GUATEMALA
La clase obrera
POR ILKA OLIVA
(Periodista guatemalteca, Colaboradora de Resumen Latinoamericano
desde Chicago)
29 enero, 2014
Cuando tenía diez años de edad recuerdo que abrieron en Ciudad Peronia un centro donde repartían comida por parte del gobierno. Cada mes llegaban a dejar jamón enlatado, máiz amarillo, leche en polvo y latas de queso amarillo. Eran camionadas las que llegaban y todos las crías salíamos corriendo atrás de los volados para guindarnos de las carrocerías. Era una felicidad la que invadía a la colonia. Había comida. El trámite para recibirlo consistía en que la familia se inscribiera en el centro de salud y decir la cantidad de miembros y edades, cuánto era el ingreso mensual y en qué laboraba la mamá y el papá.
La primera vez nosotras emocionadas con mi hermana mayor sin decirle nada a mi mamá nos fuimos a inscribir y cuando llegó la primera entrega felices la recibimos: llegamos a la casa con dos botes de jamón, una arroba de máiz amarillo, cinco libras de leche en polvo y una lata de queso amarillo de tres libras. Qué felicidad. Cuando mi mamá nos vio entrar con el cargamento su rostro blanco se puso rojo de la cólera y despotricó con toda su dignidad de mamá herida: ¿en dónde les dieron eso?
Mamá ahí en la calle Usumacinta, están regalando comida a la gente pobre, ¿y a ustedes quién les dijo que somos pobres? ¡Ahora mismo se me van a devolver esa comida! ¡No miran que hay gente que es pobre y la necesita!
Nos explicó que nosotras no éramos pobres porque trabajábamos y que para eso nos estaba enseñando desde pequeñas a ganarnos el bocado de comida con el sudor de nuestra frente, para no caer en la pobreza de pedir. Pobreza en los términos de mi mamá es apocarse con limitarse a estirar la mano para que le den sin hacer un mínimo esfuerzo por ganarse las cosas con dignidad. Así fue como yo aprendí después de ir a dejar la comida a donde nos la dieron y a los diez años de edad que, efectivamente no éramos pobres. Aquella tarde mi mamá nos llevó a las dos a la orilla del bulevar principal al final de la calle Danubio, bajo la sombra del Pinito, ahí nos quedamos viendo cómo la gente corría entusiasmada a pedir la comida, nos dijo: ya vieron ésa es gente pobre que sólo puede estirar la mano y eso mismo le están enseñando a sus hijos, ¡pero a ustedes hijas de la gran puta las voy a enseñar a ser independientes para que le pidan nada nadie y se lo ganen con su trabajo!
Aunque a algunas personas les suene vulgar eso de hijas de la gran puta, en Jutiapa no tiene nada de despectivo. Esa expresión yo la uso todo el tiempo y en mi cabeza la palabra puta no es ofensa.
Aquella experiencia vivida a mis cortos diez años de edad ha sido la médula de mi vida: no acepto absolutamente nada regalado, si tengo necesidad busco trabajo para intercambiarlo por lo que necesite. Me cuesta mucho salir a comer con alguien y dejarme invitar soy de las que toda mi vida ha pagado su plato de comida. En algunas ocasiones me toca aceptar como una cortesía y no ser arrogante con la humildad de la otra persona que se ofrece a pagar. Detesto que me regalen cosas para mi cumpleaños regularmente quien me conoce bien no me regala nada, porque sabe que yo pienso que es trivial y obligado, quien te quiere dar algo de corazón te lo obsequia en un día cualquiera no calendarizado.
No suelo regalar mucho menos por compromiso, a pocas personas he obsequiado algo y por lo regular no es algo comercial que podes comprar en cualquier lugar. Soy extremadamente detallista, cuando das algo con amor no lo podes comprar en cualquier lugar y no tiene que ser caro, ni de marca o de renombre, tiene que ser algo que lleve impregnada la esencia de tu ser.
Es doloroso criticar o tratar de analizar el por qué de la apatía en la clase obrera, campesina y proletaria. Por qué en la periferia también dentro de esa miseria la gente se acomoda y se acostumbra a estirar la mano para pedir.
