpista, ha intentado poner en cuestión la legitimidad de un Gobierno recién elegido en las urnas por mayoría absoluta, con más del 11% de diferencia y con un porcentaje de participación superior al 80%, algo, por cierto, poco común en los regímenes liberales occidentales.
Sin embargo, este ensayo de «golpe mediático y anti-sufragista» ha fracasado en gran medida gracias a la jugada maestra que diseñó el movimiento bolivariano con la juramentación simbólica del 10 de enero de este año, combinando dos golpes de efecto. Por un lado, la «juramentación popular» que se materializó frente al palacio presidencial, con la concentración de miles de personas que se movilizaron para dejar claro, no solo que «Chávez no se va», sino fundamentalmente, que el bloque nacional-popular renueva mandato tras su victoria electoral.
Por otro lado, el aval institucional y regional que se produjo el mismo día, con la presencia de representantes de diversos gobiernos latinoamericanos tanto en Caracas como en La Habana, otorgando reconocimiento oficial a Chávez y al proceso democrático en el país. Incluso la OEA se vio forzada a emitir unas declaraciones de apoyo por parte de su secretario general, José Miguel Insulza.
Riesgos. No obstante, el indudable riesgo de desaparición física de Chávez abre un escenario de oportunidades para abordar el siempre postergado debate de articular un liderazgo más colectivo. Un acierto hasta el momento ha sido la actual composición del Ejecutivo, que proyec- ta una imagen gubernamental más colegiada, donde diversas figuras comparten presencia mediática, destacándose el vicepresidente Maduro, los ministros Villegas (comunicación) y Arreaza (Ciencia y Tecnología) y el recién nombrado ministro de Exteriores, Elías Jaua.
Un riesgo a corto plazo es la potencial fragmentación del chavismo por la ausencia de su líder. Sin embargo, la elección de Maduro por parte de Chávez muestra la última maniobra de este para neutralizar tendencias centrífugas al interior del movimiento. Probablemente, Maduro es uno de los pocos que tiene capacidad real de mantener unidos a los diferentes sectores de poder que se articulan alrededor del chavismo, a pesar de que los grupos más la izquierda no estén muy satisfechos con su designación.
Centralidad. El debate reabierto a nivel internacional sobre si Chávez «se va o se queda» vuelve a evidenciar por enésima vez la trascendencia histórica de la Revolución Bolivariana y de su líder. De esto son conscientes sectores muy diversos.
La visión político-estratégica de Chávez lo convierte en uno de los líderes más importantes del último medio siglo. Fidel Castro fue uno de los primeros que así lo percibió y, actualmente, la mayoría de los mandatarios sudamericanos así lo reconoce, desde el conservador Juan Manuel Santos en Colombia hasta Evo Morales en Bolivia. La clave ha sido la «solidaridad internacionalista» que ha desplegado la Revolución Bolivariana para posibilitar el cambio de época en términos geopolíticos. El presidente uruguayo, José Mujica, reconoció explícitamente en Caracas este hecho.
En el interior, la casi totalidad del movimiento popular revolucionario sigue asumiendo con notable madurez histórica el liderazgo de Chávez y la capacidad hegemónica del «chavismo», pero sin olvidar el papel vanguardista que debe seguir teniendo en la lucha ideológica el «bolivarianismo», identidad política de los sectores más radicales que apuestan por la ecuación revolucionaria «ni capital ni burocratismo». La imbricación de estas dos identidades dota de mayor «densidad política» a la Revolución Bolivariana.
Los más despistados en el tablero, paradójicamente, son algunos sectores minoritarios de la izquierda foránea. Destacan, por una parte, grupúsculos instalados tercamente en un pensamiento sectario antiestatista, que olvidan que las dinámicas comunitarias en Venezuela (y en otros muchos lugares) no se construyen siempre contra el Estado, sino en muchas ocasiones en negociación y en tensión con este. Por otra parte, tenemos a otro sector de la izquierda absorto en una reflexión etnocéntrica de reminiscencias coloniales que infravalora la trascendencia histórica del proceso venezolano porque no se ajusta a sus coordenadas socio-culturales.
Con mucha más capacidad de percepción política aparece la derecha regional e internacional, más consciente del peligro que supone Chávez y la actual Venezuela. El uso sistemático del «latifundio mediático» a su servicio para desprestigiar a Venezuela es el mejor exponente.
Mientras tanto, la Revolución Bolivariana sigue su curso, proyectando un doble efecto hacia el exterior. Por una parte, en el plano táctico, evidencia que el saqueo público neoliberal tiene una alternativa factible que se traduce en un proyecto de «Estado social». Por otra, en términos teórico-estratégicos, está posibilitando algo impensable en muchos países: la apertura de un debate de dimensiones nacionales (todavía con escasas materializaciones prácticas) de la necesidad de superar la explotación del capitalismo (con propuestas de nuevos tipos de propiedad) y de construcción de otra ecuación de poder político, partiendo de las experiencias de los «consejos» y de las «ciudades comunales». En este contexto, parece bastante creíble que «Chávez no se va».
