KURDISTÁN
Cambió su Hamburgo natal por el bastión de la guerrilla kurda y ha dedicado los últimos veinte años a asistir a civiles y combatientes. No hay kurdo que no conozca a Media.
Karlos ZURUTUZA | Montañas de Qandil
Un tanque turco pero de fabricación alemana disparaba sobre una aldea kurda. Había niños heridos y civiles protegiéndose dentro de una iglesia cercada por los soldados turcos»
Transcurría el año 1992 y esta enfermera alemana visitaba la región kurda de Midyat. No ha vuelto a Alemania desde entonces ni tampoco a usar el nombre de su pasaporte, si es que todavía lo conserva. Sabemos que tiene 49 años y que responde al nombre de «Media», un nombre muy común entre las mujeres kurdas.
Recibe a GARA en el pequeño hospital instalado en la aldea de Bokriskan, en el macizo de Qandil. Tanto la posición estratégica como la abrupta orografía de estos valles los han convertido en el bastión principal del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). No en vano, el humilde centro sanitario lleva el nombre de Haji Ahmad Kala Khazab, uno guerrillero muerto bajo las bombas turcas.
«Mi primer contacto con el pueblo kurdo fue en el centro cultural que tienen en Hamburgo, mi ciudad natal», recuerda Media desde su pequeña consulta. «En Alemania hay muchos partidos revolucionarios pero lo único que hacen es hablar. Sin embargo, entre los kurdos encontré a una gente salvajemente represaliada, pero que nunca perdía la esperanza».
En torno a 40 millones de kurdos viven divididos por las fronteras de Irak, Irán, Siria y Turquía. Sólo en suelo bajo control de Ankara decenas de miles han muerto y miles de aldeas kurdas han sido arrasadas desde los años 80. En estos momentos hay un nuevo proceso de diálogo en ciernes entre Ankara y los kurdos tras el alto el fuego unilateral declarado el pasado mes de marzo.
Mientras tanto, Media asegura realizar una media de 30 consultas diarias, una cifra que, dice, se reduce durante el Ramadán. Junto con otros tres voluntarios ofrece asistencia médica gratuita gracias a aportaciones privadas desde el Kurdistán turco, iraquí y Europa.
«Levantamos este hospital hace dos años. No recibimos ningún apoyo a nivel institucional pero podremos seguir adelante siempre y cuando no lo bombardeen», explica la enfermera. En 2008, la aviación turca redujo a escombros el centro sanitario que habían levantado en la pequeña localidad de Lewzha, a escasos kilómetros de aquí. La fortuna quiso que Media se encontrara aquel día impartiendo un curso de formación a futuro personal paramédico en otra localidad.
«Inyecciones de moral»
Durante las últimas dos décadas, Media ha atendido a un número incontable de guerrilleros y lugareños atrapados en el fuego cruzado. Unas fotografías en su botiquín recuerdan a Aisha Ali, una campesina que murió bajo las bombas mientras agitaba una sábana blanca con la que intentaba convencer a los pilotos de que no eran combatientes. También está la joven Beijal, muerta tras pisar una mina, o Sozan, quien perdió su pierna el día que bombardearon el antiguo hospital de Lewzha.
«Esta es una guerra cruel ante la que la comunidad internacional ha cerrado los ojos mientras se firmaban suculentos contratos armamentísticos con Turquía», denuncia Media, quien confiesa no sentirse «demasiado optimista» ante el actual proceso de paz. «Una parte, la kurda, da siempre pasos hacia la paz mientras que la otra se empeña en sabotear todo intento de acercamiento».
Por el momento, no parecen haberse registrado nuevos bombardeos desde el anuncio del alto el fuego, «únicamente drones que sobrevuelan la zona siguiendo el repliegue de los guerrilleros kurdos llegados desde Turquía», apunta Daryan, otra de las voluntarias del centro.