Que se vendan a cambio de una bolsa de frijoles y un corvo o una bolsa de abono. Que dejen los más por lo menos. Que se dejen embaucar, alguien dirá que es la falta de educación formal, la falta de oportunidades, pero la decencia y la honra no tienen nada que ver con escuela ni con títulos. La dignidad no tiene cabida en ningún lugar más allá de ls honestidad.
¿Por qué yo voy a permitir que vengan unos tractores a invadir mis tierras para sangrarles las entrañas? Y en lugar de defenderla la voy a traicionar recibiendo una pala y una bolsa de abono, eso me permite ahorrarme de comprarlas o de trabajar para comprarlas a cambio dejaré que los ricos se hagan más ricos dejando a la tierra en los huesos.
Cuando se pierde la dignidad el ser humano es tan sólo un lastre, una hoja seca, un río drenado, un quebrada a la que los finquemos le robaron el agua y la convirtieron en tomas para regar sus sembradíos de kilómetros y kilómetros.
Esa clase que vive en la alcantarilla y que espera la remesa que llegue cada semana, esa clase que pide y quiere cosas de marca finas y caras pero que no trabaja dignamente ni para ganarse la mitad de un pan dulce. Yo vengo de ahí, a mí nadie me va a decir qué sucede, de qué carece mi clase porque yo la tengo en la sangre.
Tan apáticos los ricos como los pobres ? uso la palabra pobre como terminología que es más popular- tan desmemoriados los ricos como los pobres, mira para afuera la cría rica como la de bajos recursos económicos: en algunas circunstancias varía el objetivo porque siempre han rarezas esas semillas que florecen sobre las piedras en ambas clases. Pero por lo general siempre se quiere un carro de último modelo, docenas de pares de zapatos, un armario lleno de ropa, dinero para derrochar.
Los padres envían a sus hijos a la escuela para que aprendan el arte de la estafa, para que sean profesionales del soborno, del robo, de la infiltración. Unos para salir de la pobreza y otros para hacerse más ricos. Sin ninguna clase de ética y moral.
Recuerdo el caso de una dentista graduada de universidad privada ? no se preocupen que la San Carlos no se queda atrás y con todo el dolor de mi corazón que la ama y honra- que vivía en Las Terrazas colonia distinguida en la década de los 90 ubicada a un costado de mi arrabal, la dentista encontró su mina de oro con las familias de mi arrabal pues era la única dentista del lugar y en lugar deshacerse rellenos y salvar las muelas se dedicaba a sacarlas de tajo para obtener dinero con rapidez, no le importaba sin con esto la persona perdía todos sus dientes a ella lo que le interesaba era su dinero. Cuando rondaba los 18 años de edad y la voz me daba para exigir recuerdo que fui a su clínica solo para decirle que era una vergüenza de ser humano y de profesional. Sólo a eso fui y me estuve guardando no sé cuántos años desde que de niña iba a morir en sus manos.
Se asombró tanto de ver a las dos niñas heladeras cursando la universidad.
Igual con el doctor de la farmacia graduado de la San Carlos que inventaba enfermedades a las personas solo para que no dejaran de ir a la consulta y comprar la medicina en su farmacia, hasta que un día alguien tomó la justicia en sus manos y lo mató.
Ese hombre por su calidad de doctor tuvo la oportunidad de escoger y jugar y manosear a cuanta patoja de mi arrabal hasta que decidió casarse con una canchita ojitos verdes, una Venus en la colonia, a la que dejó viuda y con crías.
Duele, enoja, y hay cierta impotencia cuando la clase obrera se aprovecha de su propia clase, cuando un campesino que a cómo ha podido se compra unas tierras y con estas explotaba sus propios hermanos, hermanos de la vida, de la campiña, del caminar, del las extenuantes horas de trabajo como mozos.
Como los jornaleros que logran comprar un camión de carrocería y lo utilizan para fletes y para sacar la cosecha de las montañas cobrando a sus hermanos cantidades con las que en poco tiempo se enriquecen. Se les olvidó que un día fueron campesinos y anduvieron en los mismos zanjones obedeciendo al patrón.
Y duele en el alma cuando las pocas personas que han tenido la oportunidad de desarrollo al lograr una oposición económica o un puesto laboral en lugar dd ayudar a emancipar a que otras personas también tengan plusvalía, a que la comunidad prospere, lo que hacen es traicionar el privilegio de la vida deshonrando a la humanidad.
