sábado, 1 de febrero de 2014

Entrevista a René González.

CUBA

"Tú no puedes crear un mundo feliz desde la amargura"

Entrevista publicada originalmente en la Revista Blogosfera Cuba No1. Enero 2014 

Sabemos que es un hombre a quien quieren en todas partes, que debe diez mil visitas y que su agenda se parece ahora mismo a una de esas celebridades que tiene que pla­nificar con meses de antelación una entrevista. Pero René González ha hecho un hueco en su mañana para recibir­nos. Llegamos a una casa en ciernes, llena de tornillos y clavos desparramados, con cajas ocupando los muebles, cajas por abrir, cajas abiertas, cajas plegadas, cajas por todas partes, evidencias de una mudanza reciente.

Si uno hace un ejercicio tremendo de extrañamiento y olvida quién es, ve a un hombre de mediana edad, de ojos verde soñador, atlético, vestido con unos tenis gastados -pegados y cosidos-, short y camiseta. Un hombre que pa­rece vestido para ir a jugar básquet en alguna cancha de barrio. En su mano izquierda lleva un reloj que tiene pren­dida una alianza matrimonial en la pulsera. En la dere­cha, un par de manillas amarillas nos recuerdan que no es un hombre cualquiera, que aunque preferiría evitar la fama y caminar anónimamente con su familia por el Ma­lecón, tiene un compromiso irrenunciable con sus herma­nos de causa.



La idea es hablar un poco de lo que fue la campaña de las cintas amarillas y, por un lado preguntarle qué le pa­rece que ha sido la campaña, a partir lo que se propuso ser y de lo que logró.



Bueno, a mí no me sorprendió. Yo siempre digo que la campaña de las cintas amarillas no la creé yo, la creó la gente. Yo vengo de allá (Estados Unidos), y me relaciono mucho con el discurso de la otra parte, y ellos siempre tratan de insistir en que al pueblo cubano no le importan los Cinco. Tratan de separar un poco al pueblo del gobierno; de decir que esto es ?un asunto de Castro?? y cla­ro, uno sabe que es mentira, pero cuando llegas aquí y vas por las calles, percibes en vivo cuánto es verdad que a los cubanos lo de los Cinco les ha lle­gado profundamente.

A mí me inspiró la gente. Salir por la calle y ver que te paran, que no te dejan caminar, ni ir a nin­gún lado sin que alguien venga y quiera saludarte o tirarse una foto. Siempre me ha parecido impor­tante que la gente sea protagonista de las cosas, y a veces como que la rutina nos va venciendo, y todo este asunto de los Cinco se fue reduciendo un poco a oficina, a actos oficiales -que en parte hay que reconocer que también ayuda a la campaña-.

Una vez que llegué a ver la reacción de la gente en la calle, el cariño? no es fácil llegarte a la Sierra Maestra, allá a Las Mercedes, San Lorenzo y al Ro­ble, que son cuatro casas, y que esos campesinos te conozcan con nombre y apellidos, conozcan a Olguita, conozcan a Irmita y la saluden como si fuera alguien cercano. Entonces tú dices, contra, hay que buscar una forma de que la gente se ex­prese, que exprese eso, y de que sea protagonista; que cada cual lo sea a su manera. Estaba pensando en eso, y un día a las tres de la mañana me desper­té en la cama y le dije a Olguita: las cintas amari­llas. Y así fue que surgió la idea.

Yo estuve allá y sé lo que representa ese símbo­lo, las cintas amarillas para el ciudadano prome­dio norteamericano, para el average, que también es lo que me interesa, que el cubano de a pie se comunique con el norteamericano de a pie. Te re­pito, no me sorprendió, yo sabía que la gente iba a reaccionar, y fue grandioso en realidad ver al país lleno de cintas amarillas. Sobre todo que la gente la usara como quería, me parece importante eso, que cada cual de manera individual se sintiera parte de esta lucha. De manera sencilla, pero al mismo tiempo de una forma individualizada. Además siempre dije: ?el que no quiera que no se la ponga tampoco?. Yo confío en que la mayor parte del pueblo cubano quiere a los Cinco. O sea, no hay tampoco que imponer.

Una cosa interesante es que debatimos con cuánta antelación hacer el anuncio de la campa­ña. Inicialmente pensamos hacerlo con un mes de antelación, pero entonces dijimos ?si lo hacemos mucho antes el enemigo se va a movilizar?, y acordamos ?vamos a hacerlo con poco tiempo, la gente va a reaccionar rápido, la gente va a respon­der?. Y efectivamente se lanzó el anuncio y a los pocos días se acabaron las cintas amarillas en las tiendas. La gente se buscaba un CUC para com­prarse una cintica -y todos sabemos las dificulta­des económicas del país, que el salario no alcanza, eso no es un secreto.