Esta kurda tenía solo siete años cuando huyó de Mardin, Kurdistán Norte, hace ya tres décadas. Media la introdujo en el mundo de la medicina y hoy es plenamente consciente de la importancia de este pequeño hospital: «En Lewzha hay centro de salud nuevo gestionado por la administración kurda de Irak. Son seis empleados pero siempre está cerrado por lo que los locales siguen viniendo hasta aquí».
Daryan lamenta que muchos de sus pacientes lleguen incluso desde otras localidades de Kurdistán Sur debido a las «constantes irregularidades» en el sistema de salud de la Región Autónoma Kurda de Irak.
«Hace poco atendimos a una mujer a la que le habían hecho hasta doce radiografías del mismo hombro», apuntan la voluntaria. «También hemos atendido a gente a la que han medicado e incluso operado sin necesidad; afectados por infecciones debido a una mala praxis... La corrupción aquí es terrible y, a menudo, los pacientes son víctimas de unos médicos que sólo buscan lucrarse a su costa».
No obstante, puede que la labor desinteresada de las sanitarias durante estos años haya ido más allá de la mera atención médica. Hiwa Zagros, combatiente del PKK, lo resume así: «Gestos como el de Media nos transmiten calor y solidaridad que echamos en falta desde Occidente; son una auténtica inyección de moral para seguir luchando por nuestros derechos», explica este antiguo profesor de secundaria en Kurdistán Oriental (bajo control de Teherán). Cambió su bata blanca por el uniforme verde oliva hace ya doce años.
Media sonríe restando importancia a su apuesta vital. Aparentemente, no es la única aquí que ha abandonado el confort del «primer mundo» para ayudar a las víctimas de un conflicto que parece no tener fin.
«Cada vez viene más gente a ayudar desde Alemania, de Holanda, de Escandinavia... tanto aquellos que tienen ascendencia kurda como los que han descubierto al pueblo kurdo ya de adultos», explica. «Tan solo este mes han llegado tres más aquí, a Qandil».
Cambió su Hamburgo natal por el bastión de la guerrilla kurda y ha dedicado los últimos veinte años a asistir a civiles y combatientes. No hay kurdo que no conozca a Media.
Karlos ZURUTUZA | Montañas de Qandil
Un tanque turco pero de fabricación alemana disparaba sobre una aldea kurda. Había niños heridos y civiles protegiéndose dentro de una iglesia cercada por los soldados turcos»
Transcurría el año 1992 y esta enfermera alemana visitaba la región kurda de Midyat. No ha vuelto a Alemania desde entonces ni tampoco a usar el nombre de su pasaporte, si es que todavía lo conserva. Sabemos que tiene 49 años y que responde al nombre de «Media», un nombre muy común entre las mujeres kurdas.
Recibe a GARA en el pequeño hospital instalado en la aldea de Bokriskan, en el macizo de Qandil. Tanto la posición estratégica como la abrupta orografía de estos valles los han convertido en el bastión principal del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). No en vano, el humilde centro sanitario lleva el nombre de Haji Ahmad Kala Khazab, uno guerrillero muerto bajo las bombas turcas.
«Mi primer contacto con el pueblo kurdo fue en el centro cultural que tienen en Hamburgo, mi ciudad natal», recuerda Media desde su pequeña consulta. «En Alemania hay muchos partidos revolucionarios pero lo único que hacen es hablar. Sin embargo, entre los kurdos encontré a una gente salvajemente represaliada, pero que nunca perdía la esperanza».
En torno a 40 millones de kurdos viven divididos por las fronteras de Irak, Irán, Siria y Turquía. Sólo en suelo bajo control de Ankara decenas de miles han muerto y miles de aldeas kurdas han sido arrasadas desde los años 80. En estos momentos hay un nuevo proceso de diálogo en ciernes entre Ankara y los kurdos tras el alto el fuego unilateral declarado el pasado mes de marzo.
Mientras tanto, Media asegura realizar una media de 30 consultas diarias, una cifra que, dice, se reduce durante el Ramadán. Junto con otros tres voluntarios ofrece asistencia médica gratuita gracias a aportaciones privadas desde el Kurdistán turco, iraquí y Europa.
«Levantamos este hospital hace dos años. No recibimos ningún apoyo a nivel institucional pero podremos seguir adelante siempre y cuando no lo bombardeen», explica la enfermera. En 2008, la aviación turca redujo a escombros el centro sanitario que habían levantado en la pequeña localidad de Lewzha, a escasos kilómetros de aquí. La fortuna quiso que Media se encontrara aquel día impartiendo un curso de formación a futuro personal paramédico en otra localidad.
«Inyecciones de moral»
Durante las últimas dos décadas, Media ha atendido a un número incontable de guerrilleros y lugareños atrapados en el fuego cruzado. Unas fotografías en su botiquín recuerdan a Aisha Ali, una campesina que murió bajo las bombas mientras agitaba una sábana blanca con la que intentaba convencer a los pilotos de que no eran combatientes. También está la joven Beijal, muerta tras pisar una mina, o Sozan, quien perdió su pierna el día que bombardearon el antiguo hospital de Lewzha.
«Esta es una guerra cruel ante la que la comunidad internacional ha cerrado los ojos mientras se firmaban suculentos contratos armamentísticos con Turquía», denuncia Media, quien confiesa no sentirse «demasiado optimista» ante el actual proceso de paz. «Una parte, la kurda, da siempre pasos hacia la paz mientras que la otra se empeña en sabotear todo intento de acercamiento».
Por el momento, no parecen haberse registrado nuevos bombardeos desde el anuncio del alto el fuego, «únicamente drones que sobrevuelan la zona siguiendo el repliegue de los guerrilleros kurdos llegados desde Turquía», apunta Daryan, otra de las voluntarias del centro.
Esta kurda tenía solo siete años cuando huyó de Mardin, Kurdistán Norte, hace ya tres décadas. Media la introdujo en el mundo de la medicina y hoy es plenamente consciente de la importancia de este pequeño hospital: «En Lewzha hay centro de salud nuevo gestionado por la administración kurda de Irak. Son seis empleados pero siempre está cerrado por lo que los locales siguen viniendo hasta aquí».
Daryan lamenta que muchos de sus pacientes lleguen incluso desde otras localidades de Kurdistán Sur debido a las «constantes irregularidades» en el sistema de salud de la Región Autónoma Kurda de Irak.
«Hace poco atendimos a una mujer a la que le habían hecho hasta doce radiografías del mismo hombro», apuntan la voluntaria. «También hemos atendido a gente a la que han medicado e incluso operado sin necesidad; afectados por infecciones debido a una mala praxis... La corrupción aquí es terrible y, a menudo, los pacientes son víctimas de unos médicos que sólo buscan lucrarse a su costa».
No obstante, puede que la labor desinteresada de las sanitarias durante estos años haya ido más allá de la mera atención médica. Hiwa Zagros, combatiente del PKK, lo resume así: «Gestos como el de Media nos transmiten calor y solidaridad que echamos en falta desde Occidente; son una auténtica inyección de moral para seguir luchando por nuestros derechos», explica este antiguo profesor de secundaria en Kurdistán Oriental (bajo control de Teherán). Cambió su bata blanca por el uniforme verde oliva hace ya doce años.
Media sonríe restando importancia a su apuesta vital. Aparentemente, no es la única aquí que ha abandonado el confort del «primer mundo» para ayudar a las víctimas de un conflicto que parece no tener fin.
«Cada vez viene más gente a ayudar desde Alemania, de Holanda, de Escandinavia... tanto aquellos que tienen ascendencia kurda como los que han descubierto al pueblo kurdo ya de adultos», explica. «Tan solo este mes han llegado tres más aquí, a Qandil».
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