Cuando se queja de que el patrón lo doblegue pero hace lo mismo con su esposa, compañera y crías.
Cuando a sus hijas las obliga a prostituirse y jampóm espera que le lleven la cena de restaurante fino, ahí se calla la boca y mastica de prisa devorando la carne de su hija recién manoseada.
Cuando la envidia corroe. Cuando se vuelve un holgazán. Cuando estira la mano para recibir la remesa.
Cuando usted teniendo un puesto en el mercado humilla y agrede al cargador de bultos. Cuando usted de ayudante de camioneta confabula con el piloto para violar a una niña que no le hizo caso, usted no es mejor persona que el riquillo que las droga y las viola en su carro.
Cuando sabe que con su voto está vendiendo la patria, su dignidad, su decencia a cambio de la promesa de una bolsa de arroz, de asfaltar una carretera. Dejar ir los más por lo menos.
Cuando estudia en la universidad con el hecho y pensado de que él obtener su título pobre robar con licencia.
Cuando calla ante cualquier injusticia.
Cuando con urgencia se abre de piernas para obtener a cambio una migaja que muchas veces tiene forma de aumento de sueldo, de acenso laboral.
Cuánto vale una arroba de maíz, cuándo vale la dignidad. Cuánto vale el agua de un río, cuánto una pala.
Cuánto un cartón de universidad, cuánto ser culto para servir.
Claro que sí, en mi clase también hay lastre y es mayoritario porque somos un legión.
Pero aunque duela la traición, se canse el corazón, hay que seguir luchando para un día no existan las clases sociales, ni la misoginia, racismo, exclusión, perversión, para que seamos personas en equidad sin etiqueta alguna, con los mismos derechos y obligaciones.
No es un sueño, el mañana también es quimera y sin embargo todos los días amanece. Hacer lo nuestro que es nuestra obligación, con la vida y con la patria que es un pedazo de tierra que no tiene fronteras.
Empecemos por erradicar la mala costumbre de estirar la mano y pedir.
Ilka Oliva Corado.
Enero 29 de 2014.
La clase obrera
POR ILKA OLIVA
(Periodista guatemalteca, Colaboradora de Resumen Latinoamericano
desde Chicago)
29 enero, 2014
Cuando tenía diez años de edad recuerdo que abrieron en Ciudad Peronia un centro donde repartían comida por parte del gobierno. Cada mes llegaban a dejar jamón enlatado, máiz amarillo, leche en polvo y latas de queso amarillo. Eran camionadas las que llegaban y todos las crías salíamos corriendo atrás de los volados para guindarnos de las carrocerías. Era una felicidad la que invadía a la colonia. Había comida. El trámite para recibirlo consistía en que la familia se inscribiera en el centro de salud y decir la cantidad de miembros y edades, cuánto era el ingreso mensual y en qué laboraba la mamá y el papá.
La primera vez nosotras emocionadas con mi hermana mayor sin decirle nada a mi mamá nos fuimos a inscribir y cuando llegó la primera entrega felices la recibimos: llegamos a la casa con dos botes de jamón, una arroba de máiz amarillo, cinco libras de leche en polvo y una lata de queso amarillo de tres libras. Qué felicidad. Cuando mi mamá nos vio entrar con el cargamento su rostro blanco se puso rojo de la cólera y despotricó con toda su dignidad de mamá herida: ¿en dónde les dieron eso?
Mamá ahí en la calle Usumacinta, están regalando comida a la gente pobre, ¿y a ustedes quién les dijo que somos pobres? ¡Ahora mismo se me van a devolver esa comida! ¡No miran que hay gente que es pobre y la necesita!
Nos explicó que nosotras no éramos pobres porque trabajábamos y que para eso nos estaba enseñando desde pequeñas a ganarnos el bocado de comida con el sudor de nuestra frente, para no caer en la pobreza de pedir. Pobreza en los términos de mi mamá es apocarse con limitarse a estirar la mano para que le den sin hacer un mínimo esfuerzo por ganarse las cosas con dignidad. Así fue como yo aprendí después de ir a dejar la comida a donde nos la dieron y a los diez años de edad que, efectivamente no éramos pobres. Aquella tarde mi mamá nos llevó a las dos a la orilla del bulevar principal al final de la calle Danubio, bajo la sombra del Pinito, ahí nos quedamos viendo cómo la gente corría entusiasmada a pedir la comida, nos dijo: ya vieron ésa es gente pobre que sólo puede estirar la mano y eso mismo le están enseñando a sus hijos, ¡pero a ustedes hijas de la gran puta las voy a enseñar a ser independientes para que le pidan nada nadie y se lo ganen con su trabajo!