No nos sorprendió. Creo que fue un mensaje que el pueblo cubano envió no solamente al pue­blo norteamericano sino al mundo con relación con lo que representan los Cinco para Cuba.

En un país donde la población puede sentirse satu­rada de imágenes, de símbolos, ¿qué valor le concede a que, efectivamente, las personas se hayan apropiado espontáneamente de una imagen como esa, cuando hubiera podido pasar como otra imagen, otro símbolo más ante el que la gente podía haber seguido de largo? ¿Por qué específicamente puede haberse conectado la gente cuando puede haber otras tantas imágenes que se ha intentado transmitir y que no funcionan?

Eso de la saturación puede ser interesante. Creo que lo que satura a veces es el leguaje, y el vehículo. Es mi opinión, no soy comunicador por profesión. Pero me parece que a veces el lenguaje monótono puede cansar a la gente, y las personas deciden no acercarse más a un discurso. Pero eso no quiere decir que las personas no sientan. Creo que las cintas amarillas lo demostraron. Uno de los propósitos era también ese, cambiar el vehícu­lo, darle un aire más fresco al mensaje, y creo que logró llegar. La gente lo adoptó. Y se demostró que este asunto de la saturación da para discusión.

Una vez, estando ya en libertad supervisada, me puse a buscar en internet -creo que fue en Youtube-. Encontré un video de alguien que salió a entrevistar personas en las calles de La Habana. Y había un mu­chacho joven que decía algo interesante; decía: ?bueno, verdad que esto sale todos los días en la te­levisión y me tiene medio aburrido, pero a esa gente hay que sacarla de la cárcel?. O sea, que tú te das cuenta que la persona dentro de sí sentía que era una causa que debía ser defendida, independientemente de su agotamiento, y a lo mejor en la forma en que se le presentaba no había nada novedoso.

Creo que ese es el balance que se manifiesta en este asunto de que estamos saturados. A la gente le ha llegado el mensaje, al pueblo cubano. Además, el pueblo cubano -no solamente por los Cinco, de an­tes- hemos ido desarrollando una conciencia soli­daria, que es única en el planeta, hace falta sembrar­la y ojalá se multiplicase. La hemos desarrollado y sigue ahí, a pesar de que a veces en el sentido diga­mos ideológico podemos habernos resentido un poco por las dificultades del Período Especial y de­más. Creo que ese sentimiento sigue ahí; la gente siente y más allá de que a algunas personas no les guste el lenguaje, cuando hace falta, haciendo el lla­mado correcto, las personas responden. Creo que se demostró con la campaña.

Después del concierto en la Tribuna Antiimperia­lista, hubo criterios disímiles. Hubo a quien le gustó, hubo quien pensó que era demasiado ecléctica la reu­nión de artistas. Otros hubieran preferido algo más sobrio, más al estilo de la primera parte, con Frank Fernández, Silvio Rodríguez. Existe la opinión de que la gente que perdió la perspectiva de para qué era la jornada de las cintas amarillas. Hay quienes decían, ?eso es como si estuviésemos celebrando? que los Cinco están en prisión, y yo creo que fue todo lo con­trario, no era una celebración, sino un llamado de atención. En esta cuestión de pérdida de perspectiva, ¿para quién iba dirigida la campaña de las cintas amarillas, y cuál era el público fundamental?, ¿o cuál era el propósito esencial de ese acto, no solo la campa­ña como tal con lo que representa el símbolo, sino es­pecíficamente eso, el concierto?

A mí el concierto me pareció grandioso, en mi opinión. Los compañeros del comité se metieron dentro del público -dentro de los muchachos so­bre todo-, y sobre todo me comentaban después que el espíritu que se vivía era un espíritu bonito, de alegría pero también de solidaridad con los Cinco. Y eso era lo que estábamos buscando...

¿Pero había esa conciencia?, ¿había esa conciencia de que no solo se estaba disfrutando de algo que era agradable?, ¿le dio esa sensación?

Creo que la sensación de los compañeros que participaron desde el público, según me contaron ellos, fue esa. Se llevaron la impresión de que ha­bía cariño hacia los Cinco, y no había más que ver la cantidad de cintas amarillas que había, porque en ese momento esa era la manera de expresarlo; la razón por la que estábamos allí.

Siempre he dicho que si queremos que el cuba­no de a pie lleve esta campaña, que sea protago­nista, tiene que hacerlo como él puede. Y a veces caemos en el error de querer hacer todo demasia­do serio, y entonces la persona que no es seria no puede expresarse. Yo digo: ?hay gente que le gus­ta la rumba?, y hacen una rumba por los Cinco; eso es lo que ellos sienten, lo que saben hacer. Qué vas a esperar, ¿que te hagan una poesía?

