*URUGUAY
*Ahora le toca el turno a Vargas LLosa*
El ejemplo uruguayo
Por *Mario Vargas
Llosa
| (en el diario LA NACION, de Argentina)
Ha hecho bien *The **Economist *en declarar a Uruguay el país del año y en
calificar de admirables las dos reformas liberales más radicales tomadas en
2013 por el gobierno del presidente José Mujica: el matrimonio gay y la
legalización y regulación de la producción, la venta y el consumo de la
marihuana.
Es extraordinario que ambas medidas, inspiradas en la cultura de la
libertad, hayan sido adoptadas por el gobierno de un movimiento que en su
origen no creía en la democracia sino en la revolución marxista leninista y
el modelo cubano de autoritarismo vertical y de partido único. Desde que
subió al poder, el presidente José
Mujica,
que en su juventud fue guerrillero tupamaro, asaltó bancos y pasó muchos
años en la cárcel, donde fue torturado durante la dictadura militar, ha
respetado escrupulosamente las instituciones democráticas -la libertad de
prensa, la independencia de poderes, la coexistencia de partidos políticos
y las elecciones libres- así como la economía de mercado, la propiedad
privada y alentado la inversión extranjera.
Esta política del anciano y simpático estadista que habla con una
sinceridad insólita en un gobernante aunque ello le signifique meter la
pata de cuando en cuando, vive muy modestamente en su pequeña chacra de las
afueras de Montevideo y viaja siempre en segunda clase en sus viajes
oficiales, ha dado a Uruguay una imagen de país estable, moderno, libre y
seguro, lo que le ha permitido crecer económicamente y avanzar en la
justicia social al mismo tiempo que extendía los beneficios de la libertad
en todos los campos, venciendo las presiones de una minoría recalcitrante
de la alianza.
Hay que recordar que Uruguay, a diferencia de la mayor parte de los países
latinoamericanos, tiene una antigua y sólida tradición democrática, al
extremo de que, cuando yo era niño, se llamaba al país oriental "la Suiza
de América" por la fuerza de su sociedad civil, el arraigo de la legalidad
y unas fuerzas armadas respetuosas de los gobiernos constitucionales.
Además, sobre todo después de las reformas del "batllismo", que reforzaron
el laicismo y desarrollaron una poderosa clase media, la sociedad uruguaya
tenía una educación de primer nivel, una muy rica vida cultural y un
civismo equilibrado y armonioso que era la envidia de todo el continente.
Yo recuerdo la impresión que significó para mí conocer Uruguay hacia
mediados de los años 60. No parecía uno de los nuestros ese país donde las
diferencias económicas y sociales eran mucho menos descarnadas y extremas
que en el resto de América latina y en el que la calidad de la prensa
escrita y radial, sus teatros, sus librerías, el alto nivel del debate
político, su vida universitaria, sus artistas y escritores -sobre todo, el
puñado de críticos y la influencia que ejercían en los gustos del gran
público- y la irrestricta libertad que se respiraba por doquier lo
acercaban mucho más a los más avanzados países europeos que a sus vecinos.
Allí descubrí el semanario *Marcha *, una de las mejores revistas que he
conocido, y que se convirtió para mí desde entonces en una lectura
obligatoria para estar al tanto de lo que ocurría en toda América latina.
Sin embargo, ya en aquel tiempo había comenzado a deteriorarse esa sociedad
que daba al forastero la impresión de estar alejándose cada vez más del
Tercer Mundo y acercándose cada vez más al Primero. Porque, pese a todo lo
bueno que allí ocurría, muchos jóvenes, y algunos no tan jóvenes, sucumbían
a la fascinación de la utopía revolucionaria e iniciaban, según el modelo
cubano, las acciones violentas que destruirían aquella "democracia
burguesa" para reemplazarla no por el paraíso socialista sino por una
dictadura militar de derecha que llenó las cárceles de presos políticos,
practicó la tortura y obligó a exiliarse a muchos miles de uruguayos. El
drenaje de talento y de sus mejores profesionales, artistas e intelectuales
que padeció el Uruguay en
aquellos años fue proporcionalmente uno de los más críticos que haya vivido
en la historia un país latinoamericano. Sin embargo, la tradición
democrática y la cultura de la legalidad y la libertad no se eclipsó del
todo en aquellos años de terror y, al caer la dictadura y restablecerse la
vida democrática, florecería de nuevo, con más vigor y, se diría, con una
experiencia acumulada que sin duda ha educado tanto a la derecha como a la
izquierda, vacunándolas contra las ilusiones violentistas del pasado.