Aunque a algunas personas les suene vulgar eso de hijas de la gran puta, en Jutiapa no tiene nada de despectivo. Esa expresión yo la uso todo el tiempo y en mi cabeza la palabra puta no es ofensa.
Aquella experiencia vivida a mis cortos diez años de edad ha sido la médula de mi vida: no acepto absolutamente nada regalado, si tengo necesidad busco trabajo para intercambiarlo por lo que necesite. Me cuesta mucho salir a comer con alguien y dejarme invitar soy de las que toda mi vida ha pagado su plato de comida. En algunas ocasiones me toca aceptar como una cortesía y no ser arrogante con la humildad de la otra persona que se ofrece a pagar. Detesto que me regalen cosas para mi cumpleaños regularmente quien me conoce bien no me regala nada, porque sabe que yo pienso que es trivial y obligado, quien te quiere dar algo de corazón te lo obsequia en un día cualquiera no calendarizado.
No suelo regalar mucho menos por compromiso, a pocas personas he obsequiado algo y por lo regular no es algo comercial que podes comprar en cualquier lugar. Soy extremadamente detallista, cuando das algo con amor no lo podes comprar en cualquier lugar y no tiene que ser caro, ni de marca o de renombre, tiene que ser algo que lleve impregnada la esencia de tu ser.
Es doloroso criticar o tratar de analizar el por qué de la apatía en la clase obrera, campesina y proletaria. Por qué en la periferia también dentro de esa miseria la gente se acomoda y se acostumbra a estirar la mano para pedir.
Que se vendan a cambio de una bolsa de frijoles y un corvo o una bolsa de abono. Que dejen los más por lo menos. Que se dejen embaucar, alguien dirá que es la falta de educación formal, la falta de oportunidades, pero la decencia y la honra no tienen nada que ver con escuela ni con títulos. La dignidad no tiene cabida en ningún lugar más allá de ls honestidad.
¿Por qué yo voy a permitir que vengan unos tractores a invadir mis tierras para sangrarles las entrañas? Y en lugar de defenderla la voy a traicionar recibiendo una pala y una bolsa de abono, eso me permite ahorrarme de comprarlas o de trabajar para comprarlas a cambio dejaré que los ricos se hagan más ricos dejando a la tierra en los huesos.
Cuando se pierde la dignidad el ser humano es tan sólo un lastre, una hoja seca, un río drenado, un quebrada a la que los finquemos le robaron el agua y la convirtieron en tomas para regar sus sembradíos de kilómetros y kilómetros.
Esa clase que vive en la alcantarilla y que espera la remesa que llegue cada semana, esa clase que pide y quiere cosas de marca finas y caras pero que no trabaja dignamente ni para ganarse la mitad de un pan dulce. Yo vengo de ahí, a mí nadie me va a decir qué sucede, de qué carece mi clase porque yo la tengo en la sangre.
Tan apáticos los ricos como los pobres ? uso la palabra pobre como terminología que es más popular- tan desmemoriados los ricos como los pobres, mira para afuera la cría rica como la de bajos recursos económicos: en algunas circunstancias varía el objetivo porque siempre han rarezas esas semillas que florecen sobre las piedras en ambas clases. Pero por lo general siempre se quiere un carro de último modelo, docenas de pares de zapatos, un armario lleno de ropa, dinero para derrochar.
Los padres envían a sus hijos a la escuela para que aprendan el arte de la estafa, para que sean profesionales del soborno, del robo, de la infiltración. Unos para salir de la pobreza y otros para hacerse más ricos. Sin ninguna clase de ética y moral.