Nosotros [los Cinco] estábamos defendiendo la felicidad de la gente de Cuba, y tú no puedes crear un mundo feliz desde la amargura. Los Cinco lo ve­mos así; siempre hemos dicho que defender nues­tra felicidad -que se nos trató de arrebatar, y se hizo lo posible porque dejáramos de ser felices-, ha sido una victoria. Cuando oyes al Flaco [Tony Guerre­ro], cuando oyes los mensajes de mis hermanos al concierto, no oyes amargura en esos mensajes. Si te dejas derrotar, si dejas que ellos te induzcan a la amargura, primero, te derrotaron, y, segundo, ¿qué tú estabas defendiendo entonces? Nosotros estábamos defendiendo esa felicidad que había en el concierto, que fue la que disfrutábamos cuando éramos jóvenes, y caminábamos por el Malecón, y enamorábamos una muchacha. Estábamos defen­diendo eso mismo.

Después del concierto me relacioné con algu­nos artistas; te voy a poner un ejemplo concreto, que a lo mejor es uno de los que más puede haber creado controversia: el Yonki.

Me encontré con él después en los camerinos, y es un muchacho, un cubanazo. Pero además cuando me vio me mostró su cariño, su admira­ción. Él hace lo que hace, y moviliza jóvenes que a través de lo que él hace se acercan al tema de los Cinco. Creo que tenemos que verlo de esa forma. Tenemos que romper esquemas, y dejar de ser tan solemnes, porque a veces enajenamos a la juven­tud, a la gente, que tiene otros códigos. Tenemos que acercarnos a ellos, porque además son los que van a hacer la Revolución, nosotros ya estamos de salida. Creo que todo eso se logró en el concierto.

¿Y después de las cintas amarillas qué?

Bueno, las cintas amarillas no pueden pasar. Mucha gente que me ha parado en la calle me dice ?¿por qué no seguimos??. Lo que pasa es que esto hay que saberlo manejar. Veo las cintas amarillas como un símbolo que debe florecer y guardarse, florecer y guardarse. Creo que va a ser fácil, por­que la gente ha seguido con las cintas. Si tú vas por las calles ves casas con las cintas, ves automóviles con las cintas, ves personas con una cintica. Pero hay que ir buscando los momentos; no podemos tampoco cansar a la gente, ni estarle diciendo to­dos los días que salga con una cinta amarilla. Creo que las cintas amarillas no van a pasar. Ha habido incluso hasta una cierta controversia entre algu­nas personas de izquierda que dicen que la cinta amarilla es un símbolo de agresión, de militaris­mo. Yo digo ?bueno señores, vamos a cambiar ese símbolo, vamos a arrebatárselo a los americanos?.

Mira, te voy a decir una cosa. Cuando andába­mos poniendo cintas amarillas, y después vi la 5ta avenida llena de ellas, yo no podía evitar pensar en los americanos de la embajada que pasan por ahí, y reírme. Hay que quitarles las cintas, de la misma forma que Fidel les quitó los fusiles a los batistianos en la Sierra, porque Fidel no recibió fusiles soviéticos. Se los quitó a los batistianos.

Creo que el proceso este de construir un mun­do mejor es precisamente irnos apropiando de símbolos que ellos han distorsionado. Las cintas amarillas se utilizaron en Filipinas para recibir a Benigno Aquino antes de que fuera asesinado. Fue un pueblo prácticamente quien se las puso, ¿por qué tenemos nosotros que cederle las cintas ama­rillas a los guerreros norteamericanos? Nosotros podemos apropiarnos de ellas, y al mismo tiempo comunicarle al pueblo americano, al americano medio, que nosotros somos también seres huma­nos que esperamos a nuestros hijos, que en defi­nitiva es el mensaje. Que también somos seres humanos.

La propaganda norteamericana acostumbra mucho a deshumanizar a la víctima, a deshuma­nizar al agredido, a convertirlo en algo subhuma­no para que el norteamericano medio acepte el crimen, acepte el abuso. Estamos transmitiéndole también un mensaje de pueblo a pueblo: ?yo tam­bién tengo hijos que están presos en tu país?, ?igual que tú esperas a tus soldados, igual que tú esperas a tu hijo, nosotros esperamos a nuestros hijos?. Creo que es un símbolo importante, que podemos seguir utilizándolo, y no veo por qué tenga que desaparecer.

Yo creo, se lo decía un poco bromeando a al­gunos compañeros, que a lo mejor dentro de doscientos años, si tenemos éxito, alguien va a decir, ?ah, las cintas amarillas las inventaron los cubanos?.

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