MEXICO
El
zapatismo, ajeno a focos, modas y consensos, no sólo goza de una excelente
salud a 30 años de su nacimiento, sino que constituye una potentísima
herramienta decolonial.
*29/12/2013*
[image: 1zapatistas oventik]
por Ángel Luis Lara
En noviembre de 1983, un diminuto grupo de hombres que se contaban con los
dedos de una mano aterrizó en la tupida Selva Lacandona, en el mexicano
estado de Chiapas. Habían decidido nombrarse rimbombantemente como Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La mayoría urbanitas sin remedio,
portaban en la mochila un propósito que resonaba en sus conversaciones como
sentido delirante: hacer la revolución. Sin embargo, dadas las condiciones
de extrema pobreza y de urgencia social en Chiapas, tal delirio resultaba
ciertamente sensato. Además, las montañas y las selvas chiapanecas no sólo
albergaban a pueblos en resistencia desde hacía casi 500 años, sino que
desde que a finales del siglo XIX algunos de los desterrados protagonistas
de la Comuna de París dieran con sus huesos en Chiapas, en dichas tierras
no habían dejado de florecer antagonismos y disensos subterráneos.
Armado con cuadriculados lenguajes y manidos artefactos ideológicos, ese
pequeño grupo inicial no tardó en chocar con el sentido común de los
pueblos indígenas originarios y habitantes de esos territorios. Entonces
fue cuando el Subcomandante Marcos, el más conocido participante en esa
primigenia y delirante mónada zapatista, decidió que las fuerzas ya no le
daban de sí y que mejor se bajaba de ese barco zozobrante e incierto.
?¿Dónde está la salida??, preguntó. ?No hay salida?, le contestaron los
pueblos indígenas. ?Y entonces, ¿qué hacemos??, respondió un aturdido
Marcos. ?Quedaros y aprended?, sentenciaron los pueblos mayas.
Y eso es lo que hicieron. Escucharon y aprendieron de los pueblos indígenas
hasta el punto de devenir indígenas ellos mismos. Una suerte de posesión
con trazos de realismo mágico que no solo desarmó la arrogancia y los
clichés tradicionales de la izquierda, sino que activó un maravilloso
híbrido revolucionario hecho de saberes y cosmovisión indígena, capaz de
parir una artesanía del cambio social revolucionario repleta de paradojas y
de puentes hacia fuera.
Así, armados de preguntas, los zapatistas nacieron como un oxímoron: el más
sensato de los delirios. Hoy ese maravilloso delirio no solo está habitado
por miles y miles de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas en
Chiapas. Además ha sido capaz de construir la materialidad tocable y
respirable de una vida otra. Con infinitas dificultades, errores y caminos
torcidos. En este mundo, pero con otros mapas y en otras coordenadas.
Treinta años después de su nacimiento, el EZLN protagoniza una de las
experiencias más ricas y radicales de libertad y de emancipación humana que
los últimos siglos de historia hayan conocido. Desde que se levantaran en
armas en enero de 1994, los zapatistas habitan en una cotidiana restitución
del sentido verdadero de la palabra democracia y en una trabajada
liberación de la vida de las garras de la supervivencia. Miles y miles de
personas viviendo de otra manera. Aquí, ahora y ya.
En su treinta cumpleaños, la disutopía zapatista decidió abrir sus puertas
y sus ventanas para compartir las formas de vida que han generado tres
décadas de delirio sensato. Para ello han creado una escuela a la que han
llamado ?La libertad según l@s zapatistas?. Se trata, sobre todo, de una
escuelita, así en diminutivo, que sirve para desaprender. No ofrece pistas
para un modelo y tampoco regala ningún manual de instrucciones. Como en el
Blade Runner de Ridley Scott, los zapatistas saben que los replicantes ni
aman ni tienen emociones. Por eso no les interesan las copias ni las
recetas. Simplemente tratan, con perseverancia e infinita paciencia, de
compartir tan solo un mapa del tesoro de un mundo otro. En ese mapa destaca
una coordenada por encima de las demás: una imperiosa necesidad de
decolonizar la existencia.
El zapatismo, ajeno a focos, modas y consensos, no sólo goza de una
excelente salud a 30 años de su nacimiento, sino que constituye una
potentísima herramienta decolonial. En los territorios chiapanecos donde
los zapatistas son gobierno, la humanidad ha abierto un agujero irreparable
en la modernidad, en la matriz abisal del pensamiento occidental y en la
racionalidad de la dominación. Una decolonización del vivir más allá de la
terrible imposición generalizada de la forma mercancía, en la construcción
colectiva e igualitaria de un mundo de usos y no de consumos. Una
decolonización del poder, más allá de la dominación de lo privado y de lo
público, en el tejido democrático de un común en el que todas las personas
son llamadas a ser y a hacer gobierno. Una decolonización de las pasiones,
más allá de las vilezas y los egoísmos con los que la imposición neoliberal
nos sujeta a las pasiones tristes que la constituyen. Sin pedir permiso.
Miles y miles de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas. Un
presente y no un futuro. Aquí, ahora y ya. Y un mensaje, tal vez
desesperado, a los que estamos del otro lado del espejo: ?ORGANÍCENSE?.
Porque no basta con desearlo.
A su modo, los zapatistas le han llamado a todo eso autonomía. Una
experiencia de autogobierno participado por miles y miles de personas y en
la que el giro decolonial se traduce en el territorio zapatista en
instituciones, escuelas, hospitales, leyes, administraciones locales,
relaciones sociales, sistemas productivos, economías, sexualidades y
profundos cambios culturales llenos de puntos suspensivos. Concreto y
tangible. Por y para las personas. ¿No fue en el deseo de algo de eso en lo
que nos reconocimos en las plazas en un mayo de hace más de dos años?