Recuerdo el caso de una dentista graduada de universidad privada ? no se preocupen que la San Carlos no se queda atrás y con todo el dolor de mi corazón que la ama y honra- que vivía en Las Terrazas colonia distinguida en la década de los 90 ubicada a un costado de mi arrabal, la dentista encontró su mina de oro con las familias de mi arrabal pues era la única dentista del lugar y en lugar deshacerse rellenos y salvar las muelas se dedicaba a sacarlas de tajo para obtener dinero con rapidez, no le importaba sin con esto la persona perdía todos sus dientes a ella lo que le interesaba era su dinero. Cuando rondaba los 18 años de edad y la voz me daba para exigir recuerdo que fui a su clínica solo para decirle que era una vergüenza de ser humano y de profesional. Sólo a eso fui y me estuve guardando no sé cuántos años desde que de niña iba a morir en sus manos.
Se asombró tanto de ver a las dos niñas heladeras cursando la universidad.
Igual con el doctor de la farmacia graduado de la San Carlos que inventaba enfermedades a las personas solo para que no dejaran de ir a la consulta y comprar la medicina en su farmacia, hasta que un día alguien tomó la justicia en sus manos y lo mató.
Ese hombre por su calidad de doctor tuvo la oportunidad de escoger y jugar y manosear a cuanta patoja de mi arrabal hasta que decidió casarse con una canchita ojitos verdes, una Venus en la colonia, a la que dejó viuda y con crías.
Duele, enoja, y hay cierta impotencia cuando la clase obrera se aprovecha de su propia clase, cuando un campesino que a cómo ha podido se compra unas tierras y con estas explotaba sus propios hermanos, hermanos de la vida, de la campiña, del caminar, del las extenuantes horas de trabajo como mozos.
Como los jornaleros que logran comprar un camión de carrocería y lo utilizan para fletes y para sacar la cosecha de las montañas cobrando a sus hermanos cantidades con las que en poco tiempo se enriquecen. Se les olvidó que un día fueron campesinos y anduvieron en los mismos zanjones obedeciendo al patrón.
Y duele en el alma cuando las pocas personas que han tenido la oportunidad de desarrollo al lograr una oposición económica o un puesto laboral en lugar dd ayudar a emancipar a que otras personas también tengan plusvalía, a que la comunidad prospere, lo que hacen es traicionar el privilegio de la vida deshonrando a la humanidad.
Cuando se queja de que el patrón lo doblegue pero hace lo mismo con su esposa, compañera y crías.
Cuando a sus hijas las obliga a prostituirse y jampóm espera que le lleven la cena de restaurante fino, ahí se calla la boca y mastica de prisa devorando la carne de su hija recién manoseada.
Cuando la envidia corroe. Cuando se vuelve un holgazán. Cuando estira la mano para recibir la remesa.
Cuando usted teniendo un puesto en el mercado humilla y agrede al cargador de bultos. Cuando usted de ayudante de camioneta confabula con el piloto para violar a una niña que no le hizo caso, usted no es mejor persona que el riquillo que las droga y las viola en su carro.
Cuando sabe que con su voto está vendiendo la patria, su dignidad, su decencia a cambio de la promesa de una bolsa de arroz, de asfaltar una carretera. Dejar ir los más por lo menos.
Cuando estudia en la universidad con el hecho y pensado de que él obtener su título pobre robar con licencia.
Cuando calla ante cualquier injusticia.
Cuando con urgencia se abre de piernas para obtener a cambio una migaja que muchas veces tiene forma de aumento de sueldo, de acenso laboral.
Cuánto vale una arroba de maíz, cuándo vale la dignidad. Cuánto vale el agua de un río, cuánto una pala.
Cuánto un cartón de universidad, cuánto ser culto para servir.
Claro que sí, en mi clase también hay lastre y es mayoritario porque somos un legión.
Pero aunque duela la traición, se canse el corazón, hay que seguir luchando para un día no existan las clases sociales, ni la misoginia, racismo, exclusión, perversión, para que seamos personas en equidad sin etiqueta alguna, con los mismos derechos y obligaciones.
No es un sueño, el mañana también es quimera y sin embargo todos los días amanece. Hacer lo nuestro que es nuestra obligación, con la vida y con la patria que es un pedazo de tierra que no tiene fronteras.
Empecemos por erradicar la mala costumbre de estirar la mano y pedir.
Ilka Oliva Corado.
Enero 29 de 2014.
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