De otro modo no hubiera sido posible que la izquierda radical que con el
Frente Amplio y los tupamaros llegara al poder, diera muestras, desde el
primer momento, de un pragmatismo y espíritu realista que ha permitido la
convivencia en la diversidad y profundizado la democracia uruguaya en lugar
de pervertirla. Ese perfil democrático y liberal explica la valentía con
que el gobierno del presidente José Mujica ha autorizado el matrimonio
entre parejas del mismo sexo y convertido a Uruguay en el primer país del
mundo en cambiar radicalmente su política frente al problema de la droga,
crucial en todas partes, pero de una agudeza especial en América latina.
Ambas son reformas muy profundas y de largo alcance que, en palabras de The
Economist, "pueden beneficiar al mundo entero".
El matrimonio entre personas del mismo sexo, ya autorizado en varios países
del mundo, tiende a combatir un prejuicio estúpido y a reparar una
injusticia por la que millones de personas han padecido (y siguen
padeciendo en la actualidad), injusticias y discriminación sistemática,
desde la hoguera inquisitorial hasta la cárcel, el acoso, marginación
social y atropellos de todo orden. Inspirada en la absurda creencia de que
hay solo una identidad sexual "normal" -la heterosexual- y que quien se
aparta de ella es un enfermo o un delincuente, homosexuales y lesbianas se
enfrentan todavía a prohibiciones, abusos e intolerancias que les impiden
tener una vida libre y abierta, aunque, felizmente, en este campo, por lo
menos en Occidente, se han ido desmoronando los prejuicios y tabúes
homofóbicos y reemplazándolos la convicción racional de que la opción
sexual debe ser tan libre y diversa como la religiosa o la política, y que
las parejas homosexuales son tan "normales" como las heterosexuales. (En un
acto de pura barbarie, el Parlamento de Uganda acaba de aprobar una ley
estableciendo la cadena perpetua para todos los homosexuales.)
Respecto de las drogas, prevalece todavía en el mundo la idea de que la
represión es la mejor manera de enfrentar el problema, pese a que la
experiencia ha demostrado hasta el cansancio que no obstante la enormidad
de recursos y esfuerzos que se han invertido en reprimirlas, su fabricación
y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las mafias y la
criminalidad asociada al narcotráfico. Este es en nuestros días el
principal factor de la corrupción que amenaza a las nuevas y a las antiguas
democracias y va cubriendo las ciudades de América latina de pistoleros y
cadáveres.
¿Será exitoso el audaz experimento uruguayo de legalizar la producción y el
consumo de la marihuana? Lo
sería mucho más sin ninguna duda si la medida no quedara confinada en un
solo país (y no fuera tan estatista) sino comprendiera un acuerdo
internacional del que participaran tanto los países productores como
consumidores. Pero, aun así, la medida va a golpear a los traficantes y por
lo tanto a la delincuencia derivada del consumo ilegal y demostrará a la
larga que la legalización no aumenta notoriamente el consumo sino en un
primer momento, aunque luego, desaparecido el tabú que suele prestigiar a
la droga ante los jóvenes, tienda a reducirlo. Lo importante es que la
legalización vaya acompañada de campañas educativas -como las que combaten
el tabaco o explican los efectos dañinos del alcohol- y de rehabilitación,
de modo que quienes fuman marihuana lo hagan con perfecta conciencia de lo
que hacen, al igual que ocurre hoy día con quienes fuman tabaco o beben
alcohol.
La libertad tiene sus riesgos y quienes creen en ella deben estar
dispuestos a correrlos en todos los dominios, no sólo en el cultural, el
religioso y el político. Así lo ha entendido el gobierno uruguayo y hay que
aplaudirlo por eso. Ojalá otros aprendan la lección y sigan su ejemplo.
*Ahora le toca el turno a Vargas LLosa*
El ejemplo uruguayo
Por *Mario Vargas
Llosa
| (en el diario LA NACION, de Argentina)
Ha hecho bien *The **Economist *en declarar a Uruguay el país del año y en
calificar de admirables las dos reformas liberales más radicales tomadas en
2013 por el gobierno del presidente José Mujica: el matrimonio gay y la
legalización y regulación de la producción, la venta y el consumo de la
marihuana.
Es extraordinario que ambas medidas, inspiradas en la cultura de la
libertad, hayan sido adoptadas por el gobierno de un movimiento que en su
origen no creía en la democracia sino en la revolución marxista leninista y
el modelo cubano de autoritarismo vertical y de partido único. Desde que
subió al poder, el presidente José
Mujica,
que en su juventud fue guerrillero tupamaro, asaltó bancos y pasó muchos
años en la cárcel, donde fue torturado durante la dictadura militar, ha
respetado escrupulosamente las instituciones democráticas -la libertad de
prensa, la independencia de poderes, la coexistencia de partidos políticos
y las elecciones libres- así como la economía de mercado, la propiedad
privada y alentado la inversión extranjera.
Esta política del anciano y simpático estadista que habla con una
sinceridad insólita en un gobernante aunque ello le signifique meter la
pata de cuando en cuando, vive muy modestamente en su pequeña chacra de las
afueras de Montevideo y viaja siempre en segunda clase en sus viajes
oficiales, ha dado a Uruguay una imagen de país estable, moderno, libre y
seguro, lo que le ha permitido crecer económicamente y avanzar en la
justicia social al mismo tiempo que extendía los beneficios de la libertad
en todos los campos, venciendo las presiones de una minoría recalcitrante
de la alianza.
Hay que recordar que Uruguay, a diferencia de la mayor parte de los países
latinoamericanos, tiene una antigua y sólida tradición democrática, al
extremo de que, cuando yo era niño, se llamaba al país oriental "la Suiza
de América" por la fuerza de su sociedad civil, el arraigo de la legalidad
y unas fuerzas armadas respetuosas de los gobiernos constitucionales.
Además, sobre todo después de las reformas del "batllismo", que reforzaron
el laicismo y desarrollaron una poderosa clase media, la sociedad uruguaya
tenía una educación de primer nivel, una muy rica vida cultural y un
civismo equilibrado y armonioso que era la envidia de todo el continente.
Yo recuerdo la impresión que significó para mí conocer Uruguay hacia
mediados de los años 60. No parecía uno de los nuestros ese país donde las
diferencias económicas y sociales eran mucho menos descarnadas y extremas
que en el resto de América latina y en el que la calidad de la prensa
escrita y radial, sus teatros, sus librerías, el alto nivel del debate
político, su vida universitaria, sus artistas y escritores -sobre todo, el
puñado de críticos y la influencia que ejercían en los gustos del gran
público- y la irrestricta libertad que se respiraba por doquier lo
acercaban mucho más a los más avanzados países europeos que a sus vecinos.
Allí descubrí el semanario *Marcha *, una de las mejores revistas que he
conocido, y que se convirtió para mí desde entonces en una lectura
obligatoria para estar al tanto de lo que ocurría en toda América latina.
Sin embargo, ya en aquel tiempo había comenzado a deteriorarse esa sociedad
que daba al forastero la impresión de estar alejándose cada vez más del
Tercer Mundo y acercándose cada vez más al Primero. Porque, pese a todo lo
bueno que allí ocurría, muchos jóvenes, y algunos no tan jóvenes, sucumbían
a la fascinación de la utopía revolucionaria e iniciaban, según el modelo
cubano, las acciones violentas que destruirían aquella "democracia
burguesa" para reemplazarla no por el paraíso socialista sino por una
dictadura militar de derecha que llenó las cárceles de presos políticos,
practicó la tortura y obligó a exiliarse a muchos miles de uruguayos. El
drenaje de talento y de sus mejores profesionales, artistas e intelectuales
que padeció el Uruguay en
aquellos años fue proporcionalmente uno de los más críticos que haya vivido
en la historia un país latinoamericano. Sin embargo, la tradición
democrática y la cultura de la legalidad y la libertad no se eclipsó del
todo en aquellos años de terror y, al caer la dictadura y restablecerse la
vida democrática, florecería de nuevo, con más vigor y, se diría, con una
experiencia acumulada que sin duda ha educado tanto a la derecha como a la
izquierda, vacunándolas contra las ilusiones violentistas del pasado.
De otro modo no hubiera sido posible que la izquierda radical que con el
Frente Amplio y los tupamaros llegara al poder, diera muestras, desde el
primer momento, de un pragmatismo y espíritu realista que ha permitido la
convivencia en la diversidad y profundizado la democracia uruguaya en lugar
de pervertirla. Ese perfil democrático y liberal explica la valentía con
que el gobierno del presidente José Mujica ha autorizado el matrimonio
entre parejas del mismo sexo y convertido a Uruguay en el primer país del
mundo en cambiar radicalmente su política frente al problema de la droga,
crucial en todas partes, pero de una agudeza especial en América latina.
Ambas son reformas muy profundas y de largo alcance que, en palabras de The
Economist, "pueden beneficiar al mundo entero".
El matrimonio entre personas del mismo sexo, ya autorizado en varios países
del mundo, tiende a combatir un prejuicio estúpido y a reparar una
injusticia por la que millones de personas han padecido (y siguen
padeciendo en la actualidad), injusticias y discriminación sistemática,
desde la hoguera inquisitorial hasta la cárcel, el acoso, marginación
social y atropellos de todo orden. Inspirada en la absurda creencia de que
hay solo una identidad sexual "normal" -la heterosexual- y que quien se
aparta de ella es un enfermo o un delincuente, homosexuales y lesbianas se
enfrentan todavía a prohibiciones, abusos e intolerancias que les impiden
tener una vida libre y abierta, aunque, felizmente, en este campo, por lo
menos en Occidente, se han ido desmoronando los prejuicios y tabúes
homofóbicos y reemplazándolos la convicción racional de que la opción
sexual debe ser tan libre y diversa como la religiosa o la política, y que
las parejas homosexuales son tan "normales" como las heterosexuales. (En un
acto de pura barbarie, el Parlamento de Uganda acaba de aprobar una ley
estableciendo la cadena perpetua para todos los homosexuales.)
Respecto de las drogas, prevalece todavía en el mundo la idea de que la
represión es la mejor manera de enfrentar el problema, pese a que la
experiencia ha demostrado hasta el cansancio que no obstante la enormidad
de recursos y esfuerzos que se han invertido en reprimirlas, su fabricación
y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las mafias y la
criminalidad asociada al narcotráfico. Este es en nuestros días el
principal factor de la corrupción que amenaza a las nuevas y a las antiguas
democracias y va cubriendo las ciudades de América latina de pistoleros y
cadáveres.
¿Será exitoso el audaz experimento uruguayo de legalizar la producción y el
consumo de la marihuana? Lo
sería mucho más sin ninguna duda si la medida no quedara confinada en un
solo país (y no fuera tan estatista) sino comprendiera un acuerdo
internacional del que participaran tanto los países productores como
consumidores. Pero, aun así, la medida va a golpear a los traficantes y por
lo tanto a la delincuencia derivada del consumo ilegal y demostrará a la
larga que la legalización no aumenta notoriamente el consumo sino en un
primer momento, aunque luego, desaparecido el tabú que suele prestigiar a
la droga ante los jóvenes, tienda a reducirlo. Lo importante es que la
legalización vaya acompañada de campañas educativas -como las que combaten
el tabaco o explican los efectos dañinos del alcohol- y de rehabilitación,
de modo que quienes fuman marihuana lo hagan con perfecta conciencia de lo
que hacen, al igual que ocurre hoy día con quienes fuman tabaco o beben
alcohol.
La libertad tiene sus riesgos y quienes creen en ella deben estar
dispuestos a correrlos en todos los dominios, no sólo en el cultural, el
religioso y el político. Así lo ha entendido el gobierno uruguayo y hay que
aplaudirlo por eso. Ojalá otros aprendan la lección y sigan su ejemplo.
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