El
zapatismo, ajeno a focos, modas y consensos, no sólo goza de una excelente
salud a 30 años de su nacimiento, sino que constituye una potentísima
herramienta decolonial.
*29/12/2013*
[image: 1zapatistas oventik]
por Ángel Luis Lara
En noviembre de 1983, un diminuto grupo de hombres que se contaban con los
dedos de una mano aterrizó en la tupida Selva Lacandona, en el mexicano
estado de Chiapas. Habían decidido nombrarse rimbombantemente como Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La mayoría urbanitas sin remedio,
portaban en la mochila un propósito que resonaba en sus conversaciones como
sentido delirante: hacer la revolución. Sin embargo, dadas las condiciones
de extrema pobreza y de urgencia social en Chiapas, tal delirio resultaba
ciertamente sensato. Además, las montañas y las selvas chiapanecas no sólo
albergaban a pueblos en resistencia desde hacía casi 500 años, sino que
desde que a finales del siglo XIX algunos de los desterrados protagonistas
de la Comuna de París dieran con sus huesos en Chiapas, en dichas tierras
no habían dejado de florecer antagonismos y disensos subterráneos.
Armado con cuadriculados lenguajes y manidos artefactos ideológicos, ese
pequeño grupo inicial no tardó en chocar con el sentido común de los
pueblos indígenas originarios y habitantes de esos territorios. Entonces
fue cuando el Subcomandante Marcos, el más conocido participante en esa
primigenia y delirante mónada zapatista, decidió que las fuerzas ya no le
daban de sí y que mejor se bajaba de ese barco zozobrante e incierto.
?¿Dónde está la salida??, preguntó. ?No hay salida?, le contestaron los
pueblos indígenas. ?Y entonces, ¿qué hacemos??, respondió un aturdido
Marcos. ?Quedaros y aprended?, sentenciaron los pueblos mayas.
Y eso es lo que hicieron. Escucharon y aprendieron de los pueblos indígenas
hasta el punto de devenir indígenas ellos mismos. Una suerte de posesión
con trazos de realismo mágico que no solo desarmó la arrogancia y los
clichés tradicionales de la izquierda, sino que activó un maravilloso
híbrido revolucionario hecho de saberes y cosmovisión indígena, capaz de
parir una artesanía del cambio social revolucionario repleta de paradojas y
de puentes hacia fuera.
Así, armados de preguntas, los zapatistas nacieron como un oxímoron: el más
sensato de los delirios. Hoy ese maravilloso delirio no solo está habitado
por miles y miles de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas en
Chiapas. Además ha sido capaz de construir la materialidad tocable y
respirable de una vida otra. Con infinitas dificultades, errores y caminos
torcidos. En este mundo, pero con otros mapas y en otras coordenadas.
Treinta años después de su nacimiento, el EZLN protagoniza una de las
experiencias más ricas y radicales de libertad y de emancipación humana que
los últimos siglos de historia hayan conocido. Desde que se levantaran en
armas en enero de 1994, los zapatistas habitan en una cotidiana restitución
del sentido verdadero de la palabra democracia y en una trabajada
liberación de la vida de las garras de la supervivencia. Miles y miles de
personas viviendo de otra manera. Aquí, ahora y ya.
En su treinta cumpleaños, la disutopía zapatista decidió abrir sus puertas
y sus ventanas para compartir las formas de vida que han generado tres
décadas de delirio sensato. Para ello han creado una escuela a la que han
llamado ?La libertad según l@s zapatistas?. Se trata, sobre todo, de una
escuelita, así en diminutivo, que sirve para desaprender. No ofrece pistas
para un modelo y tampoco regala ningún manual de instrucciones. Como en el
Blade Runner de Ridley Scott, los zapatistas saben que los replicantes ni
aman ni tienen emociones. Por eso no les interesan las copias ni las
recetas. Simplemente tratan, con perseverancia e infinita paciencia, de
compartir tan solo un mapa del tesoro de un mundo otro. En ese mapa destaca
una coordenada por encima de las demás: una imperiosa necesidad de
decolonizar la existencia.
El zapatismo, ajeno a focos, modas y consensos, no sólo goza de una
excelente salud a 30 años de su nacimiento, sino que constituye una
potentísima herramienta decolonial. En los territorios chiapanecos donde
los zapatistas son gobierno, la humanidad ha abierto un agujero irreparable
en la modernidad, en la matriz abisal del pensamiento occidental y en la
racionalidad de la dominación. Una decolonización del vivir más allá de la
terrible imposición generalizada de la forma mercancía, en la construcción
colectiva e igualitaria de un mundo de usos y no de consumos. Una
decolonización del poder, más allá de la dominación de lo privado y de lo
público, en el tejido democrático de un común en el que todas las personas
son llamadas a ser y a hacer gobierno. Una decolonización de las pasiones,
más allá de las vilezas y los egoísmos con los que la imposición neoliberal
nos sujeta a las pasiones tristes que la constituyen. Sin pedir permiso.
Miles y miles de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas. Un
presente y no un futuro. Aquí, ahora y ya. Y un mensaje, tal vez
desesperado, a los que estamos del otro lado del espejo: ?ORGANÍCENSE?.
Porque no basta con desearlo.
A su modo, los zapatistas le han llamado a todo eso autonomía. Una
experiencia de autogobierno participado por miles y miles de personas y en
la que el giro decolonial se traduce en el territorio zapatista en
instituciones, escuelas, hospitales, leyes, administraciones locales,
relaciones sociales, sistemas productivos, economías, sexualidades y
profundos cambios culturales llenos de puntos suspensivos. Concreto y
tangible. Por y para las personas. ¿No fue en el deseo de algo de eso en lo
que nos reconocimos en las plazas en un mayo de hace más de dos años?
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