El autor analiza la situación creada en Venezuela con la enfermedad de su presidente, Hugo Chávez, hospitalizado en Cuba desde hace más de un mes, y los riesgos a los que deben hacer frente el chavismo y, en un sentido más amplio, la Revolución Bolivariana. «Chávez no se va» fue el lema de campaña del referéndum revocatorio -finalmente ratificatorio- de 2004 en Venezuela. Casi una década después, el citado lema vuelve a recobrar vigencia a pese al grave estado del mandatario bolivariano
Por Luismi UHARTE
El proceso de investidura de enero 2013 se ha convertido en el nuevo campo de batalla para el pulso político entre quienes defienden la democracia en Venezuela y quienes desprecian el sufragio popular. La maquinaria mediática transnacional, en un ejercicio de carácter proto-golpista, ha intentado poner en cuestión la legitimidad de un Gobierno recién elegido en las urnas por mayoría absoluta, con más del 11% de diferencia y con un porcentaje de participación superior al 80%, algo, por cierto, poco común en los regímenes liberales occidentales.
Sin embargo, este ensayo de «golpe mediático y anti-sufragista» ha fracasado en gran medida gracias a la jugada maestra que diseñó el movimiento bolivariano con la juramentación simbólica del 10 de enero de este año, combinando dos golpes de efecto. Por un lado, la «juramentación popular» que se materializó frente al palacio presidencial, con la concentración de miles de personas que se movilizaron para dejar claro, no solo que «Chávez no se va», sino fundamentalmente, que el bloque nacional-popular renueva mandato tras su victoria electoral.
Por otro lado, el aval institucional y regional que se produjo el mismo día, con la presencia de representantes de diversos gobiernos latinoamericanos tanto en Caracas como en La Habana, otorgando reconocimiento oficial a Chávez y al proceso democrático en el país. Incluso la OEA se vio forzada a emitir unas declaraciones de apoyo por parte de su secretario general, José Miguel Insulza.
Riesgos. No obstante, el indudable riesgo de desaparición física de Chávez abre un escenario de oportunidades para abordar el siempre postergado debate de articular un liderazgo más colectivo. Un acierto hasta el momento ha sido la actual composición del Ejecutivo, que proyec- ta una imagen gubernamental más colegiada, donde diversas figuras comparten presencia mediática, destacándose el vicepresidente Maduro, los ministros Villegas (comunicación) y Arreaza (Ciencia y Tecnología) y el recién nombrado ministro de Exteriores, Elías Jaua.
Un riesgo a corto plazo es la potencial fragmentación del chavismo por la ausencia de su líder. Sin embargo, la elección de Maduro por parte de Chávez muestra la última maniobra de este para neutralizar tendencias centrífugas al interior del movimiento. Probablemente, Maduro es uno de los pocos que tiene capacidad real de mantener unidos a los diferentes sectores de poder que se articulan alrededor del chavismo, a pesar de que los grupos más la izquierda no estén muy satisfechos con su designación.
Centralidad. El debate reabierto a nivel internacional sobre si Chávez «se va o se queda» vuelve a evidenciar por enésima vez la trascendencia histórica de la Revolución Bolivariana y de su líder. De esto son conscientes sectores muy diversos.
La visión político-estratégica de Chávez lo convierte en uno de los líderes más importantes del último medio siglo. Fidel Castro fue uno de los primeros que así lo percibió y, actualmente, la mayoría de los mandatarios sudamericanos así lo reconoce, desde el conservador Juan Manuel Santos en Colombia hasta Evo Morales en Bolivia. La clave ha sido la «solidaridad internacionalista» que ha desplegado la Revolución Bolivariana para posibilitar el cambio de época en términos geopolíticos. El presidente uruguayo, José Mujica, reconoció explícitamente en Caracas este hecho.
En el interior, la casi totalidad del movimiento popular revolucionario sigue asumiendo con notable madurez histórica el liderazgo de Chávez y la capacidad hegemónica del «chavismo», pero sin olvidar el papel vanguardista que debe seguir teniendo en la lucha ideológica el «bolivarianismo», identidad política de los sectores más radicales que apuestan por la ecuación revolucionaria «ni capital ni burocratismo». La imbricación de estas dos identidades dota de mayor «densidad política» a la Revolución Bolivariana.
Los más despistados en el tablero, paradójicamente, son algunos sectores minoritarios de la izquierda foránea. Destacan, por una parte, grupúsculos instalados tercamente en un pensamiento sectario antiestatista, que olvidan que las dinámicas comunitarias en Venezuela (y en otros muchos lugares) no se construyen siempre contra el Estado, sino en muchas ocasiones en negociación y en tensión con este. Por otra parte, tenemos a otro sector de la izquierda absorto en una reflexión etnocéntrica de reminiscencias coloniales que infravalora la trascendencia histórica del proceso venezolano porque no se ajusta a sus coordenadas socio-culturales.
Con mucha más capacidad de percepción política aparece la derecha regional e internacional, más consciente del peligro que supone Chávez y la actual Venezuela. El uso sistemático del «latifundio mediático» a su servicio para desprestigiar a Venezuela es el mejor exponente.
Mientras tanto, la Revolución Bolivariana sigue su curso, proyectando un doble efecto hacia el exterior. Por una parte, en el plano táctico, evidencia que el saqueo público neoliberal tiene una alternativa factible que se traduce en un proyecto de «Estado social». Por otra, en términos teórico-estratégicos, está posibilitando algo impensable en muchos países: la apertura de un debate de dimensiones nacionales (todavía con escasas materializaciones prácticas) de la necesidad de superar la explotación del capitalismo (con propuestas de nuevos tipos de propiedad) y de construcción de otra ecuación de poder político, partiendo de las experiencias de los «consejos» y de las «ciudades comunales». En este contexto, parece bastante creíble que «Chávez no se va».
No hay comentarios:
Publicar un comentario