EGIPTO
El artículo del autor, responsable de la web de la revista argentina «El Gráfico», da varias claves sobre el papel del fútbol en Egipto como instrumento político y, aunque escrito hace varios meses, explica cómo ha podido suceder una tragedia como la del estadio Port Said.
Martín MAZUR Periodista
Menos de dos años atrás, el fútbol ya había dado muestras del desmadre inminente que se gestaba en Egipto. En noviembre de 2009, un partido de eliminatorias terminó en una gran conflicto diplomático. Egipto le ganó a Argelia 1-0 en Sudán, tercer partido que debía jugarse en campo neutral. Días antes, en El Cairo, el micro de los argelinos había sido apedreado y tres jugadores habían resultado heridos. Después de la victoria en Sudán, se denunció que los hinchas argelinos emboscaron a los egipcios a la salida del partido. Se reportaron 21 heridos.
Mientras en Argel se quemaban banderas egipcias y se denunciaban maltratos a los ciudadanos de ese país, una reacción similar se dio en las calles de El Cairo: el pueblo futbolero copó la calle, quemó banderas argelinas e intentó atacar la embajada. Hubo 35 heridos. Para calmar los ánimos, la Asociación Egipcia llegó a amenazar a la FIFA con retirarse del fútbol por dos años si no se imponían sanciones al comportamiento de los argelinos.
Yolanda Knell, corresponsal de la BBC en El Cairo, se sorprendió y escribió: «En un país donde las demostraciones populares están fuertemente controladas, el fútbol pasa a ser una forma de canalizar el descontento». Sin nombrar a Argelia, el presidente Hosni Mubarak se encolumnó en la reacción popular: «Egipto no tolera a aquellos que hieren la dignidad de sus hijos. No queremos que nos arrastren a reacciones impulsivas, pero estoy agitado yo también», advirtió en un comunicado. Por un partido de fútbol, Egipto llegó a retirar durante días al embajador en Argelia.
Alieldin Hilal ya no era el ministro de Juventud y Deporte que comandaba la candidatura para albergar el Mundial 2010, sino que se había transformado en una de las cinco personas de más confianza de Mubarak y portavoz del partido. Fue él quien había empezado la cadena de descontento popular en octubre de 2010, al ser el primero en reconocer que Mubarak se presentaría a la reeleción para seguir en el poder. Hilal renunció el 5 de febrero, junto con los otros máximos miembros del gabinete, para intentar descomprimir la explosión social. Pero ya no había vuelta atrás.
Esa misma semana tenían que jugar un amistoso Egipto y Estados Unidos, aliado y principal sostén del régimen de Mubarak en las últimas décadas. El partido, obviamente, se suspendió. Como también se había suspendido el campeonato local, la Egyptian Premier League. No era una cuestión meramente de seguridad, sino una intención de no facilitar la revuelta. Bajo esa óptica, jugar partidos de fútbol era dejarle servido a la gente un mecanismo de unión mucho más poderoso que facebook o twitter, que también se habían cortado. A pesar de las restricciones que sufrió internet, los foros futbolísticos se llenaron de referencias a la situación política y la revolución que se expandió por todo el Magreb. Libia también suspendió su torneo.
Martín MAZUR Periodista
Menos de dos años atrás, el fútbol ya había dado muestras del desmadre inminente que se gestaba en Egipto. En noviembre de 2009, un partido de eliminatorias terminó en una gran conflicto diplomático. Egipto le ganó a Argelia 1-0 en Sudán, tercer partido que debía jugarse en campo neutral. Días antes, en El Cairo, el micro de los argelinos había sido apedreado y tres jugadores habían resultado heridos. Después de la victoria en Sudán, se denunció que los hinchas argelinos emboscaron a los egipcios a la salida del partido. Se reportaron 21 heridos.
Mientras en Argel se quemaban banderas egipcias y se denunciaban maltratos a los ciudadanos de ese país, una reacción similar se dio en las calles de El Cairo: el pueblo futbolero copó la calle, quemó banderas argelinas e intentó atacar la embajada. Hubo 35 heridos. Para calmar los ánimos, la Asociación Egipcia llegó a amenazar a la FIFA con retirarse del fútbol por dos años si no se imponían sanciones al comportamiento de los argelinos.
Yolanda Knell, corresponsal de la BBC en El Cairo, se sorprendió y escribió: «En un país donde las demostraciones populares están fuertemente controladas, el fútbol pasa a ser una forma de canalizar el descontento». Sin nombrar a Argelia, el presidente Hosni Mubarak se encolumnó en la reacción popular: «Egipto no tolera a aquellos que hieren la dignidad de sus hijos. No queremos que nos arrastren a reacciones impulsivas, pero estoy agitado yo también», advirtió en un comunicado. Por un partido de fútbol, Egipto llegó a retirar durante días al embajador en Argelia.
Alieldin Hilal ya no era el ministro de Juventud y Deporte que comandaba la candidatura para albergar el Mundial 2010, sino que se había transformado en una de las cinco personas de más confianza de Mubarak y portavoz del partido. Fue él quien había empezado la cadena de descontento popular en octubre de 2010, al ser el primero en reconocer que Mubarak se presentaría a la reeleción para seguir en el poder. Hilal renunció el 5 de febrero, junto con los otros máximos miembros del gabinete, para intentar descomprimir la explosión social. Pero ya no había vuelta atrás.
Esa misma semana tenían que jugar un amistoso Egipto y Estados Unidos, aliado y principal sostén del régimen de Mubarak en las últimas décadas. El partido, obviamente, se suspendió. Como también se había suspendido el campeonato local, la Egyptian Premier League. No era una cuestión meramente de seguridad, sino una intención de no facilitar la revuelta. Bajo esa óptica, jugar partidos de fútbol era dejarle servido a la gente un mecanismo de unión mucho más poderoso que facebook o twitter, que también se habían cortado. A pesar de las restricciones que sufrió internet, los foros futbolísticos se llenaron de referencias a la situación política y la revolución que se expandió por todo el Magreb. Libia también suspendió su torneo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario